Antología abierta de poetas hondureñas

Toda selección es una muestra abierta, en este sentido, podemos hablar de la presente como algo inconcluso, como una estrategia de revalorización, de rescate de lo olvidado, o parafraseando a Ricardo Piglia «una intervención abierta en el juicio de valor cuestionando jerarquías olvidadas». Jessica Sánchez (1974) lo llama la «restitución de lo silenciado» desde el punto de vista de la crítica feminista, que, para ella, «exige algo más que la simple inclusión de las escritoras en la historia literaria», lo que conllevaría a «hacerse preguntas que reestructuren y reescriban todas las disciplinas». Sin embargo, en sintonía con su proposición, habría que tener en cuenta dos comentarios, uno de Bloom y otro de Egleaton: el primero sobre la desvinculación de expectativas ideológicas, aunque el feminismo que nos refiere Sánchez no solo competa a estas, incluyendo «la mirada diversa, pluri-racial y étnica, desde la mirada y crítica feminista»; en el caso de Egleaton declara que «un poema es una declaración moral, verbalmente inventiva y ficcional en la que es el autor, y no el impresor o el procesador de textos, quien decide donde terminan los versos, la que sugiere códigos y prohibiciones, severas constricciones, comportamiento civilizado, y rigurosas distinciones entre lo que está bien y lo que está mal», en conclusión: la moralidad tiene que ver con el comportamiento; no sólo con el buen comportamiento. Bloom se refiere en general al «fraude del conocimiento».  En otro de sus libros, en Anatomía de la influencia, este autor dice que «practicar la crítica propiamente dicha consiste en reflexionar poéticamente acerca del pensamiento poético».  Y aquí Ricardo Piglia entra con buen tino al afirmar que «los escritores son los estrategas en la lucha por la renovación literaria. autobiografía ideológica, teórica, política, cultural», lo que nos remite a lo que María Corti opinaba al respecto sobre «el escritor como productor de textos y eso le confiere un conocimiento interno de las obras, cuando e escritor que escribe crítica —o la practica— tiene una competencia por encima del crítico». Piglia agrega que «quien escribe suele estar enmascarado por el método. ¿Desde dónde se critica? ¿Desde qué concepción de la literatura?»

En casi ochenta y cuatro años, desde el nacimiento de Juan Ramón Molina (1875-1908) hasta el nacimiento de María Eugenia Ramos (1959), solo dos poetas, Clementina Suárez (1906-1991) y posteriormente Ángela Valle (1927-2003), quien ganó el Primer Premio de Poesía Juan Ramón Molina, auspiciado en 1967 por La Escuela Superior del Profesorado “Francisco Morazán”, habían sido las únicas cuyas obras habían sido incluidas dentro de los estándares de calidad o valía literaria. En el caso de la poeta Valle, Andrés Morris se refiere a su poesía como «un libro interesante y valioso y diferente de la gran poesía hondureña del momento» y le augura un futuro a «El picapedrero» entre «lo más importante de la época». En el caso de Clementina, me aventuro a considerarla, que, de estar aún con vida, sería acreedora del Premio Reina Sofía u otros igualmente importantes de la lengua castellana. En el caso de María Eugenia Ramos, Clementina Suárez se refiere a su ópera prima: «Porque ningún sol es el último (Ediciones Paradiso, 1989), marca, pues, el inicio de un luminoso itinerario por los fértiles dominios de la poesía hondureña». El poeta, ensayista y editor Rigoberto Paredes (1948-2015) lo consideró «motivo de alegría para quienes hemos apostado por una creciente diversidad de voces y un continuo afinamiento cualitativo dentro del proceso de desarrollo de la expresión poética en Honduras». Ramos, a sus 30 años de edad, fue vista con buenos ojos por los poetas consagrados como una evolución hacia la poesía del «posvanguardismo» -como sugieren sus lecturas que sirven de epígrafe a su único libro-. En la actualidad las nuevas generaciones la reconocen y se identifican con su obra.

