El inconmovible Dios de El libro de horas, de Rainer María Rilke

La soledad de una habitación austera, el arrullo de los árboles a través de las ventanas y los roedores crispados en algún lugar de la tierra se incorporan al espesor de las luces amarillas: acompañan la escritura, y simulan artificios míticos. Dios. Pareciera que Dios está en la tibieza de los rayos y en el declive del espíritu. Rainer María Rilke (d)escribe a Dios a lo largo de todo su poemario El libro de horas y mantiene un discurso hacia él.

En el año 1905, el escritor austrohúngaro, Rainer María Rilke, publica Das Stunden-Buch, (El libro de horas), contando con 30 años de edad. El escritor estaba casado en esa época con la pintora Clara Westhoff, con quien tuvo a su primogénita Ruth Rilke. Durante su matrimonio, mantuvo un nexo epistolar, con Lou-Andreas Salomé, quien anteriormente había sido su pareja. El vínculo entre Rilke y Salomé, data desde que el joven tenía veintiún años, y ella treintaicinco. Ambos casados con sus respectivas parejas, se mantuvieron en una intensa y emotiva relación hasta la muerte de él. Me atrevería a decir que fue Salomé quien disciplinó la carrera intelectual de Rilke, lo habituó como escritor y  lo guió en la sociedad literaria.

Rilke, ya entregado a la escritura y lejos de su familia, escribe El libro de horas, obra que aguarda un profundo romanticismo y una insaciable necesidad de cuestionamiento.  Con un halo místico y devocional, entiende lo divino no como una idea platónica, sino más bien, como formas accidentadas. La obra en su interior es tripartita: Primer libro: De la vida monacal, Segundo libro: El libro del peregrinaje, Tercer libro: El libro de la pobreza y la muerte.

Del segundo libro extraigo el poema que inicia: “¿Y oyes tú algo fuera de mí?”, intertexto de Isaías 45, 5, de la Biblia. “¿Hay una tormenta? También yo soy una, / y mis bosques te saludan. // ¿Habrá alguna canción enferma, pequeña, / que te impide escucharme?” (p. 113. El libro de horas), porque esta voz poética, orgánica e íntima, casi secreta, es la que de manera unívoca sospecha de la relación hombre-dios y la problematiza. Estos versos cuestionan, desde lo minúsculo, a un Dios personal. ¿Este Dios escucha, se conmueve, responde? ¿Puede acaso oír al desterrado y temeroso?

Los datos que nos revelan la relación que Rilke mantuvo con Salomé son cruciales puesto que ésta continuó hasta la muerte del autor, cuando Salomé aplicaba su dulce sabiduría psicoanalítica pero también daba cobijo a sus más severas preocupaciones. Rilke, en la comunicación con su querida Lou, confesó su compleja depresión, la cual corresponde cronológicamente con el período de escritura de este libro. En la tristeza, podría pensarse que el poeta se siente desamparado, incompleto, ignorado por su Dios.

“Soy el mismo aún que, que temeroso, / te preguntaba a veces quién eras. / Después de cada ocaso / estoy herido y huérfano (…).”(Ídem). La soledad pareciera ser la matriz que lo obliga a reflexionar  sobre su voz poética, sobre el oficio de escritura y sobre el hecho poético en sí mismo. Reformula su experiencia escritural, la convierte en una ontología lírica, y en esa condición ontológica, apropiada, dibuja la figura de un Dios sedente, presente en el silencio de largo aliento. Es Dios, un símbolo construido a lo largo de esta ars, uno oyente y ensimismado, de manifestaciones bucólicas. Su campo semántico, podría compararse con el Dios de El Fugitivo, de José Antonio Ramos Sucre, en La Torre de Timón, o con el de Espergesia, de César Vallejo, en Los heraldos negros, en donde ocurre, a través del lenguaje, una traslación del sufrimiento a su cúspide más elevada. El espíritu alienado, oscuro, abstracto, es la palabra escrita, que da apertura al juego metafísico del símbolo y a la consternación más aguda de la orfebrería lingüística. Dios, en su estadio divino, su figura absoluta e impetuosa, parece ser el único recurso con el cual puede compararse la tristeza, la nostalgia, la soledad no elegida. Están a la par, en Ramos Sucre, en Vallejo, en Rilke, en la sensación desbordada que en nada puede compararse a lo ordinario, desprendido de lo terreno, sublimado.

