Adentrarse en El otro tiempo (La Calabaza del diablo, 2016), de Daniela Acosta, es penetrar en esa intimidad poco usual para un extraño, en esas reflexiones que a veces no se revelan como tal ni siquiera para quien las piensa o siente. Todos tenemos secretos que a veces no somos capaces de descifrar bien (la cita inicial de Clarice Lispector dialoga bien con esta idea: Solo sé ser íntima en todas las circunstancias: por eso, soy muy callada). Aquí las palabras brotan desde esa silente que elige con quién hablar, y qué decir, pero también, de una necesidad esencial de hacerlo, de conectar a través de su relato con alguien de allá afuera. Esta naturalidad del texto es, paradójicamente, lo que lo engrandece, lo que provoca la atracción y en momentos sublimes que enlazan lo poético y lo cotidiano, la fascinación.
Una chica escribe correos a una amiga contando su experiencia como residente en Buenos Aires. La extrañeza y novedad que otorga el espacio, por ser una extranjera, es lo que configura la posibilidad de vivir a su ritmo, a su gente, a su tiempo, es lo que le da la posibilidad de reflexionar sobre lo que hace, sobre cómo lo hace, como si el “carteo” le facilitara –y complejizara, también– explicarse por qué está ahí. Contar con alguien que “no es nuevo”, le permite, también, volver a distancia a esa vida que ha puesto en pausa, desde esa lejanía que le devuelve imágenes nítidas, ideas cimentadas y otras no tanto. ¿El otro tiempo es este? ¿Es ese que dejó? Quizás ambos, en una madeja que se va hilvanando con ideas, situaciones que solo saben ser íntimas.
Como si escribiera un diario de vida, el recurso de una interlocutora muda, de la que escasamente obtiene respuestas (o si las obtiene, parecieran no ser tan comprometidas como sus misivas), es la posibilidad de materializar esas vivencias, las de ahora, junto con las que han quedado atrás pero que a veces se añoran, ese todoslosdías que bajo el prisma de lejanía aparece como algo aplastante pero necesario. Estando Lejos, el tiempo fluye, pero también hay escollos, nostalgias, falta de respuestas. Pareciera que la crisis es permanente, pero en el fondo, hay ausencia de crisis y ese es el juego: el tono es inquieto, pero conforme; autoconsciente (y por ende, removedor, dudoso), pero también seguro, de convicciones claras; se sufre y se goza como experiencias sinónimas.
Vamos siguiendo una historia lineal a través de fragmentos que relatan escenas precisas pero desmembradas, donde el hilo conductor es la sensación de encontrarse con ese tiempo que no admite la domesticación, que permite la resistencia a moldes, lazos, e incluso al propio razonar: el anhelo de ser “un caballo que corre por las noches, sintiendo el viento en sus crines, que ondulan y brillan bajo la luz de la luna en los montes”.
Quise conversar con Daniela para hablar de su libro, de su escritura, y por medio de sus respuestas seguir ahondando en el texto e invitar a leerlo.
¿La escritura de El otro tiempo, fue un proceso azaroso e intuitivo o más bien estructurado, con un mapa previo?
Empecé a escribir El otro tiempo con una consigna/emoción/necesidad clara: quería escribir algo que yo quisiera leer y dar cuenta del lazo de amistad que puede unir a dos mujeres. Estaba viviendo en Buenos Aires y echaba mucho de menos a mis amigas de Santiago. Les escribía correos. De ahí vino la estructura, de algo que me estaba pasando. También pensé en la libertad que hay al escribirle a alguien un correo, ese otro tipo de comunicación que se establece, esa intimidad diferente, esa otra personalidad que se desarrolla en la virtualidad, las posibilidades de fragmentación, quiebre y continuidad. El camino de la protagonista, por cierto, fue cambiando a medida que escribía. Entonces, podría decir que tenía el propósito, pero no una estructura concreta. En tal sentido, fue un proceso orgánico, como un argumento sin guion. Eso con la escritura. El proceso de edición, que creo en tiempo fue algo así como un tercio del total que dediqué al libro, es otra cosa.
Creo que el texto, de soslayo, y también de manera directa, constituye un discurso que critica los poderes, pero que también erige un tipo de poder, ¿qué te parece?
Claro. La protagonista está en el borde: para empezar, es mujer. También es extranjera, no particularmente privilegiada en lo económico tampoco. Entonces, su voz viene desde ahí. Desde ese lugar en el mundo, se construye en la medida de sus vivencias, dando cuenta de diversos tipos de violencias de las que es objeto. Eso, como tú dices, va quedando en la narración tanto de forma implícita como explícita. La protagonista va observando lo que le pasa, lo que siente, cómo son las personas con las que se relacionan respecto a ella, las relaciones en general, en un mundo que no es tan cómodo, digamos. Creo que ahí puede radicar esta otra fuerza, además de la conexión que ella está buscando constantemente. El poder de los lazos amistosos, de la intimidad, del estar ahora presente, conectada consigo misma y, por tanto, con la posibilidad de conectar con el resto. Ahí aparece la amistad como una forma de resistencia ante un sistema económico y social sumamente violento con las personas.