 reverso pnseeu-maría eugenia ramos

Durante casi cien años la misma teoría, la mayoría de las veces mal digerida, y los mismos críticos literarios de Honduras olvidaban la acepción más importante de la raíz etimológica de poesía, proveniente del griego poeisis, que significa «creación» o «producción». Descalificaban no a obras sino a escritoras. Rigiéndose por el espíritu agonista griego de la competición y por teorías románticas y empíricas. Ejemplifico: al leer «Mi amada es como una rosa encarnada» la aceptación de los «burócratas de la literatura», como les llama Piglia, habría sido consensuada y aceptada. Pero como todo menciona Harold Bloom «La ansiedad de la influencia existe entre poemas y no entre personas», podríamos, intencionalmente crear ese diálogo o esa otra interpretación poética: «Mi amado es como una espina doblegada» supongo hubiese escandalizado a los escritores. Una acotación importante es reconocer que en las denominadas generaciones literarias rara vez, aunque sospecho como inexistente una que haya incluido a una mujer. Ahora, podemos percibir poemas que oímos enunciados como agudos o sardónicos, afligidos o despreocupados, empalagosos o agresivos, iracundos o histriónicos, y todo esto, según Egleaton, es lo que queremos decir con el término «forma». Bloom agrega otros términos que se relacionan o entrecruzan con la emoción literaria: sonoridad, ritmo, textura, tono, modo y altura, intensidad y cadencia, así como en sus diferentes temas y en las muy variadas formas de considerar qué es un poema y cómo debería serlo. No obstante, esa serie de adjetivos citados por Egleaton es lo que ha servido a la «crítica hondureña» para descalificar o silenciar a autoras y autores: Juana Pavón (1945) podría figurar como un ejemplo, sin embargo mito y escritura se funden para reconocer lo que Egleaton define como forma.

Ahora bien, hay trabajos elaborados en Honduras que constituyen verdaderas proezas por la visibilización de la literatura hecha por mujeres (hay que acotar que muchos escritores también han sido silenciados y generaciones posteriores han sido quienes los han redescubierto), como Honduras, mujer y poesía. Antología de poesía hondureña escrita por mujeres (1865-1998), por Ada Luz Pineda de Gálvez, en 1998; Golpe y Pluma: Antología de poesía resistente escrita por mujeres (2009-2013), por Lety Elvir (1966), 2013 y Women’s poems of protest and resistance. Honduras (2009-2014), en 2014, también por Lety Elvir teniendo como editora de traducción a María Roof; Las de Hoy, Selección de Poesía, por Anarella Vélez, Tegucigalpa, 2014. Anarella Vélez (1956) es historiadora y escritora y actualmente es quien ha asumido con constancia la visualización de la escritura por mujeres, además de ser una de las gestoras e incentivadoras para que no cese la producción poética y narrativa hecha por mujeres. Cabe destacar el papel que jugó Amanda Castro (1962-2010) y Rebeca Becerra (1969) en la difusión de literatura femenina como masculina con la revista Ixbalam, publicando 15 libros y 4 números de la revista. También jugó un papel importante en la difusión de las letras más jóvenes Mayra Oyuela (1982) cuando fue parte del colectivo Paíspoesible, además de ser quien más destaca de los nacidos en los ochentas.

Para entender la crítica literaria feminista podemos decir que es aquella «que estudia la ideología que informa el canon literario y los intereses a los que sirve. Atiende a la parcialidad del relato histórico o del valor estético. Presta oído a los silencios» (Jessica Sánchez). Y esta muestra es solo eso: una muestra, abierta, para que los lectores y las lectoras interesados se acerquen a la poesía hondureña y puedan por sí misma descubrir y redescubrir otras autoras según la época y condición que les tocó vivir, que, como dice Bloom «La estructura de la influencia literaria es laberíntica, no lineal». Aquí la muestra con las «habitaciones propias» de cada autora.

CLEMENTINA SUÁREZ
(Juticalpa, 1906—1991)

Multiplicada

Antes quería ser,
quería ser
yo.

Ahora quiero ser,
quiero ser
todos.

¡La garganta oprimida!
¡La mirada ciega!

Antes quería ser,
quería ser
yo.

Ahora quiero ser,
quiero ser
todos.

Rebeldía

No he venido al mundo
para llorar. No es con lágrimas
que se obtiene la alta dimensión del hombre.
No es a que me maltraten
ni a que me humillen.
No me arredra la lucha
por más encarnizada que ella sea.
Afianzada tengo el alma
a un rojo encendido de fuerza
que puede maldecir
pero jamás humillarse.
No importa que pretendan negar
la luz de mi destino,
que rompan despiadadamente
el encaje del sueño,
que destruyan el azogue de mi espejo,
que me sumerjan en la noche sin adioses,
que con saña me nieguen el pan, la sal y el agua.
No esperen que por ello me doble dócilmente,
aunque la carne sea siempre la carne
mis entrañas ya casi son de acero.
Mas lo que así pretendan
que por mí no teman
que haría falta para ello desconocer
que yo aprendí a cantar con las palabras justas.
Y que he encontrado la verdad en la médula de mis huesos
y que por eso marcho a espaldas de la aurora
como si ella misma naciera en mi costado.
Ignoran acaso que en el recinto de mi pecho
he dejado entrar el universo
y que tengo como cumplido deber gozoso
amar la justicia, la lucha, la esperanza
y afianzare a ellas
con mi corazón, mi canto
y la vida misma.
Y que por ello en todo tiempo
para mi sueño es la primavera,
la tierra toda florece
y adelante para mí su simiente milagrosa.
Sin negarme jamás a sangrar,
hasta dejar como caños vacíos las venas,
dislocarme de espanto en horas tormentosas,
rodar como un animal herido,
saborear mi saliva como si fuera una fruta,
tocar sonámbula mi propio esqueleto,
acariciarme yo misma
a fuerza de sentirme tan desgraciada.
Pero eso no será nunca estar vencida
ni naufragada en ningún planeta.
Será acaso como estar momentáneamente cansada
de un largo viaje...
para empezar el nuevo día con más violencia.
Pues hay que saber que cuando el pecho casi estalla,
el dolor es su única defensa.
Además qué triste sería ser invencibles
únicamente por el miedo a sufrir.
Mi pecho abierto a los cuatro costados
se viste, se desviste, anda y desanda los caminos
y jamás se protege del desamparo.
Él sabe que sería risible disfrazarse con máscaras,
que solo hay una forma segura de ganar el combate
y es entrar en él con el cuerpo descubierto
pero con plena decisión de pelear
hasta ganar o perder.
Que vivir es seguir viviendo,
buscarse minuto a minuto,
hasta encontrar la voz servidora
que nos permita dar el mensaje
de lo verdaderamente eterno.
Yo sé que atrás se quedará mi rostro
pero que mi voz estará siempre en el alba,
que no hay tumba para la férvida palabra
y mucho menos para el canto que va de boca en boca.
Que este es un frágil milagro de inescrutables designios,
una belleza que se acrecienta cada primavera
y una eternidad que se levanta del mismo cadáver
para no morir nunca.


