Nacionalidad: alemana
Año: 2014
Dirigida por: Timm Kröger
La pintura El origen del mundo, de Gustave Courbet, es una obra que hasta finales del siglo pasado muchos conocían pero pocos habían visto. Los sucesivos propietarios tuvieron la tendencia a evitar su exposición, quizás absorbidos por la mórbida y procaz belleza del motivo o tal vez atemorizados de la polémica que podría suscitar su salida a la luz pública. En todo caso, su presencia en la mesilla del compositor ficticio Otto Schiffmann revela aspectos del personaje, al que apenas vemos y del que oímos bastante, tanto como de la matriz del drama sordo que se va a vivir.
Recluido por propia voluntad tras una ruptura amorosa, Schiffmann desaparece en el bosque cuando sus amigos Paul, Anna y Willi, acuden de visita. Tras varios días esperando su regreso y luego de un par de excursiones en su busca que resultan infructuosas, Otto reaparece en un estado de sonambulismo. Durante su ausencia, los recién llegados revuelven en los papeles esparcidos por la casa intentando encontrar respuestas a la súbita fuga y descubren una partitura que Paul, también músico, describe como compleja y hermosa, si bien perturbadora.
Paul repite esa melodía incansablemente, llegando incluso a creer que es la misma que cantan los pájaros de la región, una analogía que tan solo él y Otto parecen compartir y que los devora como si fuera el llamado ancestral de la natura, succionándolos a su seno, origen y fin del ser humano, su maravilla y su perdición, seductora entidad femenina que reclama el deseo carnal y la fecundidad.
La película alterna lo exiguo del espacio de la cabaña, en la que los tres amigos conviven con la oscuridad de la noche y la escasez de intimidad, y la amplitud diáfana de lo silvestre, donde sus cuerpos se integran a la fronda hasta casi ser indiscernibles. La intriga construida alrededor de la falta-omnipresencia de Otto y la devoción de Paul hacia su colega transcurre de una manera deliberadamente lenta, con el fin de desviarnos de las verdaderas protagonistas. Los colores difuminados de la espesura nos recuerdan sin ambages a los horizontes en oculta efervescencia de Caspar David Friedrich, paisajes en los que lo apacible es la apariencia de lo que está a punto de estallar.
Se trata de un filme que a primera vista puede no resultar completamente logrado pero que se insinúa más en los tiempos muertos que en la acción. El recurso visual a la categoría de lo sublime kantiano le otorga la profundidad a la historia, con lo que el disfrute viene más de la mano de un placer estético que de una trama novedosa que, no obstante, cumple con los propósitos de transmitir el terror y el atractivo superior a las fuerzas del hombre que supone la naturaleza, una naturaleza hermética que va a hallar en la mujer a su aliada y sacerdotisa.