Dos tapas y 67 páginas maravillosas

El otro día me pasó algo muy loco: leí BENGALAS (Paisanita Ed), un libro de cuentos de Enrique Decarli. Fue algo muy loco porque cuando… ¡Ojo que por fuera parece un libro más, tengan mucho cuidado! Perdón, perdón… Decía que cuando de puro curioso lo abrí y me puse a leer el primer cuento de los 12 que lo componen (es decir, “Los Despojados”), ocurrió algo increíble: no recuerdo por qué pero me distraje un segundo y entonces el libro de repente empezó a temblar hasta que se zafó de mis manos. Después, haciendo gala de su ligereza, flotó elevándose para detenerse justo enfrente de mi cabeza. Pero la cosa no se quedó ahí porque enseguida me di cuenta de que si yo desviaba la mirada, el libro rectificaba inmediatamente su posición y, suspendido sobre la nada, volvía a estacionarse delante de mis ojos. Del susto salí corriendo y me refugié en la biblioteca. Confiaba en que la presencia de tantos otros libros (voluminosos y de tapas duras) lo amedrentaría, pero me equivoque por completo. BENGALAS me encontró y enfilando hacia mí, viajó ingrávidamente hasta posarse una vez más justo delante de mis ojos. [Otro fenómeno curioso: con la ayuda de un espejo pude comprobar que leer este libro más de una vez agranda los ojos]. Entonces comprendí, porque no hace falta ser un genio para saber qué puede querer un libro, que el único remedio para que me dejara en paz iba a ser leerlo de corrido hasta el final.

Ni bien terminé de pronunciar mentalmente las palabras: “Afuera crecían los estruendos”, el libro se desplomó sobre mis manos como por arte de magia. Sin pensarlo, regresé al comienzo y, con la seriedad propia de quien lanza un hechizo, pronuncié las siguientes palabritas: “Nadie bajó conmigo en la estación”. Repetí en voz alta y en voz baja la misma frase una y otra vez, pero no pasó nada. El libro ya no flotaba. Parece que sólo flota una vez, que viene así de fábrica. Bueno, eso fue lo que me pasó. Raro, ¿no? Algo similar, ya que hablamos de cosas raras, me pasó alguna vez con Kafka. Sus personajes se cansaron de pervertir mis sueños: recuerdo vívidamente un buitre, un mensajero imperial, un tal Blumfeld custodiado por dos incansables pelotitas de ping pong; pero también algo extraño me pasó con Cortázar: al cabo de un rato, el libro que leía, quizá Bestiario quizá Todos los fuegos el fuego, empezó a pasar sus hojas a toda velocidad. Sin embargo, hacía mucho pero mucho tiempo que no me pasaba nada increíble con un libro (cosa triste tristísima si las hay en el mundo). Casi no lo conozco, pero de todos modos voy a tener que hablar con Decarli porque yo puedo entender que un escritor quiera que la gente lea su libro, pero eso sí, hay formas y formas. Además, lo hubiera leído de todas maneras porque la verdad es que “Los Despojados”, con su danzarín juego de cintura y su poderoso, poderosísimo gancho, me noqueó de entrada.

En fin, me lo leí de un tirón. Y después, como al caer quedó entre mis manos, empecé a releerlo desordenadamente. Les voy a decir cuál es mi cuento preferido. Mi cuento preferido son “Los Despojados”, “El Negro Vila”, “Vía Láctea”, “Befana”, “Sanlugón” (Sanlu para los amigos) y “Cuatro tapas y manijas amarillas”. Esos son mi cuento preferido [Habría que pensar a qué se debe esa extraña complicidad que la preferencia guarda tan celosamente con la unidad, pero bueno, eso ya es margarina de otro portal]. Espero que no se me enojen todos estos otros: “Algo más importante que instantes o tropiezos” (sé que en lo profundo de la noche el narrador de este libro-asteroide también busca su estrella en lo alto de las noches), “HDL” (es bueno, éste es del bueno), “Un destello de oro blanco” (uy, no, éste me encantó, se me pasó; bueno, lo dejo acá pero que conste que me encantó), “Acefalía” (no obstante de lectura irrenunciable), “Reencuentro” (esperaba algo distinto) y “Bengalas”. “Bengalas”, un último cuento que le presta su título al libro entero. ¿Qué querrán decirnos todas esas señales de humo que parecen no terminar de disiparse jamás? Si me lo cruzo al autor le voy a exigir una respuesta. Y ahí está, son todos. Creo no olvidarme ninguno.

