Me desperté de la cama con el ruido del reloj. La luz de la mañana entraba por los huecos de la persiana y me calentaba la cara. Me giré sobre mi misma hasta quedar del otro lado, sin desenvolverme de la ropa de cama. Tuve calor y fui al baño, donde nos encontramos.
Miré a través del espejo los cerámicos claros aumentando la luz de la bombilla que estaba en el techo. Tenía una lámpara traslúcida que tenía forma de cuadrado con panza en el centro. Era una panza lisa, limpia. Una panza sin pelos ni ombligo, de luz y, abajo de ella, había más luz.
Miré su reflejo lavándose los dientes. Tenía una lagaña en el lagrimal derecho y su iris marrón estaba clavado contra sí mismo. Tomé mi cepillo y la pasta que estaba sobre el lavatorio color crema. Acerqué la boca del tubo a las cerdas del cepillo y, por un instante, quedé mirándolos. Apreté el pomo, agarré la tapa y cerré la pasta y la apoyé en el estante que había debajo del espejo. Me miró por un segundo, aproximadamente. Abrí la canilla y mojé el cepillo. El sonido del agua inundó todo el baño.
Me asomé con la cabeza de costado a la canilla, me enjuagué la boca y escupí el agua. Me tocó el hombro. Me moví mientras limpiaba con la muñeca el exceso de agua. Él estaba agachado sobre el lavatorio. Cerré la canilla. Me miró y yo a él. Levantó una ceja, me quedé inmóvil. Me tocó una pierna con la mano libre. Me estremecí, giré la canilla y me fui a vestir.