Combate

Yo soy una poeta, 
un ejército de poetas.
Y hoy quiero escribir un poema, 
un poema silbatos
un poema fusiles.

Para pegarlos en las puertas, 
en las celdas de las prisiones 
en los muros de las escuelas.

Hoy quiero construir y destruir, 
levantar en andamios la esperanza. 
Despertar al niño,
arcángel de las espadas, 
ser relámpago, trueno, 
con estatura de héroe 
para talar, arrasar,
las podridas raíces de mi pueblo.

La tinaja

Tu boca es tan fresca como una tinaja de barro; en ella pego
los labios con una sed insaciable.
Pero a veces tengo un gran deseo de volcar toda el agua, 
para llenarla de tierra abonada.
Y sembrar —en esa tinaja— la albahaca olorosa de mi amor.

Conjugación

Tu cuerpo sobre mi cuerpo.
De pronto, me siento florecer...


ÁNGELA VALLE 
(Comayagüela, 1927- Tegucigalpa, 2003)

La muerte del picapedrero

La mujer del picapedrero retorna ya del cementerio…
más encorvada todavía y vestida toda de negro,
cubierta desde la cabeza con lindo chal de terciopelo
que le dieron por caridad al ver su luto, en señal de duelo.
Cuando murió el marido anciano bajando una piedra del cerro
Algo se le rompió en el cuerpo, una hernia, un tumor o absceso;
¿y quién podría asegurarlo si no lo ha visto ningún médico?
Los hijos, hombres ya, los nietos, todas las nueras y bisnietos,
chicuelos éstos como otros muchos, ventrudos, menos carne que huesos,
hicieron grupo numeroso y fueron, tristes a traerlo…
Entonces se llenó la casa de vecinos nuevos y viejos…
De señoras bien arregladas y muy compuestos caballeros.
de lavanderas y oficinistas, de estudiantes y obreros,
para rodear en el velorio a aquel inofensivo viejo…
Hasta el poeta recordó haberle hablado en algún momento
y envió, pues, a su mujer también, vestida de blanco y negro.
Yo estaba allí… La noche era de diciembre y ardían miríficos los luceros;
iba contigo, temblorosa, y muy unida a tu silencio.
Arriba, estaba el cielo clarísimo centelleante, como cubriéndonos,
y la casa de los dolientes en la propia falda del cerro…
Alguien había pensado de pronto en luz eléctrica para el muerto…
Otro surgió con una bandeja de pan y tazas de café negro…
Y en la esquina de la sala estaba tendido el picapedrero
en un cajo de pino humilde, sin vidrio, para no verle dentro.
Rodeado de flores hermosas, de parientes que lo sintieron
y comprendido por los vecinos ahora que ya estaba yerto,
él, un ciudadano humilde, pobre, tenaz, sencillo obrero,
que jamás pudo reunir bastante para techar su hogar con asbesto.
Su mujer, su fiel compañera, su viuda luce terciopelo,
Mas no porque lo haya comprado, porque por lastima se lo dieron.
Pasó este hombre por nuestra tierra y su salario no fue en aumento.
Cruzó la vida y su compañera sobrellevó pena y tormento.
¿Acaso hay pena más amarga que la de no tener sustento
y más tormento que no avanzar aunque se luche con denuedo?
La noche de diciembre es taba como anunciando un cielo nuevo,
como ofreciéndonos esperanza a ti y a mí y a otros. Y fueron
nuestras palabras cariñosas acaso el pésame más sincero
que se presentara a los dolientes, familia del picapedrero.
Crecen los árboles que siembra el hombre y se cunden de frutos nuevos.
Crecen los hijos, sueños del hombre, huesos nacidos de sus huesos.
Crece en su pecho la amargura de ver lo negro
de su destino, si sus afanes no corresponden a sus anhelos…
crece el dolor cruel hierba amarga y se posesiona del cuerpo
y hace presa de los que amamos, invencible, voraz, artero,
y el hombre insiste, como este muerto, y arranca grandes rocas del cerro…
Pero no crecen en sus manos monedas para su sustento
ni ve crecer, con su trabajo, la grata sombra de su progreso…
Eso pensábamos… Ya otro día, cuando iban todos para el entierro,
vi que de pronto el carro fúnebre que llevaba al picapedrero
se detuvo bajo unos árboles. Me sorprendí de sólo verlo.
Y es que la mujer del poeta, no queriendo ir al cementerio,
hizo alto a la procesión fúnebre, bajo con apresuramiento…
Nadie se opuso. Y yo pensaba: los pobres ¿no son también muertos?
¿Acaso un entierro humilde no merece también respeto?
Estos pobres, ¡Oh Nazareno! Los hijos de tus sufrimientos.


