Casas de Möbius, puertas de luces: cómo la arquitectura motiva la literatura

«Construir y pensar son siempre,
cada uno a su manera,
ineludibles para habitar[1]»

Martin Heidegger

La casa afecta a la mentalidad, como ocurre en el caso del doloroso delirio de la mujer oprimida en «El empapelado amarillo» de Charlotte Perkins Gilman. Más aún, las construcciones arquitectónicas a menudo son un discurso que traza el perfil ideológico de sus moradores. «En la construcción de las ciudades, en la forma de las casas, de las plazas […] se encuentran las bases de una gran estética metafísica[2]», afirma Giorgio de Chirico. Además, elementos más triviales, sea un cuadro colgado sea una simple mesa, también evocan trozos de la memoria y anécdotas que invitan a la reflexión. De aquí que Xavier de Maistre, aristócrata saboyano, emprenda una expedición insólita llamada Viaje alrededor de mi habitación —confinado en su cuarto de la ciudadela de Turín por haberse involucrado en un duelo— pasando su mirada por piezas y objetos en su habitación a partir de los que sus reflexiones se expanden libremente al exterior del muro.

No es extraño entonces que las construcciones arquitectónicas puedan ser un motivo fértil tanto para la literatura como para las bellas artes. Un ejemplo es sin duda Antoni Taulé, pintor sabadellense que posee un estilo singular con sus típicos edificios iluminados. Sus casas pintadas fueron inspiradoras incluso para Julio Cortázar, hasta tal punto que este les dedicó, junto con a Sheridan Le Fanu, un cuento titulado «Fin de etapa», cuya protagonista se desvía en un pueblo solitario para hacer una pausa en su viaje por carretera. Ahí encuentra un museo donde celebra una exposición del pintor sabadellense y se enfrenta a sus habitaciones iluminadas y sombreadas con mesas y siluetas. Se trata de una reescritura de «Continuidad de los parques», un anillo de Möbius que desliza la realidad hacia la ficción que trae su muerte. La protagonista descubre en una plaza del pueblo la casa idéntica que ha visto pintada en los cuadros del museo y se somete al destino del personaje pintado. «Muere como personaje en el relato para entrar a ser personaje en la pintura[3]», como dice Catalina Ruiz.

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La exposición «Lux» de la fundación Stämpfli (foto realizada por el autor)

Yo imaginaba una experiencia parecida en el tren hacia Sitges, donde se encontraba la fundación Stämpfli que albergaba la exposición «Lux» de Taulé. Mi visita, sin embargo, era bien diferente a la del cuento, por ser el viernes santo de Sitges, ciudad de sol y playas que ya estaban concurridas de bañistas, con casas blancas típicas de la costa mediterránea —una de las cuales fue el taller del pintor modernista catalán Santiago Rusiñol—, calles estrechas llenas de la gente que disfrutaba de la tarde festiva… En definitiva, era una ambientación muy diferente de la de «ciertas casas de Sheridan Le Fanu[4]» que menciona Cortázar en el epígrafe del cuento.

Una de las peculiaridades estilísticas de Taulé es la tensión generada en torno a los personajes: algunos se nos ponen de espalda con el dorso recortado por el contraluz, mientras que otros nos devuelven miradas agudas. La cristalización de sus siluetas en medio de una escena arquitectónica bajo un contraste aumentado hasta lo atroz causa una sensación algo inquietante, como si ellos mismos fueran conscientes de su estado de ser una exhibición para nuestros ojos, de estar atrapados en sus casas para ser contemplados. En la exposición «Lux» se exhiben no solo pinturas sino también obras fotográficas, la magia óptica de atrapar el mundo dentro de la cámara obscura.

