El 14 de diciembre de 2017 se celebró el primer evento de Escrituras abiertas de la ciudad de Bogotá, en la Biblioteca Virgilio Barco. Ese día, contamos con la participación de Jorge Piragua y Fabio Romero en poesía, Juan Sebastián Sendoya y Daniela Huyke en cuento, y Natalia Noguera en no ficción. Presentó Estefanía Angueyra.
¡Gracias a todos los que asistieron! Y a los que no, más abajo les dejamos una muestra de los textos que leímos ese día.
También queremos agradecer especialmente a Biblored, Leer es volar y a la Alcaldía de Bogotá por prestarnos este hermoso lugar y apoyar nuevos espacios culturales.
Jorge Piragua (Bogotá, 1995):
PORFIAR
Aún una vértebra de ángel,
——–entre tanta sangre,
se esfuerza en persistir;
un padre, enloquecido por el dolor,
abraza el cuerpo de su hijo
y le abre los párpados;
————————besa su frente y promete
————————————————no entregarlo a la tierra.
Una mujer derruida
busca algunos billetes:
——–se aferra a la vida cuando esta
—————————————-la aparta de su tacto,
la repudia y escupe en sus ojos.
Con el cuchillo besando el cuello
————————todo se esfuerza en existir,
—————-todo escapa de la nada y de la inmovilidad:
todo anhela ser
—————————————-aunque duela no desvanecerse.
Fabio Romero (Bogotá, 1986):
AÑOS LUZ
Hoy empecé a escribirle una carta
a un astronauta suicida
que está a punto de saltar desde el borde del universo
AL OTRO LADO DEL TIEMPO
Quisiera estar al otro lado del tiempo,
esa orilla sin angustia,
donde me espera un rostro nuevo
Pero también sé que esa orilla es una copia
donde se repite la esperanza de un condenado a muerte
y los símbolos tienen el mismo significado
Cuando descubra todas estas cosas,
y la angustia y la condena se repitan,
desearé estar de regreso
a esta misma orilla
desde donde escribo
Juan Sebastián Sendoya (Bogotá, 1994):
BIOLOGÍA MARINA FANTÁSTICA
Los marineros del naufragio aprendieron mucho de las sirenas aquella vez en los botes salvavidas. Por ejemplo, aprendieron que las sirenas del atlántico, a diferencia de sus primas más tímidas y solitarias del pacífico, se mueven en grupos coordinados de cuatro a seis individuos.
Aprendieron también que las sirenas del atlántico no cantan en absoluto, más que canciones emiten vocalizaciones complejas que usan para comunicarse unas con otras y darse entre ellas la posición de objetos flotantes que puedan encontrar interesantes. En una inspección más detallada los marineros aprendieron también que las sirenas del atlántico tienen ojos más pequeños que los de sus contrapartes pacíficas, pero que lo compensan con un sentido del olfato que puede oler una gota de sangre o sudor a millas de distancia.
Al final del día los marineros uno a uno descubrieron muchas cosas sobre las sirenas, pero de todo lo que descubrieron a lo largo del naufragio, el dato más relevante que lograron recopilar fue que las sirenas del atlántico, a diferencia de las mansas sirenas del pacífico, son primero ferozmente carnívoras y segundo, no muy quisquillosas con su almuerzo.
Natalia Noguera (Bogotá, 1987):
DOS MUJERES QUE CAEN
Linda cae: su salto es la voz rasgada de un blues. Horas atrás, antes de atravesar el cristal de su cuarto de hotel, aplaudía en un concierto a Count Basie. Y hace casi dos décadas conoció a Billie. Vaya que lo intentó: Linda grabó testimonios, apuntó datos, escuchó a la mujer que canta. Supo de sus amantes y adicciones y de juicios. Encontró fantasías. Pero no pudo –o no supo o no quiso– desentrañar las contradicciones de la figura envuelta en una armonía triste. Una noche de 1979, en Washington, Linda Kuehl cae.
Pasan algunos, varios años. La escritora británica Julia Blackburn recupera el material que Linda Kuehl –escritora y periodista de The Paris Review– había recogido sobre la cantante Billie Holiday. Se encuentra con entrevistas hechas a 150 personas cercanas o relacionadas indirectamente con la intérprete. Unas transcritas, otras conservadas en cintas de audio. Blackburn también encuentra documentos judiciales, datos de ingresos económicos, fotos, cartas. Y se encuentra, también, con las conversaciones que Billie y Linda sostuvieron. Algo tiene que hacer con la apabullante montaña de información, piensa, así que publica Con Billie Holiday. Una biografía coral (Global Rhythm Press). Como “el orden nunca ha destacado entre mis virtudes”, según dice en el prólogo, Blackburn presenta el material de Linda a manera de documental. No desarrolla ninguna tesis sobre la personalidad de Holiday. Deja que los personajes hablen. Y cuando la gente habla, puede decir lo que sea. Incluso, mentir.
La historia ha mostrado solo una cara: Billie, la trágica. Por la fabricación de esta imagen es difícil señalar a un culpable que no sea ella misma (a decir verdad, es también innecesario). La autobiografía Lady Sings the Blues – llevada con el empalago típico de Hollywood al cine– es una fabulación nebulosa. No por nada Tusquets, la editorial que la publicó, escribió en el cintillo: “Fábula”. Es cierto que Billie escribió su historia luego de su paso por la cárcel. Es cierto que necesitaba dinero y que vio en la publicación una oportunidad. Es cierto, también, que era drogadicta, alcohólica y que le fue prohibido cantar en lugares que vendieran licor. Su vida no era un mar en calma. Pero como su voz imitando la sordina de una trompeta, Billie deformó. Reinventó a sus padres, su vida de prostituta, los lugares en los que vivió. Decir Billie Holiday es una novela completa. Una duda no resuelta.
¿Quién diablos era Billie? Billie era Eleanora. La niña Eleanora escuchaba la trompeta de ‘Pops’ y la fuerza vocal de la todopoderosa Besie Smith. Aprendió, casi sin querer, a interpretar una canción de mil maneras. Eleanora dejó de ser niña cuando Wilbert Roch la violó. Tenía 11 años. Fue enviada a un internado católico, pero su estancia allí fue corta y regresó a una pocilga en Harlem. Como su madre, fue prostituta. A los 16 ya bebía y se drogaba como el diablo manda. Se rebautizó: sería Billie inspirada en una actriz y sería Holiday por un supuesto y no comprobado padre. Billie cantaba. Bebía y cantaba. Un día el productor John Hammond la escuchó, la puso en un escenario junto a Duke Ellington y su carrera despegó. Grabó con Count Basie, Artie Shawn. Dejó piezas obras maestras como All of me o Strange fruit. Pero al mismo tiempo, llevaba a cuestas un torbellino que al final la arrastró. Las sustancias dejaron un cuerpo de 44 años con alma inmortal.
La leyenda es inaprensible en toda su complejidad. Solo tal vez, para conocer otra cara de Billie hay que remitirse a su música. Ver, por ejemplo, una grabación de la CBS de 1957. Billie está sentada en medio de los músicos. Su cabeza gacha, su mirada es traviesa. Es placer. Suelta: “my man don’t love me / he treats me, oh, so mean” y el mundo se transforma. La voz aterciopelada acaricia el tímpano. Embriaga la sala y entra en armónica sincronía con la sordina del saxo. No importa el pasado de abusos. Tampoco el futuro en prisión ni la muerte trágica que ya está escrita. Está la música. En franca complicidad con una mujer que desconoce, Billie cae.