Abuela
naciste en playa Tampico
en casa de madera.
Ignacio (mi bisabuelo)
sangró sus manos
al construirla.
Encabronado
por los clavos que se encarnó
y la amenaza de huracanes.
Encabronado
por las polillas, el calor
y Belén (mi bisabuela)
se desprendió
en sombras
de trozos de madera,
de cangrejos muertos a la orilla del mar,
de noches que desplegaban perros callejeros,
del hombre que jugaba al valiente en la cantina.
“Las mujeres son perdición para los hombres”
Ignacio recordaba palabras de mi tatarabuelo,
mi tatarabuelo las heredó de Adán.
“Sirve a tu hombre hasta la muerte”
Belén recordaba palabras de mi tatarabuela,
mi tatarabuela las heredó de Eva.
El árbol de la vida nació torcido.
Las noches en que la luna no cabía
en los ojos de Ignacio
devoraba a Belén
como Saturno a sus hijos,
espejos danzantes en la playa
donde los habitantes
encontraban su rostro en el abismo.
Amor es calavera con ojos diamante
Abuela
así cuentas tu historia
y te pienso
como a una niña que alza las manos
para revolver estrellas,
con tus ojos de soles negros
viste caer astros
sobre el mar
y entre ellos navegaste
marea sincronizada a tu latido.
Danzabas entre espuma
y fantásticos peces.
En una fotografía
Ignacio abraza a Belén.
Ella contempla el horizonte
y descansa.
Ignacio ni detrás del vidrio,
ni enmarcado en latón;
descansa.
Nos observa.
Abraza a Belén
con piel salpicada de sol,
boca torcida por palabras,
crepúsculo suspendido en los ojos;
desde que encontró a mi tatarabuela
tendida sobre arena frente al mar
con el diablo en la vagina.
Mi tatarabuelo observó al zapatista
penetrando el cadáver de su mujer.
“¡Viva México cabrones!”
gritó ahogado en pulque,
cegado por la Revolución
(que no ha sido nuestra)
con los ojos en blanco
disparó a matar hasta su alma.
El plomo envolvió a Ignacio,
se metió en sus venas.
Corrió
abriéndose las plantas de los pies
hasta que fueron sangre y tierra
con la peste del cuerpo y del origen
hasta que encontró a Belén.
Amor es calavera dislocada a la orilla del mar.
Abuela
naciste en playa Tampico,
viviste en casa de madera
destruida por un huracán.
Ignacio murió atravesado por un rayo de sol
Belén deshojada en sombras
de casas del pueblo
de cangrejos negros que emergen de la arena,
de palmeras decoradas con luces multicolores,
de la noche que se abre cada vez que una mujer grita,
de los hombres que confunden a las mujeres con perras.
Abuela,
tú no fuiste como Belén
ni como Ignacio pensó que debían ser las mujeres.
Fuiste semilla que el viento convirtió en cometa.
Los hombres que venimos de tu vientre,
amamos a la luna y a Venus,
a las ninfas y a las diosas,
a las brujas y a las desterradas.
Los hombres que venimos de tu vientre
caminamos con noche en los ojos,
sol en la espalda
y lluvia en el pecho.
Eres la mujer
que levanta los brazos y revuelve estrellas.
Y cuando me abrazas
en tu pecho
suena un disparo.