¿Cómo se da en tu “historial de escritura” la relación con la poesía y la narrativa? Creo que ambos registros a veces alcanzan un logrado diálogo. El correo que tiene por nombre “Mancha” muestra esto de manera perfecta.
Para mí es súper difícil separar las cosas. Supongo que ya estamos en un punto en que no es tan necesario hacerlo, tampoco. Cuando era más joven escribía solo poesía. Un poco de prosa poética, también, pero nunca pensando en algún tipo de narración más que pequeños fragmentos que daban cuenta de un momento, una sensación, un devenir. Luego me pasé a la narrativa. Dejé un rato la poesía “pura”, pero después me di cuenta que mis registros están entrelazados y que no hace falta que los separe. No es algo tan racionalizado, de todas formas. Aunque no tengan la forma de un poema, sé que ciertos pasajes, oraciones, tienen más que ver con imágenes que pueden ser más poéticas y creo que está bien que sea así. En general, prefiero también las obras (cine, narrativa, artes visuales, música) que mezclan lenguajes.
Hay escenas que muestran lo complejo de las relaciones, recuerdos bellos y otros no tanto con la familia, con amigos, con hombres, el trabajo. Estas escenas que “cuentan”, van “diciendo” mucho sobre el personaje, van configurándolo, mientras a ratos quisiera erigirse desde otro lugar, a partir de esos momentos a solas, de esa introspección que la funde con la naturaleza (“a veces quisiera ser tierra, ser lluvia, ser mar. Abolir la barrera entre mí misma y los demás”). ¿Es un tema que te interesa seguir explorando? Pareciera ser un cuestionamiento persistente que quizás tiene implicancias en otro texto.
Creo que de algún modo es lo que me interesa en este momento de mi propia vida y que, claro, se traduce en lo que escribo. Las relaciones interpersonales, la propia madurez, el autoconocimiento, la relación con el mundo y la naturaleza, el lugar que ocupamos en el universo…
En uno de los correos se habla del cuerpo; “decidí dejar la cabeza de lado. Estoy en el tiempo del cuerpo”. Esta supuesta escisión, ¿cómo importa a la protagonista en cuanto mujer, en cuanto ser humano?
Ese corte, cuando la protagonista decide “dejar la cabeza de lado”, es algo así como darse paz respecto al tráfago mental y permiso para sentir, para verse y encontrarse en ese fluir, que muchas veces es negado en una perspectiva más racional del mundo. Y es de suma importancia porque se encuentra con la fuerza, con la energía y con el conocimiento que le puede entregar su cuerpo, sus sensaciones, conectándose también con la intuición. La idea sería que pudiera llegar a un punto medio entre la racionalidad y el instinto, pero para eso la protagonista tiene que salirse de la racionalidad un rato, irse al otro extremo.
Ese constante rechazo y atracción por el lugar propio habla de una inadecuación que le es necesaria, pero a la que también teme, porque supone la conciencia del “no saber-se” del todo. Esto puede tener un correlato textual con la creación del personaje mismo, al que conocemos muy bien a ratos, al tiempo que se nos escabulle. ¿Te interesa tratar esa ambigüedad a la hora de construir tus textos y personajes?
Sí, es que me gustan que una pueda completar lo que ve, lee o escucha, sin caer en ocultamiento total. No me gusta cuando los libros u otros productos culturales me entregan todo y queda todo redondo, cerrado, sin posibilidad de otras lecturas.
¿Hay algún otro libro en camino? ¿Cómo te relacionas con las demás escrituras que hoy están dando que hablar en nuestro panorama nacional?
Estoy escribiendo. Es lo que más me gusta hacer. Creo que encontré un modo de expresión que me gusta. Pero soy lenta, súper lenta, de reacciones, procesos. Como cualquiera, supongo. Y al parecer los procesos escriturales son diversos. Por ahora estoy tomando muchas notas, leyendo harto, escuchando músicas, viendo películas, viendo muchos memes. Al final todo nutre. Y a veces pasa que alguna cosa me hace sentido, sincroniza con lo que estoy escribiendo y, bueno, lo anoto. En general pienso harto antes de que las cosas decanten en un punto. Y desde ahí, también soy lenta. Aunque una vez ya en esa rueda creativa o en ese mundo creado, el camino, a mí por lo menos, se me hace más una carretera a veces. De todas formas, no tengo apuro. Creo que llegará cuando deba hacerlo. Respecto a las escrituras que rondan el circuito, hay varias cosas que me gustan y en ese sentido conecto. De todas formas, se me da mucho más con las amistades. Es el caso de lo que hace Begoña Ugalde, Josefina González, Amelia Bande, Mónica Drouilly, Constanza Anabalón. Todas, por cosas muy diferentes, me nutren y –espero– yo también a ellas.