I
Iba caminando con mi bastón y mi perro lazarillo. Más que ciego no tengo ojos. Un día sentí con mi bastón algo pegajoso, circular, tirado en el suelo. Me agaché y descubrí que eran dos ojos. Me los puse. Durante una semana vi las cosas de otro modo, pero el mundo era tan diferente de como lo había imaginado, que decidí quitarme esos ojos extraños y tirarlos por el excusado. A mis años, no se puede andar cambiando de punto de vista a cada rato.
II
Mi abuela siempre me pregunta si recuerdo aquella vez que me llevó al río.
Y yo siempre le respondo que no, que no me acuerdo de ningún río.
Y ella siempre me responde que yo me ahogué en ese río, y que a lo mejor es por eso que ya no me acuerdo.
III
Un día me metí una hormiga en el oído y creo que vive en mi cerebro, pues desde ese día me la paso juntando migajas de pan y palitos. A veces mi familia y mis amigos me preguntan por qué me comporto como si fuera una hormiga. Yo los miro con mis ojos grandes y los escuchó con mis antenas: les digo que no hay tiempo para pensar, que las lluvias se aproximan.
IV
Una noche estaba muy triste porque perdí a mi perro. Después de buscarlo por mucho rato, regresé a mi casa y me encontré en la calle un libro de cuentos.
Llegué a mi casa, me fui a mi cuarto sin cenar, y empecé a leer el primer cuento. Tenía dibujos y trataba acerca de un niño gigante que perdió a su mono chimpancé.
Al día siguiente, cuando desperté, un niño gigante me observaba con sus enormes ojos, y cada que pasaba las hojas del libro que leía en ese momento, a mi se me estrujaba el estómago.
Ese niño gigante perdió a su mono y cuando regresaba a su casa encontró en la calle un libro de cuentos. El primer cuento trataba acerca de un niño que perdió a su perro y que encontró un libro de cuentos acerca de un niño gigante que perdió a su mono chimpancé.
V
Mi escepticismo me ha acompañado toda la vida. Por ejemplo, un día me fui a vivir a una casa alejada de la ciudad habitada por fantasmas. Yo acepté vivir allí, pues mi fama de escéptico no se puede poner en duda.
La primera noche sentí que me jalaban los pies, que saltaban encima de mi estómago, que me jalaban el cabello, y como no hice caso, sentí que me picaban los ojos. Pero como terminé de leer a Descartes, y estaba tan cansado, no sé si esto fue real o fue un sueño.
La noche siguiente escuché música de piano, de contrabajo y de violín, como si hubiera una fiesta en la sala del primer piso. Pero no me atrajo mucho la algarabía, y dormí profundamente, pues a mí nunca me han llamado la atención las fiestas.
La verdad es que me fui de esa casa no porque hubieran fantasmas; fue por un simple conflicto de intereses. Los supuestos fantasmas insistían en manifestarse por las noches, y el asunto es que yo, aparte de tener el sueño muy pesado, solamente soy escéptico por las noches.
Así, me fui de esa casa: yo conservé mi fama de escéptico y la casa conservó su fama de embrujada.
VI
Un día encontré a un hombre que regalaba su corazón descompuesto. Lo llevaba en la mano y me lo ofreció, pero yo le dije que por diez monedas de oro se lo reparaba. El hombre, que era un rico comerciante de opio, me dio las diez monedas y el corazón. Antes de que se fuera, le pregunté por qué tenía el corazón descompuesto, y él me respondió porque Dios decidió llevarse a su mujer e hijos.
Tres días después le llevé el corazón. El hombre se lo puso y se fue muy contento.
Lo que pasó en realidad fue que su corazón estaba tan descompuesto que mejor le dí uno nuevo, porque el que tenía aún sentía mucho amor por la mujer y los hijos muertos.