En Las tierras arrasadas el escritor mexicano Emiliano Monge introduce al lector en un vertiginoso viaje a través de la oscuridad y de la selva: un trayecto que implicará el final para muchos de los que participan en él. El tema clave de esta denominada road novel es la violencia que asola el país del escritor.
De la mano de una banda de traficantes de almas, de personas que buscan la Tierra Prometida que mana leche y miel fuera de sus fronteras, nos introducimos en un mundo donde parece que nunca es de día. Una voz en off nos lleva del Paraíso al Infierno y mezcla magistralmente los diálogos en un dinamismo que hace que el lector se sienta también dentro de ese container de carne humana donde viajan los que perdieronlavoz.
Los quenotienennombre, los quecarecendealma, aquellos que sin estar muertos caminan ya en el reino de los muertos, se internan en la espesura de la selva para buscar un poco de esperanza en los Estados Unidos, guiados por dos chicos que se camuflan con el lodo, los animales salvajes y la tenebrosidad de la noche.
Escenas como la masacre de un ternero encogido en medio de la carretera y el despedazamiento de un perico, corren paralelas al apuñalamiento de una embarazada y a las violaciones constantes a las mujeres secuestradas (presentadas en forma de testimonios). Ambos grupos, animales y hombres inocentes, se unen en la novela para participar de la violencia de unos ambiciosos carentes de alma que juegan con el hado de aquellos más débiles abriendo la puerta a sus peores pesadillas. Muchos de ellos, ya advertidos de los peligros, intentan dar el paso y abandonan sus tierras:
«Me había quedado allí solo…lo aguanté más que nadie…Los vi a todos irse yendo…me fui quedando hasta que no había nadie…mi casa sola…el pueblo solo…el campo así también de solo y sin nadie…nomás silencio y viento mudo…hasta las moscas se callaron»
Monge denomina a ese conjunto de personas que aparecen como un grupo homogéneo «seres que aún tienen un dios, un alma, un nombre y una sombra» antes de toparse con los ángeles de la Muerte que provocarán en ellos la pérdida completa de identidad. De sus bocas solo saldrán aullidos y temores y serán apaleados por aquellos que no tienen alma, pero sí tienen fusiles, y palos, y metralla.
Es de relevancia advertir la onomástica que proporciona Monge a sus personajes. Los principales, la banda de secuestradores, son: Epitafio, Estela (quizá queriendo recordar a Esquela), Sepelio y el padre Nicho. Además, del mismo refugio donde se criaron proceden Osaria y Cementeria. Todos estos nombres aparecen vinculados a la muerte, el fin último y oficio que marcará a los personajes. Una nueva incorporación a la pandilla es el gigante sin nombre y ganador de una medalla olímpica, secuestrado por Estela y Epitafio y al que bautizarán como Mausoleo, por su imponente físico y por su hado ahora marcado también por la muerte. Mausoleo llegará a maltratar a sus compañeros de container por su propia supervivencia.
Pero la historia de Monge es una historia de violencia y de amor. Epitafio y Estela son los rudos Romeo y Julieta mexicanos, dos Bonnie and Clyde que llevan a su cargo una banda organizada de raptos y emplean la violencia verbal y física a lo largo de la trama.
Al más puro estilo Shakespeare, cuando Epitafio es engañado por Sepelio y cree que su amada ha fallecido en una trampa, decide vagar sin rumbo esperando su propio desenlace, su consumación. Elsordodelamente gime y se derrumba pensando que ha fallado a su Estela dejándola morir:
«Sin pensárselo dos veces, Elsordodelamente aguarda el instante que en su vida ha sucedido hace ya tiempo y, cuando el tráiler que su instinto elige está a punto de pasar delante suyo, avanza un par de pasos que son casi un par de saltos: el impacto de la carne contra el metal (…) lo último que alcanza a hacer es pedir perdón a Estela»
Pero Estela está viva. La misma confusión sucede en la obra shakesperiana. La mujer, por su parte, al saber que Epitafio ha fallecido traicionado por Sepelio, decide alzar un machete y arrancarse los ojos: «mira su reflejo por última ocasión y, mientras grita el trillizo un enunciado que ni ella ni nosotros escuchamos, (…) raja sus dos córneas: ¿para qué podría quererlas si no va ya nunca a ver a Epitafio, si su mundo es ahora ya puro vacío circular, pura distancia, pura nada?»
Puede costar al lector asumir que tanto amor irradie en dos personajes que son puramente egoístas, acostumbrados al asesinato y al uso de la metralla sobre cuerpos que yanotienenalma, yanotienenDios, pero Monge teje una historia de amor y de muerte entre las líneas de violencia que desprende de su trepidante road novel con referencias a la Divina Comedia de Dante. Nos presenta un viaje que parece indicar:
Lasciate ogni speranza, voi ch´ entrate.