El hombre no puede cambiar, ni tomar otro camino, sólo puede acabar mal.
El optimismo es como el monóxido de carbono: mata dejando en su cadáver la huella de una rosa.
Mientras tengan ganas de matar, no perderán el gusto de crear.
Todo lo que no se come, hace bien a la salud.
El hombre aún se atreve a darse el lujo de la crueldad, cuando ya comete tranquila y repetidamente el acto más cruel de todos: crear, dar a los horrores de la vida seres que no son y no sufren dolor.
Para no ver en las fuerzas activas de la destrucción al Dios que buscamos y amamos, es muy útil la ficción de Satán, que nos enmascara la verdad intolerable.
Ir por los campos, hoy, es como pasar por un viejo barrio en demolición.
Dice un viejo médico: «La salud es un estado precario del hombre, que no promete nada bueno».
Es extraño que no suceda. Creo, doctor, que resultaría muy normal si una mujer embarazada abortase después de echar un vistazo a un periódico cotidiano.
El arma más peligrosa que ha sido inventada es el hombre.
Quien tolera los rumores ya es un cadáver.
Si el aborto es homicidio, tendrá al menos la atenuante de la defensa propia.
Es mejor morir vaciándose que llenándose, y mejor de hambre que de indigestión.
En la actualidad, un hombre que, en voz alta, lea versos o textos espirituales en completa soledad, pasa por desequilibrado.
El terremoto, que no ha cesado de correr en todos los sentidos de la tierra, es una especie de alivio (¡finalmente un miedo distinto!, ¡un miedo sin rostro humano!) para las ciudades enfermas de hombres.
¡Y hablan de haber abolido los sacrificios animales! Sólo el ritual han abolido: los exterminan ininterrumpidamente, ilimitadamente, sin necesidad.
El diluvio de carne sacrificada que cae cada día sobre las ciudades de Occidente anuncia masacres, enfermedad, locura colectiva, pérdida del alma, oscurecimiento y suciedad mental. Más energías insanas para cabezas por golpear en la sombra. Lleva dentro la maldición de las codornices a las tumbas de la codicia.
Quien permanece en silencio o no sonríe después del amor degrada a Eros.
El desastre más profundo no es la destrucción de la ciudad con más millones de habitantes, sino su existencia.
La misoginia es hija del misterio. Por el contrario, la misantropía es hija del conocimiento: cuanto más se conoce a los hombres, más misántropo se es. Mas el buen misántropo no hace distinciones de sexo: el ser humano, en las dos versiones propuestas por el Creador, no le place.
El alma en descomposición es mucho peor que la carne.
La pregunta más indiscreta, más insolente, más insufrible, e incluso la más común, la más políglota, la más persecutora, al teléfono y cara a cara, la pregunta que tortura a quien ama la verdad porque si la formula tendrá como respuesta una miserable mentira es: “¿cómo estás?”.