Afición 

Sobre algún engramado de mi tierra
hay una oncena popular jugando.
Uno de ellos es mío. Yo lo amo
con todo lo mejor que mi alma encierra.

El, con su torso de apolínea estampa,
hace girar veloz balón al viento,
entrecierra los ojos con un gesto
peculiar y muy propio. Yo lo quiero.

Ese es mi querer. El que detiene
la pelota sobre la portería.
Su cabello es rebelde. Flota inquieto.

Su agilidad se impone. Va y viene.
Yo estoy enamorada del portero,
El más apuesto, el de los ojos verdes…


JUANA PAVÓN 
(Choluteca, 1945)

Deseos irreverentes

Cómo me hubiera gustado
estar en la cama con Walt Whitman,
beber en las cantinas de Malcom Lowry
o “Bajo el Volcán”.
Procesar a mi manera a Franz Kafka.
Observar sigilosa y detenidamente
a Francis Bacon.
Estar con Salvador Dalí
en una tarde de toros
y tocarle el trasero
mientras pensara en Gala
o en Federico García Lorca.
Cantarle a Pablo Neruda
mis poemas de amor
y otras canciones desesperadas,
repetirle “De Profundis”
con todos mis secretos sexuales
a Oscar Wilde y a su amante maldito.
Cómo quisiera estarme riendo
junto a Baudelaire
con mis quince años en su cama.
Tal vez me hubiera gustado
cogerme a Hitler, a Calígula
a Napoleón, a vos
y a otros hijos de la gran puta.
Filmar con Pier Paolo Passolini
un Decamerón diferente.
Estar acariciando y besando
a Rabindranath Tagore.
Hablar de amor con Juan Ramón Molina.
Condenar sin clemencia
a los Jesuitas Pederastas.
Echarle en cara a Marlon Brando,
el no haberme conocido.
Perseguir a Felipe Buchard,
a Ezequiel Padilla y a Simón,
de cantina en cantina.

Juana La Loca
(Emulando a Federico García Lorca)

Estoy loca
porque nadie podrá darme
distancias, ni límites, ni futuros
eso sólo yo puedo dármelos.
Quiero que todas se enteren
que estoy loca
por no encontrar lo que yo buscaba.

Lo busqué debajo de las piedras
debajo de las raíces
de la médula del aire
y lo que encontré
fue la verdad
de las cosas equivocadas.
Por eso estoy loca
por no poder irme con el primer paisaje
y volar mezclada con el amor
el vuelo de siempre
sobre mi lecho vacío.
Por querer mi libertad
mi amor humano,
porque la aurora llegó
y no la recibí en mi boca.
Porque aquí en mi locura
no hay mañanas
ni esperanzas posibles
sólo ese rumor de suicidio
que anima mis madrugadas.
Porque tengo océanos de ternura
para aquellos que arrugaron mi corazón de niña
y me negaron una vida más digna.

Sí, estoy loca
porque amo a Tchaikovski
Jacobo Cárcamo
Roque Dalton
y a Morazán.
Porque amo la luna
el sol, las estrellas
la música
y las montañas.

Porque amo a pucho
a los niños a Walda
y a Pink Floyd.

Estoy loca
porque me alimento de muerte
y miseria en el guaro.
Porque amo a Dios
y admiro a Marx
porque amo la paz
de los cementerios.

Mi locura señores
es encontrarme pequeñas criaturas
enterradas bajo pedazos de cartón
Federico decía
estos niños cuando se levantan
parecen golondrinas con muletas.

Esa es mi locura
contrariar a chicos plásticos
que leen Vanidades, Cosmopolitan
y “Nuestra Tegucigalpa”

Mi locura está
en el humo asfixiante
que me da la zona peatonal
y el dolor cansado e infinito
que me dio la calle real.
Estoy loca porque salpicaron de lodo
mis pupilas límpidas
mientras esta agonía de dolor
siempre quiere acostarse conmigo.

