«Bordando Anaqueles de Victoria Ceriani, la naturaleza como potencia

Algo ronda la casa de la infancia, una bestia se aplaca cuando llega la fiesta,  calma en la superficie y perturbación en el fondo. Bordando anaqueles (El Ojo del Mármol, 2017), el primer poemario de Victoria Ceriani, se construye sobre una imagen dual de la infancia y la adolescencia, la dosis de inocencia necesaria para recordar con amor, pero en el mismo acto poder huir. El yo poético camina buscando el equilibro: la cuerda floja en los pies y en el horizonte el cielo mezclándose con las flores y el río. Como un acto de magia la voz poética busca que cada dolor se transforme, hay un acto de fe en estos poemas, o mejor dicho la conjura de un hechizo:

«Sueño con el día / que la herida drene / como flores blancas / alejándose / como un niño que / baja por el / tobogán / y encuentra / la arena».

La naturaleza en Bordando anaqueles, no es meramente un paisaje, o una postal, está absolutamente cargada de vida. Pienso en Marosa Di Giorgio: el mundo como un jardín donde habitan el bien y el mal, un  lugar privilegiado para la imaginación y una poderosa fuerza difícil de descifrar.  En dicho poemario la naturaleza es una fuerza que actúa y transforma las relaciones entre las personas, naturaleza y humanidad se imbrican mutuamente al punto de no poder distinguir qué es causa y qué consecuencia. La poesía como recurso lingüístico siempre es esquiva a la lógica de la razón; Victoria Ceriani invierte la lógica tradicional y es la naturaleza la que obra sobre las relaciones y vínculos familiares.

«Torrentes de agua, / que nos transformaban/a todas/ las mujeres de la familia, / en guerreras, / para siempre».

A su vez, el yo poético se vale de la naturaleza como pócima o conjuro. Si la herida drena, es porque se invoca, imagina, desea. Victoria Ceriani pide a través del poema:

«Solo falta que un día / mi abuelo caiga del cielo / y entre por la misma puerta, con su bolsa grande / de hacer los mandados».

Esa capacidad de deseo o de invocación, sin embargo no es gratuita.  «El que quiere nacer tiene que romper un mundo», dice Demian, el personaje de Herman Hesse; o pienso incluso en el poema de Sharon Olds, donde la voz poética tiene que maldecir a sus padres para salir de la cajita de cedro en la que está cerrada. Con un lenguaje llano, el yo poético en Bordando Anaqueles, también vivencia ese rito de pasaje. El poema que abre el libro, anuncia esa intensidad:

«El día que enfrenté / el miedo / me costó el exilio / de padre, de pueblo / de madre / y la mitad / de una vida».

Recordar es romper y reconstruir(se), como esos árboles urbanos que crecen levantando los zócalos de las veredas, dejando la marca visible de lo que ahora es de otra manera, de lo que no puede ser siempre idéntico.  Estos movimientos de ruptura y transformación, de intensidad y quietud, recorren  todo el poemario, a veces con estridencia, otras de forma más velada. La identidad se derrumba y reconstruye, y los personajes familiares y los amores, conforman un espejo donde mirarse.  La búsqueda de un lugar, la pregunta por los caminos o los rostros de la felicidad, van peldaño a peldaño bordando estos anaqueles poéticos.

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