Uno de los libros maravillosos de este año es la antología «Atardece despacio» que recoge la obra poética completa de Dionisia García (1929), una figura femenina de nuestra literatura a tener presente, a quien considero además de una gran poeta, mi maestra. Me ha recomendado desde hace ya muchos años, buenas lecturas y compartimos tardes de té cada vez que tenemos oportunidad. Desde mis inicios he recibido sus comentarios a cerca de mi escritura, y hemos intercambiado nuestros pareceres sobre lo que sea la poesía.
Este volumen editado por Renacimiento -que cuenta con un poemario inédito hasta ahora- como afirma es una suerte de autobiografía poética, y es que podemos pensar que es ella misma quien atardece despacio, ahora de manera más consciente en esta edad alta -como ella dice, ya que aborrece y con razón, la expresión común ‘tercera edad’-. He observado en sus poemas la referencia a la luz un elemento muy presente en Murcia -donde reside- y en concreto al atardecer y a la oscuridad. Se entrevén como asociación en el primer caso a la vitalidad o bien en el segundo, a lo caduco y al silencio instrospectivo, el recogimiento que supone el atardecer como finalización del día, tratado como siempre de una manera cercana y ligada a su vivencia cotidiana. Me ha hecho pensar que es curioso observar en el lenguaje cotidiano las expresiones como «he amanecido mejor» o de una determinada forma, oído cuando uno pasa por una enfermedad pero también para referirse en general al estado de ánimo que uno tiene al despertar. Sin embargo no usamos la expresión «he atardecido con ganas de comerme el mundo», por ejemplo, o «ha atardecido con mejor aspecto y más animado». Por suerte, tenemos a Dionisia, que en su papel de poeta nos descubre nuevas posibilidades del lenguaje y de la palabra, en esa capacidad y libertad creativa que hay en la lírica para inventar nuevos giros y expresiones. Esto lo vemos claramente en uno de sus poemas «Atardecí en nosotros, en tu figura rígida», la escritora se funde con la naturaleza. Otras referencias a este fenómeno de ponerse el sol: «Alejados de las ciudades muertas,/ de los atardeceres sin horizonte,/ corrían tras el viento», «Si la Luz nos ampara, seremos por su gracia»… Podéis leer al final de este texto, la selección que he hecho de poemas recogidos en la antología, en los que encontramos este elemento comentado del atardecer, la importancia de esta forma de la naturaleza que nos acompaña a diario y a la que la autora recurre como metáfora de sí misma en la edad madura, ese atardece despacio o podríamos decir, atardezco despacio, también es un momento del día entendido como propicio para la poesía.
Ya solo comentar que sus poemas reafirman su forma de entender y de no entender el mundo y la vida desde el misterio, siempre dejando espacio a la sugerencia, a aquello que no es verbalizable. Su poesía se encuadra en la generación del 50, de la experiencia, y adquiere un poso filosófico al reflejar su manera de afrontar la vida. Busca una belleza sostenida desde lo profundo, la raíz, no se entretiene en la mera superficie como buena humanista. Es también una gran conocedora del lenguaje, de las palabras que escoge minuciosamente para dar con la sintonía adecuada en cada uno de sus versos. La autora habla desde la sinceridad y la coherencia de su práctica y experiencia como poeta, quién la conoce y la ha leído lo sabe muy bien. Nos dice en una entrevista, «Pienso que el arte y la poesía nos salvan de muchas cosas. Para mí, escribir un poema es un momento de luz, no sé si útil, pero valiosísimo». Es una persona que siempre ha estado rodeada de amistades con quienes sigue compartiendo su tiempo de manera muy generosa. Y es que como ella misma ha dicho, «El mundo de los afectos y la cercanía con las personas es mi mejor refugio, siempre lo ha sido».
SALTOS AGAZAPADOS
La carretera escupe su odisea mojada
mientras el autobús se desboca en zig zag
y los muchachos hierven, cántaros camineros,
saltos agazapados sobre motocicletas.
El galope de Dios se percibió en la tarde
bajo la lluvia mansa de un descuidado otoño,
llamada clandestina en aquellas figuras
cargadas de poder veloz y autoritario.
No hay más voz advertida que el limo del asfalto
y un rigor indomable sobre el vidrio del agua.
