[Fotografía de Mario Sánchez].
Almudena Sánchez (Palma de Mallorca, 1985). Es periodista y colaboradora habitual de la web Ámbito Cultural. Fue incluida en Bajo treinta, antología de nuevos narradores españoles.
La acústica de los iglús (Caballo de Troya, 2016) es su primer libro de relatos y está repleto de personajes fascinantes que oscilan entre la ternura y el delirio; entre lo cinematográfico y lo real; entre la soledad adulta y la adolescente.
No es casual que ya vaya por su séptima edición.
«Las cicatrices también caminan, quiero decir, van con las personas, se mueven. Antes caminaba de una manera y ahora camino de otra. Ya no ando tan recta. Me inclino, ligeramente, hacia la izquierda. Hay que adaptarse a la cicatriz, siempre. Y luego ya se puede seguir viviendo».
(De La acústica de los iglús).
Pregunta: ¿Cuál es la materia literaria que emplea para amasar sus relatos? ¿La realidad distorsionada, la fantasía, los sueños y las pesadillas, una mezcla de todo lo anterior?
Respuesta: Mis relatos empiezan con experiencias autobiográficas que se van mezclando con locuras, sueños y pesadillas. Me libero de recuerdos y dejo que exploten mis obsesiones. Más que escribir, se trata de manchar. Creo que en la literatura tiene que haber, por lo menos, un matiz (aunque sea finísimo) de autobiografía. Una mirada, un ángulo, un punto del “yo” (o un —así ha sido mi vida— ) que a los autor@s nos da vergüenza cuando publicamos el libro, pero que dota a los textos de cierta emoción. Piensas: “¿de verdad, así es el mundo de X escritor/a?”
Y hace la literatura más personal, claro. La ensalza.
En fin, La acústica de los iglús tiene mucho de eso.
P: ¿Llevando las historias a extremos delirantes se puede nombrar la realidad de una forma más cómoda, menos dolorosa?
R: Pienso que el delirio también duele. Es un sistema de defensa, pero hay que estar muy mal para sentirlo. Mis personajes se han vuelto locos en una realidad que no es para ellos. Se aferran a un trozo de belleza (a un ciego nadando, a plancton brillante, a un flash en la oscuridad) y en eso basan su existencia. La acústica de los iglús habla de una locura que a veces da tristeza y a veces risa. Es inútil y ridículo todo el tiempo, aunque con ráfagas de verdad y compasión, o eso espero.
P: ¿Es verdad que el arte exige juventud (física o mental), entrega, idolatría, elevación, tacto, gusto, mordiscos, magreos, pisotones y que al entregarlo puede no regresar a nosotros como esperamos, como el boomerang de su relato ‘El arte incrustado’?
R: Esta pregunta es muy interesante. A ver, el arte lo exige todo y da un poco de satisfacción. Cuando escribes y salen bien las cosas, el cuerpo lo nota y sube la adrenalina y lo agradeces con ganas, pero pasa pocas veces y la sensación se esfuma enseguida, porque tienes que escribir otra cosa, volver a crear. El arte es El mito de Sísifo. Lo de la juventud física (y sobre todo mental) lo sigo pensando; no me gustan esas personas que dicen ser artistas y desprecian el arte contemporáneo o las nuevas formas de expresión. Qué pérdida de tiempo. Y lo de la entrega, idolatría, elevación, tacto, gusto, mordiscos, magreos (¡por supuesto!), pisotones (también) lo sigo creyendo. El arte es fiebre en movimiento: estamos enfermos, nos destrozamos para curarnos.
P: ¿Y es cierto que, en muchas ocasiones, el mérito de algunos artistas es más una cuestión de valentía que de talento?
R: Cada vez creo menos en el talento. Existe, sí, aunque más que “talento” lo llamaría: ciertas habilidades innatas. O predisposición. Estoy más al lado de la valentía. En realidad, lo que considero que tiene que tener un artista es un vacío propio y una sensibilidad personalísima para expresar ese vacío que le persigue. La historia de mi vida es esta: valentía y cientos de fracasos. Todo me ayuda y me empuja y con eso y palabras de ánimo en el momento adecuado, me he formado como escritora.
P: Los personajes de sus relatos son hipnóticos, cinematográficos, con oficios o actividades insólitas pero me han llamado especialmente la atención los femeninos. Háblenos del proceso de construcción de los mismos.
R: Muchas gracias por verlo así, Sonia. Casi todos los personajes son femeninos. Menos algunos secundarios. Me interesa mucho hablar de las mujeres, cada vez más. Es verdad que en La acústica de los iglús hay un mundo en el que las mujeres lo ocupan casi todo, pero me gustaría darles aún más espacio y hablar de los cuerpos de las mujeres desde una vertiente literaria y poética: sus transformaciones, procesos… Hay tanto que escribir, todavía. Por otro lado, la construcción es sencilla: esas adolescentes caóticas se parecen mucho a mí.
P: En el último de sus relatos, se reflexiona sobre la ficción. Nos dice que no es palpable, que no se somete al espacio-tiempo y que tiene sus componentes de inutilidad. Inutilidad que, precisamente, le merece elogios ya que la considera imprescindible. ¿Cree que estamos en un mundo excesivamente pragmático que no es capaz de darse cuenta de que necesita del arte, la ficción, las humanidades, en definitiva?
R: En ese relato me desviví (bastante) sin sujetarme en nada. Habla sobre la ficción y su relación con la vida, sobre el camino incierto que hay que seguir (sólo un flash momentáneo, que dura un segundo y que ilumina más bien nada). Como dices, también aparece inutilidad. Yo la echo de menos: las profesiones inútiles, las horas inútiles, los besos inútiles, da igual. Parece que en este mundo todo tiene que servir para algo. Y en el fondo, esa inutilidad nos lleva a la niñez y a las horas muertas. Se está perdiendo el pensamiento, ¿no crees? Esa capacidad de sentarnos, una tarde lluviosa o soleada, en un sofá inútil, a pensar sobre nuestra existencia inútil. Qué necesario.