El poeta en la manufacturación de las ideas, es para el Dios de su creación, pero también es Dios creador del Dios de signo y papel. Esta dimensión del tiempo y del espacio, como una membrana maleable es bastante discreta en el tono humilde de la voz poética, “Lo pasado está aún por venir / y en el futuro yacen cadáveres (…)” (p.115)  profético, comprende el desplazamiento del tiempo, lo posee. Puede advertir imágenes desde la omnipresencia de las tres nociones de tiempo que conocemos.

Y así, Dios mío, son todas las noches;
siempre se despiertan algunos
que andan y andan y no te encuentran.
¿Escuchas como pisan con paso de ciego
por la oscuridad?
Por escaleras que bajan en caracol.
¿Los escuchas rezar?
¿Los escuchas caer en las piedras negras?
Tienes que oírlos llorar; porque lloran.

“El Profundo”, “brota de la tierra con árboles” y “sube como fragancia de la tierra / a mi rostro inclinado”, (p. 117) ambivalente y proteica, es entonces, la forma de esta deidad, oculta en la sencillez, pero siempre sorda al clamor de su poeta. Ausente, lejano, sordo. Un signo de interrogación áureo.

Así, se revela que Rilke escribe sobre el coraje del desamparo, de la búsqueda por lo ausente. No para de cuestionar, lo que también nos revela una documentación histórica sobre los giros del pensamiento que caracterizan el tránsito entre el siglo XIX y principios del XX, periodo en que el mundo atraviesa por situaciones políticas anormales y donde se revolucionan las artes. Podríamos incluso, elaborar una relación de grados de separación que mantiene Rilke con otros pensadores influyentes. Estas relaciones involucran una profanación de los valores tradicionales que mantuvo Occidente, en esa época. En Europa se cultivarán prontamente las vanguardias, se gesta una fuerte renovación de los valores, lo que provocará una escuela de la sospecha. La poesía de Rilke es devastadora en esta obra porque plantea la crisis del hombre de la década del 20 frente al mundo que enfrenta. Arremete contra el Dios de sus padres, contra el imaginario de nación, a la construcción tradicional poética. Nacen las contestatarias vanguardias poéticas y con ellas el simbolismo, el naturalismo, el surrealismo.

Así, este elemento divino de El libro de horas, es la imagen de la incertidumbre y el pánico, así como de la valentía de buscar el sosiego. El poeta-Dios en el ejercicio de poiesis auténtica. La forma de su poesía, su diagramación experimental, y su contenido, reportan una apertura simbólica de los correlatos. Es Dios, la forma verbal de lograr expresar la fuerza y la gravedad del poeta desahuciado. Sólo así de inmenso, sólo así de incomprensible, omnipresente, siempre latente, desde cada esquina, la angustia parece mirar sorda, desorbitada. El libro de horas, reclama un Dios especular.


Ilustración: José Cruz (Venezuela)

Técnica: Grafito sobre papel

Instagram: @jmcruzs


REFERENCIAS

Ramos Sucre, J. (1992) Antología. Editorial Biblioteca Ayacucho y CONAC. Caracas, Venezuela.
Rilke, R. (1988) El libro de horas. (Traducción de Yolanda Steffens). Dirección de cultura, Universidad Central de Venezuela. Caracas, Venezuela.
Rilke, R., Salomé, L. Correspondencia. (Prólogo de Pierre Klossowski) Editorial digital EspaPdf. (Formanto digital, disponible en: http://assets.espapdf.com/b/Lou%20Andreas-Salome/Correspondencia%20(413)/Correspondencia%20-%20Lou%20Andreas-Salome.pdf)
Vallejo, C. (1975) Obra poética completa de César Vallejo. Editorial Casa de las Américas. La Habana, Cuba.

A %d blogueros les gusta esto: