Mutsuo Takahashi: Declaración de amor por las muñecas

1

¿De dónde viene nuestro amor por las muñecas,
Pigmalión?
El padre amarillo con un paraguas empuja el carrito por un callejón
y la pálida madre pedaleando en su máquina de coser es violada en la puerta de entrada.
El violador no es una personalidad
sino un hirsuto y sudoroso sujeto en bata de cirujano.
Siento el bulto enorme de su espalda en la habitación contigua.
Odio al padre con su débil voluntad, odio a la madre que no opone resistencia,
odio el coito indiferente entre padre y madre que nos trajo al mundo.
Bajamos la mirada, nos ovillamos
y no podemos más que fingir un parto en el piso de tatami.
A lo lejos se escucha una voz, es el comerciante de residuos de papel.
Es la mañana apacible de un día de primavera
cuando el olor del baño impregna la calle principal.
 2
En cuanto a nuestro sexo, no somos ni hombre ni mujer
mucho menos algo neutro.
Un muchacho: ni el tercero ni el cuarto, siempre el sexo del número cero.
Así que, como euglenas o medusas comunes
llevamos a cabo, sin cesar, nuestra diáfana monogénesis.
Las copias de nosotros que se multiplican interminablemente
llenan la pequeña habitación, se derraman sobre los espacios huecos del piso de tatami,
salen a la calle a través de las rendijas de las ventanas y flotan en el aire.
Si existe el término «embarazo imaginario», el término «alumbramiento imaginario» también debería existir.
La imaginación es una forma de existencia.
Esto es una certeza.
Pigmalión,
como una mujer embarazada que he experimentado muchos partos, nosotros
hemos envejecido siendo jóvenes
y con un ojo negro, nos convulsionamos sin cesar. 
 3
La muñeca: se trata de un concepto antes que de una cosa,
una idea mucho más llena de sustancia que una cosa.
Porque la sustancia es más delicada que las células o partículas,
se nos revela a través de las paredes o del empapelado de las puertas y se planta frente a nosotros.
Se hunde en nuestra cabellera y se agazapa en el cerebro.
El cráneo termina por parecerse, cada vez más, al útero.
Parir una muñeca, dar a luz a través de las pupilas y las puntas de los diez dedos, Pigmalión,
no tiene el tipo de entrañas o de alma que hay dentro de nosotros.
No, en lugar de un alma o de entrañas, su ausencia lo colma todo.
La superficie brillante de su cuerpo cubriendo una sustancia llamada ausencia ni siquiera es material.
¿Es él? ¿Es ella? Si nuestro sexo es el de un niño,
su sexo es el de una muñeca. Si somos el número cero, el sexo es la enésima potencia.
 4
El cuchillo, la sierra, los alicates, el martillo, la lima,
las tenazas, las tijeras, el tornillo, el taladro, las pinzas,
cinta de goma, guantes de caucho, algodón, el secador…
¡Cuánto se parecen estos utensilios para hacer muñecas
a los instrumentos para matar a un hombre!
Pigmalión,
no hacemos muñecas que se nos asemejen,
somos nosotros, tan bien como podemos, quienes nos asemejamos a las muñecas.
Habría que rehacer al padre, habría que rehacer a la madre.
Que salga la carne deformada del padre y hagamos de nuevo a la madre.
Si no pueden rehacerse, dejemos que sean aniquilados.
La cabeza y el torso, piernas y brazos, ojos y lengua, cabello y vello púbico—
Diseccionar es unir o, por decirlo de otra manera,
dar muerte es dar vida.
 5
¿Es posible dar muerte a una muñeca?
Esta es la máxima consideración en nuestro amor por las muñecas.
¿Cómo determinar clínicamente la hora de la muerte
de una muñeca que no tiene corazón o cerebro?
La cabeza separada del cuerpo,
los ojos arrancados de las cuencas
miran fijamente nuestras manos sin expresión alguna.
Aun si blandimos nuestro martillo contra ellos,
los aplastamos y los despedazamos,
la imagen póstuma de los globos oculares seguirá mirándonos.
No sólo la cabeza, no únicamente los ojos,
el ombligo, la entrepierna, las palmas, las plantas,
cada parte nos observa fijamente.
Si antes de nacer ya vivía,
¿cómo es posible darle muerte?
Pigmalión,
estamos muertos antes de ser asesinados. 

Poemas del libro Sleeping, Sinning, Falling, Takahashi Mutsuo, City Lights Books, 1992, San Francisco. Edición y traducción al inglés de Hiroaki Sato.

La traducción al español es de Daniela Camacho.
Imagen: Ryo Yoshida
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