Sí, estoy loca de dolor
de amor
de rabia por mi impotencia
por mi resistencia de cucaracha
por los gemidos que golpean
las ventanas de mi alma.

Estoy loca por hacer rabiar
a las señoronas ignorantes
cada vez que sus maridos cornudos
fijan sus ojos
en mis tetas caídas sin sostén
Que se enteren que mi locura
sienta sus bases
en decir casi siempre lo que pienso
y si a veces callo
es por no herir susceptibilidades
o por consideración
— ¡Qué esfuerzo Dios mío! —

Estoy loca
por desenmascarar
a la gente y su indecencia
por corruptos
ladrones
asesinos
explotadores
vende – patrias
y sobre todo
porque odio los prejuicios
de aquellas y aquellos
que sólo saben señalar
mas no ven el tumor
que tienen en la próstata
y vagina.

Por todas esas cosas
que sé y me callo
es que estoy loca.


ALEJANDRA FLORES BERMÚDEZ
(Tegucigalpa, 1957) 
 
 Por la vereda
 
 Por la vereda va una mujer 
 cargando frutas en una canasta 
 Por la vereda van las frutas 
 cargando a la mujer que lleva una canasta 
 Por la canasta pasa la vereda 
 y una mujer que vende frutas 
 Por una fruta pasa el campo 
 lleno de árboles adonde 
 hay una vereda 
 Por una mujer pasa la vereda 
 cargada de frutas y montañas 
 En la canasta hay leña y humo 
 y hombres y mujeres 
 que tejen cestas y ven hacia las montañas 
 Por una montaña 
 hay una vereda llena 
 de mujeres que carga frutas 
 Por una mujer 
 crecen las veredas las frutas, 
 canastas e inmensas montañas... 


MARÍA EUGENIA RAMOS
(Tegucigalpa, 1959)

Elegía

No mueras,
te amo tanto.
César Vallejo

Aunque sea igual que siempre
y quisiéramos decirle a un ser humano
"hermano, te amo tanto"
cuando ya no puede escucharnos;
aunque la impotencia nos convierta
en árboles vacíos
igual que si un rayo nos tocara,
quién sabe cuánto tiempo
andaremos buscando,
regando los rincones
como si esperáramos
que germinen semillas,
hasta que un día
nos deslumbre la certeza
de que ellos están vivos
y nosotros somos los muertos.

El otro lado del mar

Vos te fuiste en agosto
y no supiste nada de la estrella
que me bañaba por dentro,
ni de las multitudes
que de noche
me quitaban el aire para respirar.

Vos te fuiste en agosto
y me dejaste armando situaciones,
patentando rompecabezas
y resolviendo problemas de ajedrez
para seguir amándote.

Porque creo en mi pueblo
estoy en guerra.

Porque creés en tu pueblo
estás en guerra.

Porque estamos en guerra
me enamoré de tus virtudes
y vos de mis defectos.

Supe
que hacer la revolución
es ser paciente
para anudar
uno tras otro
los recuerdos difusos,
las conversaciones inconclusas,
los silencios rotos,
el agua derramada,
los años perdidos,
la tierna infancia,
el trabajo duro.

El amor.

Simplemente.

Te quiero.

Me da lástima sólo
que no sepás
que con todos mis defectos,
y aunque resulte paradójico,
estoy mucho más cerca
de mi pueblo
para encender las puntas
de su estrella


AMANDO CASTRO
(Tegucigalpa, 1962-2010)

Éxodo 

Todo se había vuelto un Profundo silencio
—un caos como al principio—
Bajo una piedra se hallaba la placenta de la vida
que podrida como estaba hizo surgir a Odosh’a
el espíritu del mal Xibalbá
—la casa de los cuchillos—
—la casa de los tormentos—
Los seres de maíz empezaron
a pelearse entre ellos
y fue así como nació el odio
y el llanto

En la casa de los murciélagos
la sangre del maíz se transformaba
en vísceras humanas
En la casa de los espejos los hombres
se arrancaban los ojos con las manos
—Odosh’a les enseñó a matar
y Odosh’a estaba alegre—