Atardecí en nosotros, en tu figura rígida,
estampa de sitial alejada del riesgo
sobre su alojamiento estricto y numerado.
El parabrisas gime durante el traqueteo,
y los cuerpos se dejan, ajustados y torpes.
Del poemario «Nemosine»
HORIZONTES
Fíate de la luz que alumbra vacilante
para hacer el camino, sin temor a las sombras;
si estas llegan, espera, que muy pronto
renovará la lámpara su aceite
con la amorosa ayuda de una mano precisa.
Alguien ha de apoyar esta aventura
por el juego apacible en el aguardo,
y nos dará con suerte la paciencia
hasta llegar a la frontera ansiada.
Fíate de esa luz intermitente.
La lucha es el portal del vencimiento.
Solo la plenitud será posible
si nosotros queremos que amanezca.
Del poemario «La apuesta»
TARDE DE MARZO
Aspiro a ti, poema, porque am i vista, el mar y las gaviotas
y el rayo solar de las seis y media.
Cuando lo tengo todo, me vienes desde atrás
como recuerdo de horizontes de tierra.
Pero es aquí donde advierto hermosura,
en el cielo, en las aguas completamente solas,
con tenue ondulación, y apenas huellas en la playa.
Qué misterio me vienes a enseñar, qué soledad presente
junto al alud de otras historias viejas,
deseosas de aparecer en otra vida mía.
Declina ya la luz, avisa el faro;
se confunden las aguas con el cielo.
Del poemario: «Interludio, (de las palabras y de los días»)
PRIMER VUELO
Se llevaron a Paula en aeroplano.
Como cesto de la luz en las alturas,
endulzaría el rostro de algunos pasajeros.
Nos sentimos extraños en la ausencia
al encontrar vacías las alcobas
y no oír los sonidos de su imprecisa voz.
Todavía, en el cuarto, los olores,
ese rastro de cuerpo recién hecho.
Sobre la silla, el sonajero roto;
amorosos fetiches entre olvidadas ropas.
Silencioso y parado queda el día.
Nos duele recordar que va de vuelo,
siendo un pequeño pájaro escondido
que no sabe de riesgos y aventuras.
Baja su voz la tarde y el mar reza.
Se oye su bisbiseo monocorde;
el dulce trago lento en los finales,
por la impaciente noche ya cercana.
Todo parece unirse a nuestro adiós.
La vida, sin remedio, nos va dejando solos
con un pasaje menos de nuestro recorrido.
Del poemario «El árbol (L’albero)»
ATARDECE
Hermoso el mar sin límite,
junto a la soledad
y el apagado bien de los colores.
Es la hora del Ángelus.
Los testigos se fueron
y Dios quiere venir entre la bruma.
Del poemario «La apuesta»
Dionisia García (Fuente-Álamo, Albacete, 1929) estudió Filología Románica en la Universidad de Murcia, ciudad donde reside desde entonces. En su trayectoria como escritora destaca su dedicación a la narrativa y, especialmente, la poesía. En el año 2000 la Universidad de Murcia instituyó un premio de poesía con su nombre. Dionisia García ha cultivado diversos géneros: el cuento, en los libros Antiguo y mate (Editora Regional de Murcia, 1985) e Imaginaciones y olvidos (Huerga y Fierro, 1997); el aforismo, en Ideario de otoño (Albacete, 1994) y Voces detenidas (Renacimiento, 2004); y comentarios críticos sobre escritores clásicos y contemporáneos, recogidos en el libro Páginas dispersas (Ediciones Tres Fronteras, 2008). Es también autora de varios poemarios,El vaho de los espejos (Murcia, 1976), Mnemosine (Madrid, 1981), Interludio (De las palabras y los días) (Barcelona, 1987), Diario abierto (Madrid, 1989), Las palabras lo saben (Renacimiento, Sevilla, 1993), Lugares de paso (Renacimiento, Sevilla, 1999), Aun a oscuras (Bari, 2001), El engaño de los días (Barcelona 2006) y L’albero (Bari, 2007), Cordialmente suya (Renacimiento, Sevilla, 2006), Correo interior (Renacimiento, 2009), que es una autobiografía novelada. No podemos olvidar su dedicación al aforismo. El caracol dorado (Renacimiento, 2011), precedido de Voces detenidas (Renacimiento, 2004), son parte de sus escritos en prosa.