*A Michelle y Emily Ortiz Ruano
Agradecimiento especial a Ybelice Briceño, docente de la Universidad de las Artes*
Lo único digno de escribirse es aquello que parece desconocido y, por lo tanto, aterrador.
Cherrie Moraga en «Esta puente mi espalda»
Los textos agrupados en esta selección fueron concebidos entre los años 70’s y 80’s por mujeres que no me conocieron, pues yo no había nacido y de haberlo hecho, mi alumbramiento acaeció en una ciudad chiquita del pacífico ecuatoriano llamada Esmeraldas. Los textos que comparto en esta entrada atravesaron una parte de mi ser, no solo por verme reflejada y haber vivido en mi cuerpo y espíritu las dolencias de estas mujeres, sino porque algo en mi memoria corporal me dice que yo estuve ahí; luchando codo a codo con ellas, escribiendo versos más allá de un fin literario. Yo estuve ahí, plasmando mi humanidad, mi resistencia misma en los papeles que me servían de breve espacio para ejercer mi «libertad». Mientras releo estos textos, pienso en todo lo que no he luchado y en lo que sí. Pienso también en las niñas negras de mi ciudad natal, que como yo crecieron sintiendo que algo no estaba bien en ellas, que habían sido marcadas a través de la piel por una bestia inhumana y mezquina. Mientras leo y releo, no solo los poemas sino también los testimonios y ensayos de Esta puente mi espalda pienso en mis hermanas, en lo que atraviesan a diario y en todos los sueños que no podrán cumplir debido a la situación geográfica, económica, familiar y política de nuestra ciudad, barrio o país. Las pienso y me pienso a los 25 años con millones de proyectos a medio hacer; con millones de poemas que no escribí por ponerme a llorar o a resolver problemas que no me competían, pero tenía que resolver. Pienso en todas las personas que escriben desde la comodidad de un seno familiar; desde la comodidad de una ciudad segura; desde la comodidad de una masculinidad; desde la comodidad de una cartera llena, personas que señalaron a estas mujeres y que ahora me señalan también a mí. Mientras las leo y ahora mientras escribo esto, pienso en todas las desaprobaciones que tendré por mostrar una parte de lo que me acontece y afecta más allá de lo literario. Pienso en mi yo pragmático, juzgándose a sí misma por descubrir una víscera aquí sin más e impunemente. Pienso en muchísimas otras cuestiones, pero prefiero dejarlas sobre mi cabeza como una galaxia invisible y mostrarles a ustedes: lectoras y escritoras resistentes que, aunque a veces creamos lo contrario, nunca estuvimos del todo solas:
El poema de la puente, por Kate Rushin
Estoy harta,
enferma de ver y tocar ambos lados de las cosas
enferma de ser la condenada puente de todos.
Nadie
se puede hablar
sin mí
¿No es cierto?
Explico mi madre a mi padre mi padre a mi hermanita
mi hermanita a mi hermano mi hermano a las feministas blancas
las feministas blancas a la gente de la iglesia Negra la gente de la iglesia Negra a los ex-jipis
los ex-jipis a los separatistas Negros
los separatistas Negros a los artistas
los artistas a los padres de mis amigos …
Después
tengo que explicarme a mí misma
a todos
Hago más traducciones
que las malditas Naciones Unidas.
Olvídense
Me enferman
Estoy enferma de llenar sus huecos
Enferma de ser su seguro contra
el aislamiento de sus autoimpuestas limitaciones
Enferma de ser la loca en sus cenas festivas
Enferma de ser la rara de sus meriendas del domingo
Enferma de ser la única amiga Negra de 34 individuos blancos
Encuéntrense otra conexión al resto del mundo
Encuéntrense otra cosa que los legitime
Encuéntrense otra manera de ser políticas y estar a la moda
No seré su puente a su femininidad
su masculinidad
su humani-dad
Estoy enferma de recordarles que no
se ensimismen tanto por mucho tiempo
Estoy enferma de mediar sus peores calidades
de parte de sus mejores
Estoy enferma
de recordarles
que respiren
antes de que se asfixien
con sus propias tarugadas
Olvídense
crezcan o ahóguense
evolucionen o muéranse
La puente que tengo que ser
es la puente a mi propio poder
Tengo que traducir mis propios temores
Mediar mis propias debilidades
Tengo que ser la puente a ningún lado
más que a mi ser verdadero
y después seré útil
Cuando crecía, por Nellie Wong
Yo sé ahora que una vez deseaba ser blanca.