No lloren por mí

Cuando el velero blanca de mi calmada paz y la melancolía se aleje del puerto con camino infinito y sin retorno
no lloren por mí 
que la muerte me ha dado el descanso y con sus tiernos brazos me muestra el camino de la luz hacia la aura 
que la muerte me lleva consigo a conocer los secretos fantasmas de sueños insomnes que tanto dolor provocaron en vida 
que no llore mi madre 
porque con nuestros muertos estoy de regreso desnuda y contenta de la mano del hombre que decidió ser mi padre y su amor
 que los abuelos me aguardan para contarme los cuentos de antaño que no pude escribir 
que no llore mi hermano 
porque él me vio en la montaña perderme en la lluvia buscando un camino que llevaba al mar 
que recuerde mi risa confundida 
entre los granitos de arena que cantaban los niños 
de nuestro viaje río arriba descubriendo el amor 
que no lloren mis niñas 
tres hebras de la misma madeja que hilvanan el cielo y el mar 
el viejito lleno de amor que no llore nunca 
porque voy contenta 
que no llore mi amante compañera tierna 
mi bastón 
mi mano mi pluma cuando no he podido escribir 
mi amor cuando no he podido amar 
mi vida cuando no he podido vivir 
que no lloren mis amigos 
porque ellos ya conocen de mis amores con la muerte y no les sorprende el dolor 
que recuerden mis versos y que beban lo que no pude 
cuando apenas y se distingan mis cenizas entre las aguas o el viento de un templo en Copán 
que no llore nadie 
que quemen incienso alzando las copas 
que me voy contenta para Xibalbá 
que no llore nadie.


La mama

Alta y de piel oscura
grande mitológica
peleadora y tierna era la mama
sus ocho hijos todos aprendieron a leer
a creer en dios
a entender lo que su madre amaba

ellos   
todos con título de secundaria
profesores secretarias
todo
por aquellas manos carrasposas
agrietadas por los años de la angustia
y el abandono         
-aquellos hombres que prometieron ayudarte
y se marcharon-      
todo
por aquellas manos
rajadas con el olor putrefacto       
-lugares donde ella buscaba el pan-       
limpiando pisos       
limpiando servicios 
limpiando     
todo   
por un pan para sus hijos  
porque sus hijos fueran a la escuela
porque tus hijos fueran alguien    
por darles lo que vos nunca tuviste         
una cama en lugar del petate
una casa en lugar del cuartito maltrecho
una vida en lugar del tormento
Mama

¿no te das cuenta?
cambiaste el curso del sol
con tus manos

con tu enorme cuerpo lacerado
El sol en tu frente
cuesta abajo cuesta arriba
de vuelta al trabajo
asegurando el futuro en tus manos

(las mismas que hacían la ropa   
más simple del universo)  
-el amor encerrado en un cuerpo de mujer-
Mama

no te das cuenta     
cambiaste el curso del sol


REBECA BECERRA
(Tegucigalpa, 1969)

Soñé que de mis manos brotaba la vida

Soñé que de mis manos brotaba la vida,
Los hombres y las mujeres
Se levantaban con el polvo a construir el mundo.

Perdía la pena el viento, la sal, el agua, la tierra,
Y se mudaban a vivir en mi sangre,
en mi corazón marino,
en mi pelo austral.

—La tierra toda en el hueco de mi mano,
nada para morir hoy.

Venían soñando los nombres —veleros de la aurora.

La palabra completa venía
a decirle amor a mis ojos.

Olvidó la lluvia su lejana espesura,
el camino los pasos —lengüetadas de fuego sobre la noche.

El eco abandonó la voz que golpeaba mi boca
a la orilla del tiempo.

Soñé que era una parada del silencio infinito,
nacida dentro de mí,
como un grano de arena.

5

Otra Camila, de un lugar lejano,
con sus manos tejió una cesta.

Los limones viejos
se deslizan por los caminos
que ha trenzado el viento.
Entran en la cesta como en una cuna
y se quedan quietos,
como niños tiernos.

Volverán otro día en forma de semilla,
se alimentarán de la tierra.
Volverá otra vida,
otros limoneros
a revolotear sobre otro pelo.

ARMIDA GARCÍA
(Tegucigalpa, 1971)

Abrazame como raíz sedienta.
Guardate en mí.
Buscame igual que el horizonte,
que dobla la espalda
para encontrar las piedras.
Mirame.
Que si me mirás sé
que nuestro amor es fuerte
como la tierra.


nudo ciego XVIII 

Pero la soledad
no se marchó
fue sólo que ya no pude
volver a tocarla.


DENISE VARGAS
(Tegucigalpa, 1972)

Extensión terrenal

        ¿Cuánta tierra necesita el hombre?
                                  Tolstoi

Mi cuerpo cabe completo sobre esta franja de césped
que separa tu tumba
de la de alguien que nunca conociste.

A la altura de mis ojos,
tu apellido entre dos fechas imborrables.

¿Cuánta tierra necesita el hombre?

La necesita toda,
porque un jueves a las tres de la tarde
guardarán sus huesos a la par de un extraño,
y no es posible que quepa en ese hueco
tanta vida.


En el supermercado

Este martes como toda la vida
terminé de llenar mi carreta
con las pequeñeces del supermercado.

Al salir,
aquel niño que vendía fresas en la acera
se había convertido en hombre.

Lo vi de pronto,
en el mismo lugar,
con la cesta de fresas aplastando su infancia.

