Regalo a tu recuerdo

A Luis Eduardo,
por la forma inusual y hermosa
en que me enseñó a ver el mundo.

Si amanecía, lloraba de amor por ti, padre.
Mi viejo no sabe en donde estará mañana,
está cansado,

[sus manos no responden]

mi viejo está en el sofá, con un manto sobre su rostro escondiéndolo de la muerte,
mi viejo tiene los pies livianos,
mi viejo tiene los ojos como el cielo,

¿a dónde vamos cuando no estamos dentro de nosotros?

El cielo ha dibujado rosas en sus ojeras.

El atardecer pintó la tibieza de sus latidos.

Construyo este poema con sus fragmentos,
con la foto en blanco y negro de su novillo,
con sus manos agrietadas y su piel blanca cual canto de golondrinas
por comprender los espejos verdes bajo las nubes,
su risa se hunde en mi cabeza,
su olor de cafetera,
el hogar en el aire de todas las aves que bailaban en sus cabellos de oro agradecidas,
mi viejo está lejos y este es mi propio infierno.
Escribo este poema como una oración,
para que su fuego no se apague y no sea alcanzado por la muerte,
para que esa piel hundida en la dureza viva de los acantilados se mueva en la calma del mar.
Sé que es de día cuando aparece su voz clara.
Por fidelidad a la noche tallo su nombre en este canto.
Una mañana ya no existiremos.

Mi viejo está cansado,
cuelga del viento como una oruga
con su corazón de niño,
mi viejo, es la música.

Oh, descubro el ardor en el corazón de las rosas,
Mi sueño se conmueve con el recuerdo,
Ha tenido la paciencia en el temor y el sufrimiento, este pálido sábado oscurece mis venas.

Oh noche, sin malevolencia.

Háblale a mi viejo de los ríos,
de las mujeres con ojos rayados,
de como te hiciste “noche” en sus ojos ocultos.
Mi viejo trazó mis costumbres.

Nos abrazan otras soledades.

Mis manos se cansaron de escribir la derrota que es mi vida.

Sobre mi madre caen desnudos y heridos los olores del día.

A mi viejo se lo llevan los instantes encerrados en boleros,
extraño los bellos tiempos en la Cibeles en donde recorrí la desgracia,
viejo, levanta tu cabeza libre y recrea las montañas de los Andes,
estamos vestidos de nada y somos la imagen del hielo,
no perdono esta euforia, ni la verdad ni la victoria,
viejo,
para vivir debes comenzar por donde te enseñaron,
con tus ojos libres.

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