Me gustaría decir algo de cada cuento pero no se puede todo en la vida y, ya que estamos con la vida, en la vida hay que elegir. Me voy a concentrar en el primer grupo pero no sin antes decir que, a pesar de que la prosa de Decarli fluye lúdicamente en cada uno de ellos por igual, cada cuento es un mundo (algunos muy cortitos, de dos páginas nomás), un mundo capaz de suscitar distintas emociones en el lector. Por ejemplo, “Vía Láctea” me genera una ternura absoluta: en ese cuento se crece, los personajes están creciendo. Me causa ternura (quizás porque mi padre también supo ser viajante) porque es un texto lleno de amor. Está escrito con amor. Los personajes, padre e hijo, nos proponen un juego de perspectivas, de perspectivas de subibaja: se ven las cosas de abajo hacia arriba (descubrimiento) y de arriba hacia abajo (experiencia). Pero tendría que haber empezado por el principio y decir que “Los Despojados” me dejó intranquilo. Ahora cuando espero el subte, en especial el C que es según mi opinión el más tétrico de todos, empiezo a sudar sin razón y busco mantener cierta proximidad física con el resto de los pasajeros que esperan como yo, ensimismados en telepáticos diálogos con sus auriculares.

Deleuze dice algo del devenir-animal. Lo importante no es lo del animal, tampoco que lo diga Deleuze, sino lo del devenir, porque se puede devenir cualquier cosa; incluso se puede devenir lo que ya se es una y otra y otra vez, aunque imagino que no debe haber nada más aburrido que eso. Creo que lo que este filósofo quiere decir es que las identidades pueden resquebrajarse y recomponerse de otra manera, dejarse arrastrar y transformar por fuerzas extrañas: no se nace siendo nada definido, o dicho de otra forma, ser lo que se es implica un infinito ir haciéndose y deshaciéndose. Nada más voy a decir que a lo largo de todo este libro distintos devenires hacen un montón de cosas con las cosas y con las cosas que no son cosas. Y eso yo ya sabía que Kafka lo hacía magistralmente (si no me creen lean un microcuento titulado “El puente”; también puede testificar su célebre “La metamorfosis”), pero ahora sé que Decarli también anda afilado en esta materia. Lo del Negro Vila no lo voy a decir ni aunque me paguen. Lo de Rafa tampoco. Si algo sé es guardar secretos. Y además, si se corre la bola de que uno no sabe guardar secretos, uno ya no se entera de nada mínimamente interesante y eso es lo último que quiero que me pase en esta chismosa vida. Lo único que quiero decir es que yo vi lo que había que ver, las patas, ¡las cuatro patas!, y eso supone un gran mérito por parte del escritor (su imaginación es contagiosa, advierto). Lo de Sanlugón es cortito: ¡guau! [No es un guau de perro, aclaro antes de que oscurezca]. No quiero que el autor se agrande pero ese cuento es toda una perlita.

Atmósfera ficcional. ¿Cómo se crea, sea lo que sea, una atmósfera ficcional? Se pone, por ejemplo, un piano en un cementerio ¡y listo! Es cantado que algo inusitado, que algo impensado va a pasar, como en “Befana”. “Primero la caja. Después Miguel”. “Cuatro tapas y manijas amarrillas” me dejó una suerte de moraleja: nunca sabemos cómo se hacen las cosas. Siempre me dijeron que cuando uno no sabe cómo hacer algo hay que preguntar. Animarnos a preguntar. Animar preguntando.

Dejo acá pero no sin antes subrayar lo siguiente: BENGALAS es un libro hormigueante, las cosas más insignificantes están vivitas y coleando, pero, asimismo, misterioso, extraterrestre. Pienso que lo más seguro es que les pase lo que a mí: lo van a leer de un tirón y van a soñar con el Negro Vila y se pondrán en los zapatos de la escalera mecánica del subte a la que en adelante pisarán con mayor delicadeza, pero, por sobre todo, esperarán lo inesperado y no hay nada más lindo que esperar lo inesperado.

BENGALAS, ¡qué linda sorpresa me diste!

Decarli

Enrique Decarli nació en Buenos Aires en 1973. Es abogado y músico. Desde 2008 dicta talleres de lectura y narrativa. Fue finalista del 3er Concurso de Narrativa Eugenio Cambaceres, organizado por la Biblioteca Nacional Argentina y el Museo de la Lengua, del Concurso Internacional de Literatura Juvenil de la República de Ecuador en 2009, y uno de los ganadores del concurso Nuevo Sudaca Border 2013, organizado por la editorial Eloísa Cartonera. Ha publicado los siguientes libros de relatos: Desde la habitación del sur (Quito, Libresa, 2009); Big Bang (Bs. As., Textos Intrusos, 2013), Jauría (Bs. As., Eloísa Cartonera, 2014) y Bengalas (Bs. As., Paisanita Editora, 2014). En 2016 también se publicó Flipper, su primera novela (Bs. As., Paisanita Editora).

Foto principal: Leandro Surce]

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