Bajo techo, entre cuatro paredes
las lámparas dan siempre la misma sombra,
y la vida pasa
mientras empujamos las décadas
con la carreta del supermercado.


JESSICA SÁNCHEZ 
(Lima, Perú, 1974)

Puntos cardinales

Tengo una seria imposibilidad de levantar mi vista
hacia el norte

Me abruma,
me entristece,
me aprisiona.

Descubro que no puedo con tanta muerte
Latiéndome aún entre las venas

                     No con tanta Centroamérica encima

                    No con tanta América Latina en las sienes

Para mí,
que desde pequeña he tenido problemas de lateralidad
Y por ende de ubicación,
el sol puede salir por cualquier lado
En cualquier dirección.

No es posible, me dicen…

Recurro entonces a la prístina memoria
Esa que no me falla

Y mis ojos se llenan de mar, de arena,
sal antigua y Caribe

Descubro que mi corazón
no puede saber el norte
porque tiene una
irredenta…
profunda
y
rabiosa miopía
que me aferra implacable
hacia el centro.


Corazón

Esta noche
decidí
abrir mis manos y hurgar mi pecho
apartando las costillas
que me estorban,
para poder ganarle la batalla
al insomnio
y así extraer mi
corazón sangrante que
palpita
acompasado y suave
como el mar.
Me coloco en posición fetal
y lo atraigo hacia mí,
pegado a mi oreja
rojo brillante,
mientras lo escucho latir...
y
me adormezco
acurrucada
en la cálida paz de la inconsciencia.
Más tarde sabré
que no he soñado
porque mi corazón duerme
y soy yo la que palpita
desde el exilio de los sueños.


VENUS IXCHEL MEJÍA
(Tegucigalpa, 1979)

Arquetipo o Geografía del Hombre Perfecto

Si tan sólo tuvieras
las ojeras de Poe
o el índice admonitorio
de Aleixandre;
en el ceño una estaca de noche de Salarrué;
la eléctrica cintura,
latigazo claro de la esperma de Neruda;
apetitos siniestros de Baudelaire;
promiscuidad y lunares de Byron;
catarro de Bécquer
y su oscura golondrina;
fulgor de los ojos, bohemia de Rimbaud;
acaso las bifurcaciones
de los senderos de Borges
y los dedos y vientre
con sabor a pan de Benedetti;
Dolce Stil Novo y nariz
de Dante;
estrabismo y ludomanía
de Cortázar;
fatalidad de Sabines;
escatología y estoicismo
de Kafka;
ceguera obstinada y peplo
de Homero;
albatros y adjetivos de Huidobro;
verde carne
y ojos de fría plata de Lorca;
ortografía y panteísmo
de Jiménez
junto al parnaso y esnobismo
de Darío;
el bigote ensortijado
de Molina;
la senda del exceso
de Blake; en fin,
la furia contenida
y el bálsamo purificador
de la palabra,
solo así nacería de nuevo
en los alcores de viento de tus sábanas.


Diosas

Emulando a Ezra Pound.

Como diosas
emergen de la sombra
desmantelan
la realidad
ajenas al olvido
diosas
fuertes como gemidos
absolutas
irreales
con sus cuerpos de cisne
como diosas
sirenas de marinos
circes de cerdos
de odiseos
con sus cuerpos de morsa
en celo
diosas
como ecos de narcisos
en un prisma enmudecido
se revelan ante
nuestros ojos
cómplices de la derrota
diosas
de azafrán y tomillo
copal y candela
fogón encendido
arena
reloj de trigo
diosas
Ixchel de lunas
canciones de cuna
mar en pleno
naufragio
presagio
de una herida mortal
dichosas
mientras levantan con sus cuerpos
los altares de las deidades
que las han oprimido
diosas
clítoris temerarios de la razón
de la sinrazón
del dolor
parto perenne
sus vidas
multiplicadas
ocultas en el anonimato
del engaño
sus frentes altas
como diosas
nos están mirando
nos siguen iluminando
el porvenir.


MAYRA OYUELA
(Tegucigalpa, 1982)


Vi a una mujer emerger de la piedra
vi a la piedra emerger de la mujer
vi su furia de tierra
su fuga de arena
su derrame de viento nostálgico.
Vi la distancia entre ambas
el abismo de los siglos
la mueca torcida en el golpe seco
de los confines.
Vi la tribulación,
lo cíclico de un mundo brotado de la tierra.
Pero la piedra que brota de una mujer
sabe vencer las masas de tiempo que la acongojan,
sabe lijar la fe del agua que labra la hendidura.
Para que sangre la piedra
primero debe sangrar la mujer
para que sangre la mujer
primero debe comer de la tierra
su partícula más imperfecta
y así parir hombres húmedos
que surjan de su polvo.