¿Cómo? preguntas tú.
Déjame contarte las maneras.
cuando crecía, la gente me decía
que era oscura, y yo creía en mi misma oscuridad
en el espejo, en mi alma, en mi propia visión estrecha
cuando crecía, mis hermanas
de piel blanca eran exaltadas por su belleza, y en la oscuridad
me caía más, abrumada entre paredes altas
cuando crecía, leía revistas
y veía películas, estrellas rubias del cine, piel blanca, labios apasionados y para ser elevada, para ser una mujer, una mujer deseada, empecé a usar piel blanca imaginaria.
cuando crecía, estaba orgullosa
de mi inglés, mi gramática, mi deletreo
de pertenecer, caber en el grupo de niñas inteligentes
inteligentes niñas chinas, de pertenecer, de ser parte, de estar en fila
cuando crecía y fui a la secundaria descubrí a las muchachas blancas ricas,
unas pocas muchachas amarillas,
con sus vestidos de algodón importados,
con sus suéteres de casimir,
con su cabello rizado y pensé que yo también debería tener
lo que estas muchachas afortunadas tenían
cuando crecía, hambreaba
la comida americana, estilos americanos, clave: estilo blanco y hasta para mí, una niña nacida de padres chinos, ser china
era sentirme extranjera, era limitante,
era no-norteamericana
cuando crecía y un hombre blanco quería
salir conmigo, yo pensaba que yo era especial,
una gardenia exótica, ansiosa de pertenecer el estereotipo de una chica oriental
cuando crecía, me sentía avergonzada
de ciertos hombres amarillos, sus huesos finos,
sus cuerpos frágiles, su escupir por la calle, su tos,
acostados en cuartos sin sol,
inyectándose los brazos.
cuando crecía, la gente preguntaba
si era filipina, polinesia, portuguesa
nombraban todos los colores menos el blanco, la cáscara
de mi alma, pero no de mi tosca piel oscura
cuando crecía me sentía sucia.
Creía que dios
hizo a la gente blanca limpia
y no importaba cuanto me bañara no podía cambiar,
no podía mudar mi piel en el agua gris
cuando crecía juré
que me iba a escapar a las montañas púrpuras,
casas al lado del mar sin nada sobre mi cabeza,
con espacio para respirar,
no congestionada por la gente amarilla del área
llamada el Pueblochino, en un área que después aprendí era un barrio pobre, uno de muchos corazones
de la asía-américa
Yo sé ahora que alguna vez deseé ser blanca.
¿Cuántas maneras más?, preguntas tú.
¿Qué no te he dicho suficiente?
Para el color de mi madre, por Cherríe Moraga
Soy una chica güera vuelta morena por el color sangre de mi madre
hablo por ella a través de la parte sin nombre de la boca
la arqueada y ancha mordaza de mujeres morenas
a los dos años
mi labio superior se partió hasta la punta de mi nariz
derramó un grito que no cedía
que bajó seis pisos de hospital
donde los doctores me envolvieron en vendas blancas
solamente expuesta la boca gritona
el tajo, cosido en forma de gruñido duraría por años.
Soy una chica güera vuelta morena al color sangre de mi madre
hablando por ella
a los cinco años
apretada en costurón
una línea fina y azul de niña trazada sobre su cara
su boca apresurada a vocear inglés
voceando yes yes yes
voceando stoop lift carry
(sudando suspiros húmedos al campo
su pañuelo rojo se suelta debajo del sombrero de borde ancho
moviéndose a través de su labio superior)
a los catorce años, su boca
pintada, las puntas dibujadas hacia arriba
el lunar en la esquina pintado más oscuro y grande voceando yes ella rezando no no no
labios apretados y moviéndose
a los cuarenta y cinco años, su boca desangrándose al estómago
el hueco abierto haciéndose más bajo
profundizándose en la palidez de mi padre
finalmente, cosido de cadera a esternón una V invertida
Vera Elvira
Soy una chica güera vuelta morena al color sangre de mi madre
hablando por ella
como debe ser
mujeres morenas llegan a mí
sentadas en círculos
paso por sus manos
la cabeza de mi madre pintada de colores de barro
tocando cada facción tallada ojos hinchados y boca, también
entienden la explosión la ruptura abierta
contenida dentro
la expresión fija
ellas arrullan su silencio inclinando sus cabezas hacia mí.
