«¿Tu verdad? No, la verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela.» Antonio Machado
A veces sentimos una necesidad irracional de devorar labios y comernos los besos, y acariciar los rostros. Sentimos un hambre de humanidad. Por amar. Una sed por sentir amor. Pero, ¿qué es el amor?, ¿nos posee, o le poseemos? ¿por qué duele? ¿por qué nos hace llorar? ¿por qué le deseamos y le damos muerte? ¿cómo son sus ojos y cómo mira? Deseamos lo que nos falta y no sabemos dónde buscarlo. Conversar, compartir, abrazar, escuchar, hablar. Queremos la felicidad y no sabemos retenerla. Anhelamos estar enamorados y no comprendemos el amor.
El amor es una aspiración permanente a la perfección, una integridad inexistente que se disfraza de muchas cosas a la vez y genera una crisis combinada de corazón y pensamiento, de confrontamiento individual y colectivo. Amar es desear. Desear con pasión, con intensidad, con permanencia, para sentir que sentimos, para sentir la vida. Para sentirnos vivos. Amamos el amor más que a una persona, más que el hecho amoroso mismo, nos enamoramos del amor y de los vacíos de sentido que creemos éste llena por momentos. Modificamos nuestro estado, nuestros placeres, y prolongamos el sufrimiento para desatar una contemplación agradable dentro del abismo de la perdición total y dolorosa.
¿Qué hay en el corazón?, ¿qué obtenemos de esta búsqueda desenfrenada? Crisis. Dolor. ¿Y acaso no hay autosatisfacción en este dolor?
Podría afirmar que el amor es una palabra más que un sentimiento. Cuatro letras ordenadas de manera tal que forman un ícono que consideramos bello. Preciosista. Que ciega la vista, nubla los sentidos y condena al alma. Con el simple hecho de enunciar la palabra se nos iluminan los ojos y sentimos mariposas en el estómago. Cuando se tiene, no se quiere y cuando se quiere, no se tiene. Pero es también algo, que no sabemos con exactitud, pero sentimos y manifestamos cuando creemos estar enamorados. ¿Qué es eso de estar enamorados? ¿Enamorados de qué? Enamorados del amor que creemos sentir hacia otros. Hacia lo inalcanzable. Hacia lo idealizable.
Cuando sentimos amor de otros seres humanos nos caen las dudas, los arrebatos de inseguridades y miedos. Generamos conflictos por asumir posturas. Tenemos una necesidad de estar conectados con otros, de poseer al otro, convirtiéndose en una obsesión. Ni nos aceptamos, ni aceptamos al otro. Coexistimos en un estado de placer-dolor. Nos echamos a la muerte desesperanzándonos de todo. Lloramos a gritos. Sentimos. Al no tener lo que supuestamente queremos nos desgarramos en una soledad embestida contra toda razón y lógica. La construimos para darle paso al odio como instinto superlativo de supervivencia. Para negar al otro y a la vez negarnos a nosotros mismos. Visto de esta manera, el amor es pues, una contradicción permanente de querer y no querer.
«Te adoro como adoro la bóveda nocturna
Oh vaso de tristeza, oh gran taciturna,
Y te amo más aun, bella, porque me huyes,
Y porque pareces, adorno de mis noches,
Acumular irónicamente las distancias
que separan mis brazos del inmenso azul.
Avanzo al ataque, ávido trepo,
Como los gusanos sobre los cadáveres,
Y amo en ti, oh bestia implacable y cruel,
También esa frialdad por la que me eres más
Bella.»
Charles Baudelaire
Todos los corazones sueñan con estar despiertos, a veces que se quedan insomnes, obsesos, llenos de fantasías, utopías inventadas, creadas para beneplácito personal. El amor no es más que la búsqueda incesante de esa satisfacción, de llenar ese vacío constante y permanente que tenemos dentro y que entendemos no podemos hartar solos. Es torturarse, hacerse creer cosas que no son, obsesionarse, apasionarse, dejarse llevar de impulsos, extender una irrealidad, no aceptar cambios ni entender el paso ineludible del tiempo. La locura total, la pérdida de la razón, de la cabeza. Lo más puro, lo más bello y lo muchas veces inalcanzable.
¿Por qué entendemos el amor como sinónimo de belleza? ¿Acaso no podríamos atribuirle la condenación eterna? Sentirse atado a otra persona, en cuerpo, en corazón, en alma, más que una bendición es una tortura, y con lo inestable que es el ser humano y con los cambios y fluctuaciones permanentes que da es casi imposible que ame una sola persona en toda su vida. Es por esto que vivimos en una encrucijada personal perenne, en una búsqueda del amor verdadero; ese amor que nos haga respirar diferente y cuya magia y encanto permaneza intacto, como el primer día, para siempre. ¿Será posible encontrar EL AMOR? ¿Será posible AMAR para toda la vida?
El amor existe cuando entendemos que sólo sirve como justificante de la búsqueda, sin perder su magia y su locura. Cuando dejamos de asumir posturas y actitudes y somos nosotros mismos, mostramos virtudes y defectos, y antes de buscar aceptación del otro nos aceptamos nosotros mismos. Cuando eliminamos la tontería de doblegarnos, de alejarnos del verdadero y puro ser. Cuando entendemos que somos humanos y que nada es eterno .
¿Qué se esconde detrás de eso que llamamos amor? El amor tiene ojos punzantes, hipnotizantes y acrisolados. Representa la pugna continua del individuo ante la aceptación y el rechazo, existe sólo en nuestra mente y despierta deseos, confusión, pasión y desnudez total, muchas veces como nos gustaría que fuera y no como es en realidad. Nos mentimos y mentimos a los demás en busca de una fusión «natural» a través de la vivencia amorosa. «El amor es una construcción, una invención, como casi todo lo que somos.»