En un jardín de visiones

Llegamos una noche al mar,

en el intento de pisarle los talones al alba,

hasta que penetramos nuestra propia oscuridad

donde tus ojos de lobo

brillaron a través de los ojos míos:

ambos clamaron el mismo deleite de la piel,

el mismo deseo de trenzarse a la noche.

¡Qué hipnótica convocación de pavo reales

es tu iris cuando nadie lo ve!

Como el silente momento

en el que se prolonga la caída de un fruto

en un bosque inhabitado.

 

Pero las aguas que nos juntan y separan

resucitaron pronto las grietas

en los muros de nuestros cuerpos;

y ese beso que no fue beso

leña madura es

para esta indómita hoguera

que nos es tan íntima.

 

Nos acompasamos la vida

en aquellos días en que la luna,

cansada de tanto repetirse, se hizo niña

y nosotros

jugábamos a ser el reflejo del otro

colmadas nuestras manos de astros

y nuestros saberes

de amuletos.

¡Pero todo esto es falso!

Somos el demonio que decidimos ser

y nuestro dolor es hacia dentro

como el fuego que ríe de nuestra espera.

 

Uno siempre regresa

al lugar donde aprendió a amar

“no por necesario,

sino por inevitable”

pronunció alguna vez un poeta

al saborear el aliento de la muerte;

y lo que ayer fue semilla de ensueño

hoy se sabe naranja podrida sobre la tierra.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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