Camino entre la historia de mi gente, por Chrystos
Hay mujeres encerradas en mis nudillos por haberse negado a hablar a la policía
mi sangre roja llena de esas
arrestadas, escapadas, balaceadas
Mis tendones estirados frágiles del coraje
no se miran como las raíces blancas de la paz
En mi médula hay caras hambrientas que viven en los terrenos que los blancos no quieren
En mi médula hay mujeres que buscan el agua
por 5 millas todos los días
En mi médula llevo las caras hinchadas de mi pueblo prohibido
a cazar
a moverse
a ser
En las cicatrices de mis rodillas puedes ver las criaturas arrancadas de sus familias
garroteadas en las escuelas de gobierno
Puedes ver a través de los alfileres en mis huesos
que somos prisioneros de una larga guerra
Mi rodilla está tan herida que nadie la quiere mirar
La pus del pasado escurre de cada poro
La infección ha durado por lo menos 300 años
Mis creencias sagradas se han hecho lápices,
nombres de ciudades, gasolineras
Mi rodilla está tan herida que cojeo constantemente
El coraje es mi muleta
Me detengo recta con ella
Mi rodilla está herida
ves
Cómo Todavía Sigo Caminando
Y cuando se vayan llévense sus retratos, por Jo Carrillo
A nuestras hermanas gringas amigas radicales
les encanta tener retratos de nosotras sentadas junto a la máquina de fábricas manejando un machete
en pañuelos brillantes
cargando niños morenos amarillos negros rojos
leyendo libros de las
campañas contra el analfabetismo
cargando ametralladoras bayonetas bombas navajas
Nuestras hermanas blancas
amigas radicales deben pensarlo de nuevo.
A nuestras hermanas gringas amigas radicales
les encanta tener retratos de nosotras andando por el sembrado en el sol ardiente con sombrero de paja si somos morenas pañuelo si somos negras
en faldas de tejido brillante
cargando niños morenos amarillos negros rojos leyendo libros de las campañas contra el analfabetismo sonriendo.
Nuestras hermanas gringas amigas radicales
deben de pensarlo de nuevo.
Nadie se sonríe
al dar frente al día
excavando pedazos de uranio como recuerdos
o limpiando detrás de nuestras hermanas gringas amigas radicales
Y cuando nuestras hermanas gringas
amigas radicales nos ven
en carne viva
no como su propio retrato,
no están muy seguras
si les encantamos tanto.
No somos tan felices como nos vemos en su pared
Martes en Toledo, por Ana Castillo
Amanecí
sola en Toledo.
Sol contra la pared
contra piedra, rechazada todo.
Un viejo nos dijo —maricas—
Mientras que tomábamos un café
Esperando el autobús de las 17:00
¿Será que no llevábamos los labios
pintados, que las mejillas fuesen
roídas por el viento? ¿Ser
americana, acaso, te ofendió?
Yo
te había perdonado todo.
Pero esto de llegar a tu vejez y no ser nada
nada, no Dalí, con pesetas y castillos
admiradores alrededor del mundo
pero molinero, gerente del Banco de Bilbao
o camarero en Madrid.
Sin dientes llegaste a los 60
y un juego de ajedrez con Manolo no
alivia esa herida que ha sido
tu vida: lo crudo, lo sangriento,
la guerra, el infarto, la mujer bella
a quien amaste tanto y quien se hizo vieja
para despreciarte. Me llamaste marica.
Todo tu odio envuelto en una palabra
lanzado desde tu rincón en el café.
Se me cae la cuchara y al levantarla,
siento, tu muerte.