Apunto algunas reflexiones sobre la conferencia de Ngũgĩ wa Thing’o en el CCCB. Fue como leer su libro Descolonizar la mente. Las mismas ideas. Me decepcionó un poco, porque el enfoque fue solamente político (en cuanto a la lengua). Yo pensaba que se explayaría algo más sobre cuestiones formales: texturas, sintaxis, relaciones semánticas-pensamiento, por ejemplo. Tiene un discurso marxista y antiimperialista. A primera vista uno está de acuerdo, no lo niego, pero con la lectura de Descolonizar la mente es más que suficiente como para seguir abundando en este aspecto.
Yo soy de la opinión de que los idiomas, y la literatura sobre todo, se enriquecen al contacto con otras lenguas, y no solo por injertar vocablos de otras lenguas. Pensemos por ejemplo en la literatura latinoamericana. Es difícil generalizar, pero si nos detenemos en la lengua estarán de acuerdo conmigo en que está atravesada semántica, rítmica y sintácticamente por otras lenguas. No tiene absolutamente nada que ver en esos aspectos con los mismos aspectos de la literatura española, aunque ambas utilicen la misma lengua. La latinoamericana es una literatura que absorbió del italiano, del ruso, del alemán, del inglés, del francés, de los modismos sintácticos de las lenguas amerindias. Pensemos ahora, por ejemplo, en un libro como Hombres de maíz, del guatemalteco Miguel Ángel Asturias. Está escrito en castellano, pero ahí hay una mixtura y un reflejo de las estructuras sintácticas del maya. Eso me interesa: la mezcla. Pensemos en la música. Por ejemplo: ahora escucho Randy Weston. El jazz es un buen ejemplo, como cualquier otro, de mezcla absoluta. Además, ¿qué no es mezcla? Hay que mirar demasiado cerca para creer en la pureza. La pureza no existe. Pensar en pureza es pensar en aislamiento. El aislamiento es endogámico. Si la pureza fuera lo que habría que prevalecer, esto estaría escrito en latín.
Otro tema aparte es la lengua como instrumento de poder, de colonización, y para abundar en este aspecto invito a leer Descolonizar la mente.
Pero volvamos a la conferencia (aunque todo lo antedicho lo pensaba durante la conferencia). En un momento, en el turno de preguntas, hubo un poco de escándalo. Algo de revuelo. Una mujer empezó a comentar cuestiones relacionadas con cómo a los inmigrantes en Europa se les exige aprender la lengua de acogida para recibir la tarjeta de residencia. El moderador, muy nervioso, casi la mandó callar arguyendo que aquello «se salía del tema». Thiong’o, un defensor de la libertad de expresión, pidió que le permitieran seguir. El moderador, que parecía querer evitar asuntos delicados, pidió que se formularan todas las preguntas juntas y que Thiong’o las respondiera una después de otra. De modo que se hizo caso al moderador: la siguiente pregunta se refería al teatro. Y la tercera versaba sobre qué opinaba sobre la «invisibilidad» de los negros en Europa.
El señor Thiong’o, con toda la clase de la que fue capaz, arrancó con un chiste: primero, no somos invisibles (ahí recordé El hombre invisible de R. Ellison). De hecho, dijo, ahora vengo de Viena y solo veía a los negros y hasta quería saludarlos a todos, porque eran muy pocos. Luego, como buen narrador, hiló su discurso y lo relacionó con el asunto del poder: No hay que perder de vista (e identificar) cuál es la lengua del poder y aprenderla. Luego se la agarró con Europa y su política antiinmigración, cuando de todos es sabido que Europa colonizó al resto del mundo. Estallaron los aplausos. Thiong’o desplegó todo el discurso antiimperialista del tipo «la globalización permite la libre circulación de capitales y construye al mismo tiempo muros o señala al inmigrante, porque es lo más fácil, lo más visible». Huelga decir que la pregunta sobre su teatro nunca se contestó.
Mientras sucedía todo esto yo pensaba en la torre de Babel. ¿Qué es mejor? ¿La torre de Babel no era un castigo para que los hombres no se entendieran? Sigo creyendo, sin embargo, que aunque parezca que las lenguas desaparecen, en realidad no lo hacen del todo. Hay mezcla, atraviesan la sintaxis de la lengua dominante o colonizadora, la transforman y enriquecen. Y con todo esto no quiero decir que esté en contra de la literatura escrita en lenguas minoritarias. Ni tampoco que niegue la evidencia de que la lengua sea utilizada demasiado a menudo como otro instrumento de poder. Pero las lenguas minoritarias sufren con frecuencia de poca difusión, y necesitan de la traducción para darse a conocer.
La literatura es maleable y porosa: la sintaxis es el fraseo que puede enriquecerse con aspectos formales de la lengua minoritaria. La literatura es comunicación.