Jotamario Arbeláez: «No sabíamos hacer nada, solo nadaísmo»

EL NADAÍSMO

Juan Romero Vinueza (JRV): Has dicho que los nadaístas eran calificados como vagos, drogadictos, reprobados, anticristos y apátridas. ¿Por qué?

Jotamario Arbeláez (JMA): Sí. El nadaísmo se inició como una pandilla de poetas menores de edad de clase media baja y, además, de provincia. Desde luego, teníamos todas las de perder frente al centralismo cultural y gubernamental que existía y que, de cierta forma, sigue existiendo en Colombia. Entonces, como era un movimiento muy controvertido y muy controversial, teníamos que acudir al escándalo. Ese escándalo se manifestaba en nuestras vestimentas, en nuestra actitud -aparte de la expresión literaria un poquito subida de tono-. Frente a eso, incluso, nos gustaba tener la reprobación no solo de los estamentos gubernamentales, académicos y religiosos, sino que también era una manera de presentarnos a la sociedad desafiantemente. El nadaísmo era una respuesta violenta a la violencia, que ya campeaba desde hace algunos años en el país. Entonces, nuestra respuesta violenta era acudir al terrorismo verbal, no al terrorismo como se conoce en Colombia.

JRV: Algo particular es que los nadaístas venían de Medellín y Cali que, casualmente, son dos de las ciudades más violentas de Colombia en la actualidad…

JMA: Fíjate, por coincidencia surgió que posteriormente esas dos ciudades fueron las capitales -casi que mundiales- del narcotráfico por una época muy extensa. De modo que de esa manera te explico por qué éramos reprobados, pero, además, nos gustaba despertar ese rechazo en la sociedad porque eso hacía que la juventud nos tuviera más aprecio.

JRV: Retomando lo del rechazo de la sociedad y la aprobación de esa “juventud rebelde”, me llama la atención la manera en cómo firmaban sus libros los nadaístas: gonzaloarango con minúscula y unido, Jotamario Arbeláez (en lugar de José Mario), x-504 (en lugar de Jaime Jaramillo Escobar), Amílkar U (en lugar de Amílcar Osorio), etc. ¿Esta respuesta era un signo de rebeldía ante el lenguaje o solamente jóvenes poetas queriendo llamar la atención?

JMA: No. De todas maneras, había que tener un elemento diferenciante frente lo normal. Por ejemplo, mi hermano Jesús Antonio Arbeláez siguió mis pasos como poeta nadaísta y yo le dije: “Muy bueno que seas poeta nadaísta. ¿Cómo vas a firmar? ¿Jesús Antonio Arbeláez” y el me dijo: “No. Voy a firmar: El hermano de Jotamario”. Obviamente yo me reí y él siguió diciendo: “Sí, pues, por donde yo paso siempre dicen: ¡Ahí viene el hermano de Jotamario!”. Me causo mucha risa, en verdad. Le dije que se espere y que yo le buscaría un buen pseudónimo. Entonces, con la “J” de Jesús, la “an” de Antonio y “Arb” de Arbeláez lo formamos. Al mismo tiempo, era una referencia a un personaje muy importante del surrealismo: el poeta y escultor franco-alemán Jean Arp, con “p”. Y, así, por el estilo. Jaime Jaramillo Escobar, en cambio, utilizó los primeros dígitos de su cédula de ciudadanía: x-504.

JRV: De hecho, él ganó un premio con ese pseudónimo si no me equivoco…

JMA: Sí, el concurso que se llamó Concurso Nadaísta de Poesía Cassius Clay y lo ganó con Los poemas de la ofensa. Esa era una manera de diferenciarnos de lo corriente.

JRV: ¿Te parece particular que aquello que se conoce como “la única vanguardia que existió en Colombia” nació en provincia y no en Bogotá?

JMA: Eso es curioso porque, en realidad, en Bogotá se manejaba culturalmente el país. A pesar de eso, los intelectuales de entonces no necesariamente eran bogotanos. Había también gente adinerada de provincia que llegaba y estudiaba en el exterior y desde Bogotá tenía a su alcance los medios de comunicación, las revistas. Sin embargo, gracias al escándalo que generaban nuestra presencia y nuestro comportamiento, los periódicos se sintieron interesados en publicar nuestras producciones. Seguramente en los periódicos pensaban: “Si estos tipos son tan escandalosos, dicen tantas barbaridades y proponen tanta truculencia, pues seguramente tienen algo que proponer literariamente”. Así nos abrieron las puertas de los suplementos literarios de los periódicos, que aparecían los domingos, y que tenían un caudal de lectores bastante extenso. Han pasado sesenta años desde esa irrupción, y desde hace casi treinta, Eduardo Escobar (poeta nadaísta de Medellín) y yo (poeta nadaísta de Cali) tenemos sendas columnas semanales en el periódico más importante del país: El Tiempo. En mi caso específico, también en el más importante de mi ciudad: El País, de Cali.

