Epifanía Lunar

Soy la misma Eva de todos los tiempos

condenada a contener el paraíso en el vientre

y a enterrar la voz

debajo del murmullo  que entona el aire

al rozar con las edades.

 

Me llaman bruja,

me llaman santa

o centinela de los 4 vientos,

pero no hay nadie, ¡nadie!

que reviente su corteza para encontrarme;

sólo este eterno cuenco en el corazón

que era tras era

se ha rellenado con el polvo de la sangre.

 

Nadie dijo que errar era sensato

pero ya no soporto el aroma de los adanes,

el grosor de sus pactos,

o lo insaciable de sus latidos,

aunque solo le dé la vuelta

al reloj de arena que me envuelve.

 

Escucho la pena de los montes

en los nudos de la brisa,

guardo en mi pelo todos los misterios

hasta el ínfimo goce del espanto;

soy la sal de un grano de arena

albergado por un mar sin costa.

 

Maldecida por el hervor de lo oculto,

seguiré guiando a las sombras

a fecundar al sol

en sus secretos.

 

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