Tempestad

Alaridos en el ventrículo de las torturas.

Se arrastra la tristeza por los túneles de las arterias.

– José Sbarra

I.

¿alguna vez sentiste culpa porque el sol brillara el cielo que te acoge?
¿o por la caricia de la brisa y la sombra de un árbol vivo?
¿alguna vez la sal quemó las arterias de tus ojos?
¿alguna vez el amor no fue suficiente para sostener la esperanza?
¿alguna vez fuiste un barco de papel a la deriva,
un mensaje embotellado al vaivén de la inclemencia?
¿alguna vez la sombra de la muerte te asechó el pulso, te abusó el miedo?
¿alguna vez fallaste por no estar para reconstruir
lo que tú también ayudaste a romper
(la calma, la perspectiva, la entereza)?
¿alguna vez sentiste la urgencia de ahogarte en los brazos de cualquiera
hasta perderte?
¿alguna vez te sentiste tan despavorida, tan incondicionalmente rota?

II. 

Permíteme ubicarte la empatía. ¿Recuerdas cuando se escapó tu gato y el mundo se te vino arriba con todo el dolor y el desespero de la incertidumbre? Ahora, imagina que eres lo que quedó de ti cargando todo el peso del desconsuelo sobre cada célula de tu cuerpo, con ese surco profundo, oscuro, inacabable en la boca del estómago, con los pensamientos más terroríficos permaneciendo la madrugada y el insomnio  —aún cuando más brillaba el sol. Imagina que también eres ese gato perdido, desconcertado, con miedo, solo, tan pequeño e indefenso. Imagina que eres ese tú y eres ese él y eres todas esas cosas juntas, a la vez, todo el tiempo, en aparente permanencia. ¿Lo sientes? ¿Sientes el núcleo de la derrota? ¿Recuerdas cuando volviste a ser nadie, parte de nada? ¿Lo sientes? Bien. Es lo que soy ahora, un nudo sobre otro en absoluto desamparo.

III.

Escuchar a Quimera, volver a oxigenar.

IV.

Alguien dígame, por favor, qué es lo que hace falta, si no basta la muerte, para que den cuenta de que la mano que nos alimenta es la misma que nos aplasta. Alguien dígame cómo hacerles entrar en razón. Dejo todo, lo juro. Solo díganme, qué se hace cuando suficiente no basta. ¿Qué se hace?

V.

Y mientras crecen la peste, el hambre, la deshidratación, la enfermedad, la desesperación y la muerte, secuestran suministros, siembran terror y militarizan el país. El gobierno de Puerto Rico es y siempre ha sido cómplice de la tiranía. Es hora, es hora de despertar.

VI.

Recordar a Vieques. Desobediencia civil. Transgredir la autoridad del estado y la milicia. Organizarse. Rescatar los suministros y distribuirlos justamente. Lo de siempre: ellos contra el pueblo, el pueblo en acción, a su propio rescate, a favor de sí mismo. Es posible y necesario.

VII.

Un dedo, un gatillo y una bala bien puesta entremedio del cerrojo. Desear tanto un sueño hasta hacerlo desangrar. Sí, hay gente innecesaria.

VIII.

Panorama al octavo día post ciclón: continúan sin llegar a donde tienen que llegar los suministros. Crecen el hambre, la deshidratación, la enfermedad, la carencia y la muerte; colapsan algunos hospitales y otros ya no admiten a nadie más; en las calles abundan los escombros y los cadáveres de animales, más peste y más enfermedad; familias entierran a sus muertos en fosas tras sus casas destrozadas; las noches son de las balas que no apuntan ningún blanco de consciencia; el gobierno local se vive su reality show, miente una y otra vez; toque de queda nocturno indefinido, con “todo el peso de la ley”; se intensifica la militarización, se criminaliza la crisis humanitaria; el pentágono establece una oficina de mando en la isla; Trump sigue cagándose en nos y, cual chiste, recesa el Acta Jones por diez días; la psicosis colonial de la puertorriqueñidad repite «qué nos haríamos sin ellos».

IX.

Exiliarse en los brazos del amo parecería un fetiche sadomasoquista. Y lo sería, si la relación fuera consentida.

X.

Se levanta la Ley Seca: hay permiso para intoxicar el dolor.

XI.

Quimera no tiene miedo.

Montevideo, Uruguay
Durante y tras el paso del Huracán María por Puerto Rico

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