JRV: No solo en Colombia las provincias son más vanguardistas que las capitales. Por ejemplo, en cuanto a los poetas peruanos, César Vallejo nació de Santiago de Chuco, Carlos Oquendo de Amat en Puno; a los ecuatorianos, Hugo Mayo nació en Manta, César Dávila Andrade en Cuenca… ¿Crees que existe alguna relación entre las vanguardias y el hecho de ubicarse fuera de ese círculo cultural oficial?

JMA: No me había detenido en ello, pero, viéndolo con tan amplia perspectiva, me doy cuenta de que nunca hubo un nadaísta de Bogotá y eso es muy sintomático. Sin embargo, hubo un momento en que los nadaístas de las provincias sí fuimos a dar a Bogotá. La tomamos como un epicentro, precisamente en el año 70’ cuando Gonzalo Arango y Jaime Jaramillo Escobar fundaron la revista Nadaísmo 70 porque pensaron que sería solo por un año o una sola entrega. Luego se fue extendiendo y se le quitó el 70 y se la llamó solo Nadaísmo. Estuvo viva como dos o tres años y se sacaron unos nueve números. Eso ocasionó que los nadaístas de Medellín, Cali, la Costa Atlántica y los Santanderes, se reunificaran en Bogotá. Además, fue precisamente el momento (a los 13 años de haber fundado el nadaísmo) que Gonzalo Arango, gracias a un encuentro amoroso con una niña muy bella que venía de Inglaterra que conoció en un lugar maravilloso como lo es la Isla de Providencia, le hizo caer en cuenta de que el nadaísmo era “conducir a la juventud por el desfiladero”, que era un movimiento que no tenía ninguna proyección, ni ningún programa, ni nada. Entonces, en un momento dado él abdicó del nadaísmo. Dijo que no seguiría más con eso. Y nosotros, pues, imagínate un poco de vagos que no sabíamos hacer nada, solo nadaísmo. Nosotros nunca estudiamos en la universidad, no tuvimos tiempo de ir a la universidad por estar leyendo. Porque sí nos preocupamos por tener una cultura muy amplia, muy universal, y estábamos muy pendientes de la vanguardia. A pesar de eso, nosotros decidimos seguir con el nadaísmo. Gonzalo Arango, en cambio, derivó su expresión que era verdaderamente tremenda y muy hermosa, en lo que esta niña Angelita, la gringa, lo había convertido. Nosotros la consideramos la Yoko Ono del nadaísmo. Después, Arango perdió la vida en un accidente de tránsito en 1976. Y, bueno, nosotros cumpliremos sesenta años como movimiento el año que viene.

JRV: ¿Cómo puede sobrevivir tanto tiempo un movimiento?

JMA: Yo creo que porque nunca lo definimos. Ese fue uno de nuestros secretos. Nunca se dio una definición lógica porque si se buscaba una lógica racional, se podría destruir o contrarrestar. Siempre dimos unas definiciones aleatorias: “El nadaísmo es un psiquiatra aplicando choques de insulina a la Virgen de los Milagros”. La gente quedaba aterrada. O, cuando decíamos: “El nadaísmo es un regimiento chino invadiendo la tierra prometida para sembrarla de arroz”, “Tomad un reloj. Desarmado. Ahora, armadlo de nuevo. Esa pieza que sobra, ¿la veis? Es el nadaísmo”.

JRV: ¿Estas definiciones constan en el manifiesto nadaísta?

JMA: Están en las revistas Nadaísmo 70. Ahí se encuentran muchas, muchas. El nadaísmo tiene ciento una definiciones, todas falsas.

JRV: ¿Crees que el nadaísmo es como una especie de dadaísmo latinoamericano? Lo digo porque siento que los poetas que eran parte del movimiento no se parecen tanto entre sí, como que sus poéticas se diseminan y dispersan por varias tangentes…

JMA: Sí, cada uno tuvo su personalidad. Lo lindo es que hubo tantos nadaísmos como tantos nadaístas figuraron en el grupo. Cada uno tenía unas influencias, una formación. Lo único que sí era coherente y unificador era la irreverencia y el humor negro. Esos dos elementos sí constaban en todos.

