Autocrítica

No creo en las amenazas de los poetas, son delgadas voces sonámbulas, palabras apenas con pellejo, descalzos ríos y desnudas piedras, un trozo de viento recién cortado, lentas llamas y delicados fuegos. Son relámpagos encharcados en los árboles, retórica disfrazada de incansable infierno, desatendida alegría y palpitar desierto. No temo, es más, al pequeño golpe que anida en sus bocas, ni al maullido rancio de sus plumas. Incompletos hombres, hombrecillos, minúsculos sus ojos cayendo sobre la gente, diminutos sus dolores repetidos, como granizos de hierro envejecido, como un entierro desganado de sus risas, como espejos: uno devorando el cuerpo de otro para multiplicar sus penas. Al igual que el pez, el poeta muere por su propia lengua.

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