La casa-prisión es un tema fructífero que tiene ejemplos abundantes en la literatura. Sheridan Le Fanu, la otra fuente de inspiración del cuento cortazariano, se considera pionero del «locked-room mistery» con la ominosa casa de El tío Silas, cuya trama serpenteante representa bien el misticismo que impregna la historia de un asesinato. Algo similar ocurre en un breve cuento de Jorge Luis Borges titulado «La casa de Asterión», que presenta un acertijo sobre un personaje atrapado por su propia voluntad en una casa donde «no hay un solo mueble[5]» ni «una puerta cerrada[6]» para evitar fricciones con «el vulgo[7]», que resulta ser otra interpretación de Minotauro y su laberinto. Se trata siempre de casas entre sombras que ocultan el misterio y el mito.

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Antoni Taulé. «Madame Fredez» (foto cedida por la fundación Stämpfli)

Curiosamente, Giorgio de Chirico protesta contra la convención de proteger —o atrapar— esculturas en el museo: «la estatua no está destinada a hallarse siempre en un lugar cerrado por líneas bien definidas[8]». Las esculturas grecorromanas bajo el techo del museo deberían recuperar la luz del sol mediterráneo, como ya lo hacen muchas esculturas contemporáneas exhibidas a cielo abierto en la costa de Sitges, un concepto antitético de la casa laberíntica de la penumbra. Las casas de Taulé parecen alcanzar la conciliación de esta antítesis. Sus personajes están lejos de verse encerrados a pesar de su gesto de asombro por haberse perdido en un espacio familiarmente ajeno, ya que los edificios del pintor sabadellense se continúan con paisajes bucólicos sin ruptura ni barrera. De hecho, la mayoría de sus casas pintadas no tienen puerta en el umbral sino solo un hueco brillante por donde invade el mundo exterior con rayos intensos, caso paralelo al de Diana, la protagonista de Cortázar, que se desliza en un mundo pintado sin necesidad de un salto drástico. No hay ningún obstáculo interpuesto en el libre vaivén entre el mundo velado y el territorio iluminados del logos. Cuando Dominique Païni dice «no hay ninguna voluntad metafísica (De Chirico) ni analítica (Dalí)[9]» en las obras de Taulé, tal vez se refiere a esa continuidad sintética que anula la dicotomía entre la física y la metafísica, la luz y la sombra. Naturalmente, aquí ya no se encuentra el discurso longevo del ocultismo contra la iluminación, la herencia de los románticos adoptada por los surrealistas y cuyo rastro todavía es perceptible en algunas obras de Cortázar.

BIBLIOGRAFÍA CITADA

Borges, Jorge Luis. «La casa de Asterión» Obras completas . Barcelona: Emecé, 1997.

Chirico, Giorgio de. Sobre el arte metafísico y otros escritos. Edición de Juan José Lahuerta. Traductores: Jordi Pinós y Cristina Gonzalbo. Murcia: Librería Yerba, 1990.

Cortázar, Julio. «Fin de etapa» Obras completas . Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2003.

Heidegger, Martin. «Construir, habitar, pensar» Conferencias y artículos. Traductor: Eustaquio Barjau. Barcelona: Serbal, 2001.

Païni, Dominique. «L’imperi del buit» Antoni Taulé: L’imperi del buit. Barcelona: Àmbit Galeria d’Art, 2002.

Ruiz, Catalina. «Fin de etapa» Revista chilena de literatura. núm. 48, abr. 1996. Santiago: Impresos Universitaria, 1996.

[1] Martin Heidegger. «Construir, habitar, pensar». Conferencias y artículos. pág. 119.

[2] Giorgio de Chirico. Sobre el arte metafísico y otros escritos. pág. 43.

[3] Catalina Ruiz. «Fin de etapa». Revista chilena de literatura. núm. 48, abr. 1996. pág. 117.

[4] Julio Cortázar. «Fin de etapa». Obras completas . pág. 1001.

[5] Jorge Luis Borges. «La casa de Asterión». Obras completas . pág.569.

[6] Ibid.

[7] Ibid.

[8] Giorgio de Chirico. Op. cit. pág. 120.

[9] Dominique Païni. «L’imperi del buit». Antoni Taulé: l’imperi del buit. pág. 6. «No hi ha cap voluntat metafísica (De Chirico) ni analítica (Dalí).»

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