TRADICIÓN POÉTICA COLOMBIANA

JRV: ¿Estos dos elementos, el humor negro y la irreverencia, se deben a la tradición poética colombiana en sí? Si lo vemos más amplio, se podría decir que la tradición poética colombiana es de las más conservadoras de Latinoamérica…

JMA: Sí, de las más conservadoras. Correcto. A pesar de las frases rimbombantes de Gonzalo para presentar a su grupo en las que decía: “Somos geniales, locos y peligrosos”.  Pero yo creo que más que la genialidad, estaba el ingenio. Trabajábamos mucho con el ingenio, acudíamos al juego de palabras, a decir dos o tres cosas con la misma frase, buscando una especie de polisemia. Eso se ve también en nuestros textos literarios, aparte de los manifiestos. De modo que gracias a ello creamos una poética verdaderamente original y, más que cambiar la estructura de las expresiones artísticas o literarias, cambiamos el comportamiento de una sociedad que estaba aprisionada en la reglamentación de la academia y de la iglesia: por ejemplo, el culto a la virginidad. Nosotros impusimos el amor libre, al igual que el consumo de las drogas y el uso de las palabras “fuertes”.

JRV: ¿Crees que la poesía colombiana sigue siendo conservadora ahora?

JMA: Bueno, hay distintas tendencias. Por ejemplo, hay un gran poeta que es Giovanni Quessep que utiliza el formato de la poesía antigua persa. No se le puede obligar a ser moderno o vanguardista porque se nota una gran calidad poética en su expresión. Eso es absolutamente respetable. En un principio, muchos intelectuales para no sentir que fueron maltratados por el nadaísmo dieron un gran paso atrás. Se volvieron conservadores, volvieron a cierto de clasicismo. Pero, después, no por influencia del nadaísmo sino por el aluvión editorial que llegó con toda la gran poesía del mundo, entonces, tuvieron que ser permeables a ello. Pero de todas maneras daría como cierta rabia pensar que dependen de nuestra influencia. Álvaro Mutis, el gran poeta colombiano que vivió la última etapa de su vida en México, le preguntaban cómo se llamarían los buenos poetas que han seguido después del nadaísmo y el contesto, en México: pos nadaístas (risas).

JRV: ¿Y qué hay de los poetas colombianos más jóvenes? ¿Piensas que aún no han logrado separarse de la propuesta nadaísta?

JMA: Claro, porque abrirse del nadaísmo sería abrirse de las amplias posibilidades que hay para la expresión. El nadaísmo no es una forma rigurosa sino una posibilidad de investigar y proponer nuevas formas expresivas. Actualmente, hay muchos grupos. Cada aniversario de la muerte de Gonzalo Arango, el hijo de una de sus primeras amantes, la poeta norteamericana Rosa Girasol, tiene en su poder el baúl de los recuerdos de Arango y cada día que se cumple un año más de su nacimiento, él organiza en varias ciudades de Colombia y el mundo encuentros nocturnos en tabernas donde él envía videos que ha preparado con la voz de su padre y algunas ilustraciones. Se hace una celebración pública, rumba y lectura de poemas nadaístas de los jóvenes que han asistido al evento. El desafío poético de los jóvenes, aparentemente nadaístas, es utilizar un vocabulario soez. Les parece que lo más ofensivo es lo mejor. No hacen una cosa analítica, seria, estructurada, sino que es solo simplemente el bombardeo con la palabra ofensiva.

JRV: ¿Has oído hablar sobre el libro El nadaísmo me lo mama en reversa del poeta bogotano Michael Benítez Ortiz?

JMA: Eso, me estoy refiriendo justo a ese. Me parece que su propuesta es una irreverencia ante el nadaísmo (es decir, una irreverencia ante la irreverencia). Están utilizando las mismas estrategias que los nadaístas utilizábamos. Son algo así como nadaístas el cuadrado.

JRV: ¿Encuentras algún paralelismo entre tu poética y la de los demás nadaístas?

JMA: La mía se diferencia sobre todo en los libros Paños menores y La casa de memoria, donde el tópico es la casa, la familia y la profesión de mi padre. Hay, además, una referencia anecdótica de los sastres de Ambato que llegaron a la ciudad de Cali: mi abuelo, mi bisabuelo y sus hijos. Eso ha sido muy recurrente en la poesía que vengo trabajando. En ese sentido no tiene paralelo con los demás, pero sí tengo paralelo en esos elementos que te mencioné: la irreverencia, el humor negro y el juego de palabras.

