Lo único que me dejó fue el sabor a sal y a un tequila muy malo

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Francisco me conoció una noche de esas que no hay jale, en las que bailas por bailar, sin esperar propinas. Llegó desangelado, con las manos en las bolsas y apretando los ojos tras sus lentes de abogado, como si le calara la luz. Se sentó en una mesa para dos, se le acercaron a ofrecerle algo de tomar, pidió algo doble, no alcancé a ver qué. Se lo trajeron y se sentaron en sus piernas, él la abrazó por la espalda, pero no la veía, tampoco a mí. Solo veía el escenario vacío, como buscando algo que hubiera perdido tiempo atrás.

Ella se cansó de no conseguir nada. Al poco tiempo me le acerqué y, poniendo mis codos en la mesa, me le quedé viendo a los ojos. Bajó la vista y me vio, torció un poco la boca y quiso decir algo, pero aquel quejido se ahogó entre el humo que cubría el lugar. Le pregunté que qué andaba buscando. Me dijo que no sabía. Le ofrecí mis nalgas por tres minutos, allá en los privados. Me dijo que nel. Le dije que si no consumía lo iban a sacar, que el Brody y el Santi no se andaban con mamadas, los volteé a ver. Me dijo que solo tres minutos y después lo dejara estar en paz ahí sentado. Le dije que nel, que puro pedo con él. Pero me dio lástima y acepté, nos fuimos.

Pusieron Patience de los Guns, de mis canciones favoritas. No era una canción para ponerle las nalgas cerca a alguien, pero servía. Empezó a llorar. Gritó quedito un, “Pinche Regina”. Y me besó el ombligo. Le dije que no se valía tocar. Pero lo siguió haciendo. A mí me valía, pero eran las reglas, lo dejé seguir y con sus manos en mis tetas, al mismo tiempo, llenaba mi abdomen de lágrimas. Pinche bato ridículo. Pero era tierno, como su verga, su diminuta verga parecida a un pulgar. Pero tenía un buen sabor, eso lo supe después. Una como vieja es la que siempre llora, pero algo le dolía, se le notaba en corto.

La canción se terminó, eso fueron dos privados, comenzó otra y otra más. Terminamos cogiendo, o eso intentamos, apenas y podía penetrar. No le alcanzaba. Ni siquiera se quitó los pantalones, los dejó a la altura de sus rodillas. No terminé, él sí, tímidamente se limpió y agachó la cabeza, apretaba los puños y maldecía.

No le pregunté por qué lloraba, pero me contó. Regina se había llevado todo, a los niños, al perro, el carro, su computadora. No se fue sola, afirmaba, había alguien más detrás de todo eso. Solo lo miré, por fin comprendió la miseria que lo rodeaba y lo poco que me importaba y se limpió la nariz y se fue, ni siquiera le cobré, lo dejaría sin nada. Me agradeció y se fue.

Esa noche no hubo más, hasta el Brody dejó su lugar en la puerta y se vino a tomar una chela, me besó y bailó conmigo. Llevábamos un rato saliendo, casi tres años. No me gustaba, su boca tenía un olor raro, como a lodo, es algo que nunca pude explicar. Sus barbas crecían hacia todos lados y me daba asco, pero estaba bien dotado, sus manos, su lengua y su verga eran majestuosas, pero al cabo me cansaba, me asqueaba coger con él. Salíamos de todos modos.

Francisco siguió viniendo, cada vez más triste. Era como si sus manos se agrietaran conforme se hacía más de noche. Su piel se resecaba, una barba blanca comenzaba a salirle, se ponía viejo en cuestión de días. Cada día cogíamos menos, nos besábamos más y ya casi no lloraba. Solo cuando terminaba, era casi un ritual, sus fluidos congeniaban y acordaban brotar al mismo tiempo en forma de fuente directos hacia mí. Asqueroso y mágico me parecía todo aquél espectáculo. Yo aplaudía y me recostaba en su pecho.

Casi puedo decir que lo quería. Chingue su madre, lo quería, me daba todo lo que le negaron en casa. El Brody ni sabía qué pedo. Un día Francisco ya no vino, seguí jalando como si nada, pasaron tres días y me agüité. A la semana pensé que jamás iba a volver, y así fue. Un día supe que lo habían matado. Fue a buscar a Regina muy lejos, al parecer hubo mentadas de madre hacia él, lloriqueos hacia ella, el bato lo sacó a patadas de su casa y le dijo que no se acercara a ella de nuevo, corrió a tirarle de golpes y al bato no le quedó más que soltarle un plomazo, primero en la entrepierna, pobre Francisco, después en la puritita sien. Me lo dejaron bien muerto.

Pobre Pancho, se quedó añorando a la Regina que lo dejó por un huerco pudiente, yo me quedé sin el Brody por puta. Me quedé sin el Pancho, sin su verga diminuta, cuánto me llenaba, no ella, sino todo él. Es el precio que nos toca pagar a nosotras, no me dejó nada, lo único que me dejó fue un sabor a sal y a un tequila muy malo.

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