Me choca la vida como un trueno galopante en mi corazón
Y empiezo a volar con dos mástiles atados a la tierra
Un arpón me cruza el pecho
Y toca el cielo
La vida la veo fragmentada, como en escenas fugaces donde el agua se deshoja
Y me veo ascender o caer, es lo mismo,
Sobre el atardecer de la pintura que aprieto incesante
Y en el fogón la quemo con mis manos hasta verla renacer ante la inquietud sofocante de las ventanas
La vida es un trueno que galopa sobre un caballo enloquecido
Que bebe de día y de noche
A punto de dormir sobre el regazo de mis soles
Veo los días que vienen
Veo sus rostros
Dormirse en mi pupila
Veo como el cielo se abre
Los sueños se descifran y se deshacen en la punta de mis labios
Es la sal
O la humedad
En las vías negras
de quienes amo
Sus voces y sus tersos cuerpos amotinados
Unos sobre otros en forma de montaña
Atravesada en el medio por esa vía que me encanta recorrer
De ida y de vuelta
Pararme y sentir la brisa desahuciada de los locos
Y así mirar hasta perderme
En la letanía
Aquellas luces que se demoran
Cantan todos los finales y los ciclos en que la vida se sumerge
La fiebre se eleva y es momento de vivir
Un día
Sin resplandor
Sin miradas
Sin voces
Solo uno con los brazos en alto
Grita su llegada
Verónica Cabanillas Samaniego.
29 de enero 2018