Los apasionados por la literatura estamos continuamente saltando de vagón en vagón dentro de un tren que nos hace viajar a diversos lugares del mundo. Unos libros nos llevan a otros, esos nos descubren y nos recuerdan a otros tantos y través de esas historias conocemos diferentes maneras de pensar, de ver la realidad, de relacionarse y de vivir en general.
Es interesante estudiar cómo, en muchos casos, se establecen puntos de encuentro entre relatos escritos en épocas y lugares muy dispares. Este es el caso de la tragedia Edipo Rey del poeta griego Sófocles (Colono, 496 a. C. – Atenas, 406 a. C.) y el cuento El retrato de Shunkin del japonés Junichiro Tanizaki (Tokio, 1886 – Kanagawa, 1965).
La literatura desde sus más tempranas manifestaciones ha sido lugar predilecto para reflexionar acerca del ser humano, de su soledad insalvable y de la búsqueda de la identidad personal y del sentido de la vida.
La tragedia griega cuenta la historia de Edipo, rey de Tebas que, sin saberlo y cumpliendo con su sino, mata a su padre y se casa con su madre, a pesar de haber sido advertido por el famoso Oráculo de Delfos. Se trata en última instancia de una historia de búsqueda incansable de la identidad y de aprendizaje a través del sufrimiento.
El retrato de Shunkin se sitúa en el Japón de la era Meiji (último tercio del siglo XIX). Narra la vida de Shunkin, una bella y culta mujer perteneciente a una acomodada familia de Osaka, que se queda ciega siendo una niña. La historia se centra en la relación que establece esta con Sasuke, su discípulo y verdadero protagonista del relato, el cual desde temprana edad dedicará su vida a complacer los deseos y necesidades de Shunkin. A lo largo de la historia Sasuke irá desarrollando una devoción obsesiva hacia su ama que le llevará a un final trágico.
La vida de estos protagonistas es un continuo aprendizaje y cuando ese aprendizaje está llegando a su fin irremediablemente se debe producir un sacrificio. En este caso el castigo que se infligen los propios personajes por los actos cometidos es idéntico: se dice que Edipo se arrancó los ojos con los broches del vestido de su madre Yocasta cuando esta se quita la vida y de la misma manera Sasuke se clava una aguja de coser en cada pupila a modo de expiación por no haber podido salvar a su maestra de un ataque con agua hirviendo que le desfigura la cara. El mismo Sasuke dice: “Sentía que debía de ser castigado. Día y noche he rezado a los espíritus pidiéndoles alguna aflicción ya que no tenía ninguna manera de expiar mi negligencia”.
En ambas historias se llega a la conclusión de que “no por ver observas”, en los dos personajes la ceguera abre nuevas puertas. Para los griegos un personaje ciego como el adivino Tiresias representaba la sabiduría, la capacidad de ver más allá de las cosas o de ver las cosas tal y cómo son realmente. En un momento de la tragedia le dice Tiresias a Edipo: «Te burlas de mí por ser ciego. Tú, tú si ves. Pero no ves en qué desgracia vives» y así en un pasaje posterior de la obra grita enfadado Edipo: «¡Ojos, no veréis más ni el mal que sufro, ni el crimen que cometo!, ¡Dormid la muerte de la noche eterna y las tinieblas podrán defenderos de ver lo que no quise ver jamás y tampoco aquello que tan anheloso ver ansiaba!». La ceguera les lleva a no sufrir, a redimirse, a tener una epifanía y, en definitiva, a volverse más sabios. En “Retrato de Shunkin” una vez que el protagonista pierde la visión se dice: “Allí sentados el uno frente al otro en silencio Sasuke empezó a sentir como se le avivaba ese sexto sentido que sólo poseen los ciegos, y notó que el corazón de Shunkin no albergaba sino la gratitud más profunda. (…) Sasuke supo entonces que había encontrado una visión interior en sustitución de la visión perdida”.
Los dos protagonistas buscan el aprendizaje y la verdad y los encuentran en la ceguera. Arrancarse los ojos se ve como la acción más heróica porque al fin han alcanzado su objetivo. La ceguera coincide por tanto con el final de este aprendizaje.
Edipo y Sasuke son personajes que en su búsqueda de la verdad se conocen a sí mismos y a través de un sacrificio descubren la identidad del ser humano, su papel en el mundo y la realidad de la vida, sujeta siempre a los embates del destino y a sufrimientos inexplicables. En contrapunto con lo anterior vemos que su fuerza es admirable ya que finalmente aceptan su fortuna con total entereza.
Imagen: Ángel Ramiro Sánchez (Tiresias, 2002)