Cafayate
¿Y dónde está la Virgen? pregunta agitada
la chica que entra al almacén.
Está en lo de Elsita, le dicen.
La chica corre a lo de Elsita.
Lo cuento en lo de Caty mientras lava las verduras
se seca una mano para agarrar el porro.
Descubre el lunar en el ojo, waaaau
hermoso. Yo descubrí hace poco
que la luna llena dura un solo día.
Luna que se achica
sobre el pasillo rojo de atrás del mercado
entre el olor picante de las cocinas.
Ráfagas ardientes desde los extractores
cuando en bici tratamos de esquivar
perros gordos dormidos
y ella lleva la bolsa con el vino.
Los gatos se amontonan en la basura del Nuevo Nápoles.
Nos perdemos por calles de tierra
aplastando bolitas de paraíso.
Tinogasta
Quisiera ponerle palabras a este color
el sol del amanecer en el adobe
de las casas al costado del camino
con el gusto a mate recién hecho
en el primer asiento del colectivo
donde no viaja nadie más que nosotras
y el colectivero sube el volumen de una chacarera
y me voy, nos vamos, sintiendo
bien
bien, bien.
Salta
El peluquero flaquito de Perico
me alcanzó la Para Ti y me dijo
cómplice y esplendoroso: te juro
voy a hacerme una remera que diga
no nos molestemos ni nos hagamos daño.
Buenos Aires
Me quedé ciega en la pista de Amerika.
Bailaba con un mejicano
que había rebotado mi amigo
antes de irse con uno que le hizo la billetera.
Este es el final, pensé, a oscuras.
En la enfermería tomé un poco de Sprite.
Las voces alrededor decían crisis
hipoglucémica y mi cerebro revelaba
ante el sonido de la esdrújula
una mancha luminosa.
Lo primero que vi fue a uno de seguridad.
Me filmaba como parte
de la no sé qué reglamentaria.
La enfermera preguntaba
cuánto tiempo había pasado
desde el último sólido ingerido.
Salí sola, en el kiosco de enfrente
compré un Guaymallén de fruta.
Después, viajando en el 129 pensé en vos
por un papel que encontré en el bolsillo:
ahí me di cuenta que había perdido las llaves.
Y que iba a tener que llamarte
de madrugada, como esa vez
que me era imposible sacar el pie de la bota.
Lima
Estamos en la edad en la que ya podemos
imaginarnos viejas, por la avenida Camino Real
en taxi, llegando tarde al teatro
pongo la mano al medio del asiento
siento los dedos de Anna sobre mis dedos
el auto rodea el monumento
del Angel Miguel, a la luz de carteles de cines
y centros comerciales, las caras cambian de color
el taxista mira por el retrovisor las manos
apretadas como las de dos nenas con vértigo.
Santa María
Rojo puesto a secar.
Al calor del hogar
grita una mula blanca.
Hay que desconfiar, me dice uno
del animal que sangra
más de cuatro días sin morirse.
Cartagena
Una cruz con la uña sobre la picadura.
Práctica que asegura el fin de la picazón.
El loro repite un silbido
en el árbol de un patio a mitad de manzana.
Cuelgan medias negras
de un alambre en la terraza
atrás de los tanques, la bahía
se desgarra entre un avión y un barco.
La chica rubia de la Colombo Alemana
se lleva las medias antes de la tormenta.
Un mosquito zumba alrededor del móvil
que sobre nuestra cama dice Good Luck
y ahora siento como una señal de desastre.
Molinos
Un lugar feliz, me dijiste.
¿Qué esperabas
de un lugar? Los lugares no son
felices ni tristes, una llega y
se acomoda, como puede, se adapta al clima
a la distancia
que la separa de la despensa
más cercana a la habitación caliente
se toma una cerveza helada, anota
cosas en un blockcito, y se va
mirando por la ventana del colectivo
los cardones nevados al costado
del camino de tierra que cortan
las cabritas. ¿No es esto acaso un atisbo
del viaje al lugar al que nunca
llegamos, que tanto pretendimos
nombrar como si existiera? ¿O creés
que la felicidad es una cama
una mesa que no compartimos
en una habitación de la que
nos hubiéramos llevado el cenicero?