Natasha Isabella Martínez: La “Ofelia sin guion ni río”

«Hay cosas que centran y otras que fluyen con uno, independientemente de nuestro estado. Creo que la poesía es de esas últimas».

Una vez la profesora de flamenco le dijo a Natasha Isabella (Caracas, 1993) que en su forma de ejecutar cierto paso era “como una ola de mar”, y añadió: “Te hace falta más tierra”. Ella recuerda la anécdota mientras habla sobre la emoción y el cuerpo y la manera en la que ambos se complementan al momento de procesar una experiencia. Para Natasha, entre muchas cosas, esa experiencia se traduce en un producto final: la poesía.

Pero la necesidad expresiva que deriva de la danza no es la única que se manifiesta en sus poemas, también está su formación teatral, en donde el cuerpo vuelve a cobrar un protagonismo determinante. Aprender a identificar las expresiones corporales, aprender a encajar un personaje que llega a uno como un ente de papel, saber pararse bajo los focos, jugar con la luz, la utilería, los escenarios, captar el instante frente a los espectadores y pensarlos más tarde, revivirlos en alguna súbita inspiración que los fusione con una imagen aunque sus nombres queden en la penumbra. Danza y teatro son dos disciplinas interconectadas en los versos de Natasha Martínez y se asoman detrás de su sujeto lírico, que suma a la experiencia sensorial una manera de hacer memoria a partir de la palabra, de dar rienda suelta al vicio —como describe ella al acto de escribir— y, muy particularmente, de cantar los amores caídos en desgracia.

De esa última inclinación se advierte el vínculo con la Ofelia shakesperiana, personaje que incluso da nombre a su blog: «Me encanta Shakespeare y Ofelia me conmueve mucho. Quisiera Ofelia alguna vez en las tablas. Es el primer amor que cae en desgracia, así como Julieta, pero me parece incluso más trágico porque se enamora sola. La otra razón es una parte de Los hermanos Karamázov, al principio, cuando hablan de la primera esposa del padre, la describen como una mujer que no se suicidó como Ofelia porque nunca encontró un río lo suficientemente poético. A veces lo pienso y me da risa porque el único río en casting para un suicidio poético acá [en Caracas, Venezuela] es el Guaire y bueno, es triste ser Ofelia, pero ser Ofelia sin río…»

No tiene hábitos ni rutinas para escribir, sin embargo, siempre carga a mano un cuaderno para atajar la inspiración cuando aparece. Insiste en que para ella la pluma es como un mal vicio porque recurre a ello por impulso, por el deseo de soltar algo que se ha anudado en lo más hondo y que no puede quedarse más tiempo allí. La soledad y el desamor suelen ser el norte temático de sus poemas: «Me pasa mucho que a veces escribo lo que quisiera decirle al amado de turno. Puedo dejarlo archivado por mucho tiempo y cuando me siento lista, lo publico y es incluso mejor que decirlo de verdad».

Yo quería creer que éramos

una película en blanco y negro

nostalgia de aguas profundas y lunas cálidas

Imaginaba nuestra danza en las zonas grises cinematográficas

donde tendrías la claridad

y el alcance óptico

de leerme sin subtítulos

Con todo, la narrativa llegó primero que la poesía. Natasha comenta que escribía relatos en la adolescencia pero en alguna parte del camino la raptó la lírica y no le ha dado largas al asunto, aunque tampoco se cierra del todo a ese género. Textos posteriores como “Malena” o “Billie Holiday” dan cuenta de un diálogo con la imagen que explora recursos literarios más allá del verso, aún así, ella no se atreve a catalogarlos propiamente como cuentos.

En el instituto donde estudiaba adoptó la costumbre de compartir sus escritos con las amigas. Luego, vino el rapto: «En mi colegio hicieron un taller de poesía extracurricular y me metí, fuimos a un recital en el que estaba Floriano Martins y quiso intercambiar poemas conmigo. Me gustaba escribir pero me daba mucha pena recitar, creo que se dio cuenta y quiso leerlo. Vi lo importante de la voz en ese momento, pero igual no sabía nada».

En ese entonces mantuvo el ejercicio narrativo por medio de un blog que acabó dejando de lado después de ingresar a la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. El contacto con el mundo literario a nivel universitario le produjo un bloqueo: «Cuando entré en la Escuela y leí más me entró un pudor enorme por lo que escribía. Dejé de hacerlo por mucho tiempo, borré todo. Empezó a darme mucho pánico escribir y leérselo a alguien, pero me iba enamorando más de leer. De vez en cuando se los mandaba a una amiga de madrugada y los corregíamos… Con el tiempo se volvió mi ‘filtro de amistades’: si te mando poemas de noche (míos o que me gusten mucho) estamos en confianza».

Asegura que tuvo etapas en las que se le notaba la influencia de Walt Whitman pero, si tiene que mencionar una figura determinante en su escritura, sin duda es Hanni Ossott. En cuanto al andamiaje de sus versos, Natasha nombra desde puntos y comas —elementos de la ortografía y la sintaxis tienden a volverse parte «tangible» de su imagen poética— desde planos fotográficos, encuadres grises; pone el verbo bajo los reflectores y lo entrega, dadivosa, a quien lo lea.

/ Pero

escribiste un guión de lugares

(comunes) / bajo la lluvia y yo

no estaba en el casting

de gotas artificiales/ muebles beige

y camas triangulares.

 

Soy un rojo solitario y circular

espera de un toro condenado

soledad invisible de un tiempo que se apaga

 

Primer plano de tus manos en mi espalda

buscando mi cicatriz

sin encontrarla.

Sus libros sagrados los tiene sobre la mesa de noche de su habitación: La peste, Bodas de sangre, Es una buena máquina, El barco ebrio y Delta de Venus. Cuando la abstinencia por la falta de escritura la ataca, tiene para ella estos refugios de papel.

Como muchos jóvenes de su generación, Natasha Martínez ha aprovechado los medios digitales para compartir su poesía. Además de su blog, poemas suyos han aparecido en la revista Digo.palabra.txt. Leerla es sentir la nostalgia por un objeto querido mientras se sostienen sus fragmentos entre las manos.

Pese al mayor esfuerzo de estas líneas por hablar de la autora detrás de los versos, el mejor acercamiento que puede tenerse con Natasha es desde sus propias letras:

Si soy sincera, soy un par de canciones de Cerati

porro marlboro unos poemas de Miyó

unos ensayos de Hanni

un pasillo

y una mala pea en Higuerote.

esa soy yo y lo demás es paja

lo demás es el chip de complacencia

Y un celular demasiado a la mano para mi gusto.

Lo demás es una niña de diez años que le pide un alma

al niño Jesús.


Foto: @ccsretrato

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