De la criatura sólo queda el animal.
Hombre y alma se han ido,
han sido objeto de trueque.
Nosotros damos tierras, carne, cultivos,
y recibimos a cambio espejos.
En la criatura siempre había reinado el animal.
Hombre y alma sólo eran sutil y necesario panfleto.
Lo siguen siendo. Por eso,
se admira en su adorado espejo el bigote y
cómo se acomoda religiosamente
los botones de la guayabera.
Mientras, en el cuarto del fondo
se escucha un murmullo insistente:
“Oh, Señor de Las Tinieblas y de las luces nuestras,
no nos cobres ahora, has de tener
toda una eternidad después para
que choquemos las copas.
Mejor sigo cargando las calderas
con tus ostentosas peticiones
y me limpio en la falda
el contil que me quedara en las manos”.
