De este lado del charco es la primera novela de Mariana Komiseroff (Conejos, 2015) que narra la historia de una familia uruguaya que cruzó el Río de la Plata para instalarse en un barrio del conurbano bonaerense.
La voz de Adrián “el Nari” es la que lleva el hilo del relato que transcurre sin demasiada precisión entre principios de la dictadura y los primeros años de democracia. Nos sumergimos en la historia de esta familia que se construye a lo largo del tiempo, desde que los chicos juegan en el portoncito de la casa materna hasta que crecen y son padres.
Si bien el contexto social se instala de manera transversal en la historia, lo hace de forma solapada, como la sombra o la estela que deja el día a día de los personajes. La marca de la dictadura se encuentra en la desaparición del Emi, un amigo de Nari con el que se juntaban en el puente: “Nunca más se habló del tema. Yo no lo había visto, era verdad, pero mi vieja ni me preguntó. Lo importante no era la verdad, lo importante era no saber nada”. Esta frase presente al comienzo de la novela marca la atmósfera que va a recorrer todo el relato. Las problemáticas sociales en De este lado del charco no tienen su tiempo de reflexión, se suceden y se solapaban unas con otras bajo el ritmo de lo que tiene que resolverse cuanto antes.
Como dice Adrián “el beso de Fede con la Lili, la cagada que se había mandado en el colegio que todavía no me habían contado y el embarazo de la Flaca, me parecieron lo mismo”. Y de hecho lo eran, para quien lo primordial era su primer trabajo en una panadería que le permitía llevar comida a la casa materna. La desaparición del Emi, el aborto de la Flaca y el debut del Nari con una prostituta son vividos de forma naturalizada, se resuelvan o no se resuelvan, se aceptan como algo dado, se pasa la página, se sigue viviendo. La reflexión sobre las propias condiciones de vida muchas veces es un artículo de lujo. La miseria o la pobreza no tienen una carga ética o moral, la pobreza no se lamenta se vive, lo que le da al relato narrado en clave realista una potencia y una verosimilitud que por momentos se vuelve áspera y exasperante. De este lado del charco genera una admirable incomodidad al lector clasemediero, tan acostumbrado a la posibilidad de cuestionar lo existente. Cada vez que estamos a punto de esperar una reflexión, el relato se escapa por la tangente vuelve el Nari al laburo en la panadería, el Fede se junta con los amigos en el puente, se suceden los primeros amores y desamores, el tío se compra un auto, gana el radicalismo las elecciones y se retorna a la democracia.
El gran ausente del relato es la voz de la madre, una madre silenciosa cuya autoridad queda todo el tiempo en segundo plano. Ganan fuerza los vínculos entre hermanos, son los hermanos los que se cuidan entre sí, la Flaca haciéndole el peinado a la hermana menor, el Nari agarrando de los pelos a Fede cuando este se manda alguna macana. “Cuando terminamos apareció el Fede. Se acostó a dormir porque no había más comida. Pensé que mi madre le había guardado, pero la que se fijaba en esas cosas era la Flaca”. La madre es un personaje ausente, no la madre canguro capaz de proteger a sus hijos frente a cualquier situación, los hijos a lo largo de la historia van creciendo y asumiendo sus responsabilidades criándose y cuidándose entre ellos. “Esperaban que desmintiera lo que mamá acababa de decir. Porque para nosotros ella podía decir cualquiera cosa, pero la verdad la decía la Flaca”. Sin embargo, esta ausencia de la madre no sufre un juicio moral, el amor materno no es puesto en duda, en ningún momento se asocia con falta de amor. No hay una única manera, ni una correcta de ser madre.
La primera novela de la narradora, directora y crítica de teatro Mariana Komiseroff, tiene una voz propia y contundente, por momentos el relato adquiere un realismo perturbador y exasperante, la liviandad y ligereza con la que se cuenta la historia de esta familia tiene la potencia del relato teatral, distintas escenas o distintas postales de cada historia de vida que se van poniendo en juego e hilando, como un collage o un rompecabezas donde cada pieza ayuda a ir armando un paisaje tan afectivo como desolador.