                A Berta Cáceres

          y olvido el agua del primer instante
                              Ahmad Al—Shahawy

En mí las aguas que recorren la ciudad:
agua subterránea
etérea
que desdibuja el paso de las gaviotas.
Agua eterna que labra la roca
difusa
agua que rompe en aguas.
Dramática agua
que come polvo
y recorre espaldas.
Agua que tatúa flores en las manos
desbordada.
Agua que limpia el barro de mis botas.
Acá toda el agua:
agua de miedos
de ahogos
de tinieblas.
Agua que aniquila
y bebe de sí misma
agua simplemente
agua viva o muerta.
Agua Zarca.
Agua que sangra agua.


KAREN VALLADARES 
(Tegucigalpa, 1984)

En las horas más aterradoras de la noche

       Yo no voy siempre
       solo al fondo de mi mismo
               Sino que a veces
     llevo a otros seres conmigo.
               Jules Supervielle

                  A Sonofelet

Yo me hundo siempre dentro de mí, en la hora más aterradora de la noche. Donde todos duermen y sólo yo alzo la voz al cielo, ahí es donde nadie quizá me observa.

Yo me hundo siempre dentro de mí, buscando quien sabe qué cosa, el amor, el odio, la resurrección, la peste, la espera, el peor poema que he escrito muchas veces hasta el día de hoy. 
Quizá busque la mirada como fuego y que en lo más hondo la cursilería sirva de burla para cualquier buen verso, 
hoy le ha dado por llover, por inundarse calles y avenidas, por encerrarnos en las casas o quizá salir a salpicar charcos de lodo y embarrarnos los zapatos hasta el tobillo. 
Yo me hundo siempre dentro de mí, hasta la más profunda gota de mí, para encontrarme desvalida, entera, partida en dos en tres o en cuatro. 
Me encuentro para alguien que descifra los alfabetos de mi cintura.


Esta es mi casa

          A Carmelina Mejía Mejía
                      In memoriam

Esta es mi casa,
un par de viejos objetos le sirven de adorno:
2 personas que viven conmigo, otros que llegan a visitarme
y que pronto se van.
Así como me iré yo
en cualquier momento que la muerte lo decida,
o la vida misma también lo decida.
Esta es mi casa,
la que me habita,
de sombra en sombra,
de hijos a hijos,
de los vecinos,
de nadie.

Esta es, no hay duda alguna,
aquí reconozco los metederos del atardecer,
o la llegada de la luz insinuando la mañana.
Mientras, remiendo cualquier cosa
para distraerme de mis molestias y la de los demás.
Y pienso que los años me han caído de un sólo golpe.
Me desmorono a veces.
O vivo. Con una sonrisa que atraviesa la mirada de los míos.

Esta es mi casa,
no importa lo grande o pequeña o lo sencilla que sea.
Aquí ando,
cubriendo cada rincón con mis pasos y mi voz,
dejando enmarcado el fantasma de mi presencia.
Así me sentirán más cuando me vaya.

Esta es mi casa,
la reconozco paso a paso,
no temo de ella,
ni ella de mí;
esta es, y no la reconozco por su color verde,
son otras cosas las que me identifica:
son todos los años en ella,
son todas las cosas que he juntado en ella,
son todas las palabras que han sepultado aquí,
soy testigo de que es mi casa
desde donde yo quiera
y como yo quiera,
soy testigo de mis cosas,
de mis hijos, otra vez,
de mis dolencias,
de las estaciones del tiempo
que se aproximan a mis ojos tibios.
Soy testigo de tantas cosas,
pero, sobre todo,
soy testigo
de que esta casa me habita
y no porque yo viva en ella.


NINCY PERDOMO
(Yarumela, 1987)


¿Cuándo me validarán ante ti, madre?

¿Cuándo me validarán ante ti, madre?
¿Cuándo cesará tu llanto como rumor de hojas de otoño?
¿Cuándo me dirás “Sos libre, Ya no quedan grilletes,
Seguí tu camino?"
¿Cuándo acabará el despedazar la certeza de mi movimiento Contra tu rostro afligido?
¿Cuándo sonreirás de nuevo conmigo?
¿Cuándo platicarás y caminarás
Hacia blancas mañanas perfumadas de hierba silvestre?
¿Cuándo aceptarás sin ningún dolor
Que no soy tu reflejo?


Nadie sabe su nombre nadie puede salvarla

Nadie sabe su nombre nadie puede salvarla
ayer despedimos las partículas de sol
intentamos aferrarnos con brazos de lágrimas al ídolo destruido nadie lo sabe
ellos burlaron el secreto
se alimentaron de esa belleza
observaron impávidos los gusanos de su iniquidad
(Nadie lo sabe)
nadie puede salvarla
yacían sus sienes en la almohada infame resquebrajaban sus uñas paredes vegetales mataban
sus ojos, y sus ojos mataban.
Nadie lo sabe.
Los arlequines están diseñados para destinos trágicos. las golondrinas son nubes efímeras.
Nadie lo sabe.
Nadie puede salvarla.

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