PAÑOS MENORES (EL ÁNGEL EDITOR, 2017)

JRV: En un verso del primer poema con el que abres el libro Paños menores la voz poética dice: ¿De qué parte de mis antepasados me podré en contra cuáles? Sabemos que la historia es contada por los vencedores, pero en este poema tú te pones del lado de ambos…

JMA: Es una reflexión y una duda, no es sentar cátedra. Veo en todas partes eso de: ¡Ay, los españoles vinieron y nos mataron!; otros, en cambio, dicen: Encontramos ahí unas tribus incivilizadas y bárbaras, y lo que trajimos fue el idioma de Castilla y la figura de Cristo. Todo eso. Entonces, uno se pone de lado de dónde más siente que pertenece. En cambio, yo aquí propongo la duda: mis antepasados hicieron esto y mis otros antepasados se defendieron de ello. Esta duda es lo que quiero que quede en el lector, que él mismo se pregunte de parte de qué antepasados se pondrá contra cuáles.

JRV: Has dicho que no tienes muy presente la figura de la madre en tu poesía, pero sí la del padre. En ambos libros se nota mucho aquello: la profesión del padre, la sastrería, el barrio obrero, etc. Sin embargo, a pesar de eso sí existe una figura femenina que no es la madre, sino que es la abuela. ¿Cómo crees que se da esa relación padre y abuela en tu obra?

JMA: Sí. Sobre todo se da en cuanto a mi abuela paterna con la que viví, aunque tenía la otra abuela, la ecuatoriana, y que vivía en la misma ciudad, en un barrio vecino. Lo que pasa es que en mi infancia, me tomaban para que el día de la madre recitara unos poemas que -después me di cuenta- eran sumamente cursis. Me llenaban de aplausos y todo. Pero luego pensé que yo era una burla, que me aplaudían por hacer el ridículo. Frente a eso tomé la figura del padre como algo un poquito más original dentro de los temas de la poesía moderna y me emboqué por allí. De todas maneras, a mi madre (madre de dos poetas) le debo toda la veneración por la savia que nos inculco y que, en realidad, fue una lección que el poeta ambateño Xavier Oquendo Troncoso se hubiera detenido en ese detalle y haya hecho la exaltación de la vieja. Eso ha sido una gran satisfacción: el homenaje a mi madre y la primera publicación de un libro mío en Ecuador.

JRV: A diferencia de otros poetas nadaístas, estos dos libros tuyos son muy narrativos, como si fuesen historias o anécdotas que están contadas de un modo poético. ¿Cuál es la frontera entre lo poético y lo narrativo en tu obra?

JMA: Fíjate que actualmente estoy trabajando un libro que es un poema río, como la novela río porque son doce tomos. El proyecto se llama Los días contados y cada tomo abarca un tema. Digamos, un tema es el de la familia, otro el de la vida con los amigos literatos nadaístas, el nadaísmo en sí, otro es los viajes, el erotismo, la droga, la guerrilla. En fin, todos los elementos de los que nos tocó ser partícipes o testigos. Pero, claro, proviene de una actitud narrativa como la de Whitman en Canto a mí mismo. Entonces, es narrar una historia que tiene la particularidad que los temas que abordo en la poesía primero los elaboro en prosa en mis columnas de prensa que tienen un límite de caracteres. Una vez ya publicados, me tomo la libertad de desglosarlos, ampliarlos, expandirlos o cortarlos, de acuerdo con el ritmo -no métrica- que vaya dando. Así es como se va transformando en un poema narrativo…

JRV: Te lo preguntaba porque en Ecuador, en general, se cree que Colombia tiene una gran tradición literaria en la narrativa y no tanto en la poesía. Y, claro, me parece curioso que una de las figuras del nadaísmo también juega con la idea del poema narrativo…

JMA: Los poemas de Jaime Jaramillo Escobar (x-504) son todos muy narrativos sobre su pueblo, su infancia, sus vivencias; Raúl Gómez Jattin tiene, de igual forma, muy presente la imagen de su casa, de su madre; pero, también hay poetas muy introspectivos que trabajan con el sonido de la palabra.

JRV: Es notable la auto-ironía que manejas en tus textos, lo que resulta interesante porque no es una constante en los poemas que constan en este libro Paños menores (El Ángel, 2017), sino más bien son pocos los textos de ese tono, que parecería que están perdidos entre los demás de un corte más elegíaco…

JMA: Estos poemas son bastante anteriores. Van como desde el año 62 hasta el 80. Pero sí lo que apuntas del tono elegíaco está muy presente. Son textos que fueron escritos en la adolescencia pero que se remiten a la infancia. En cambio, ahora, me doy el lujo de ser mucho más cáustico y de comenzar la burla de la sociedad a través de la burla de mí mismo. Ese es el secreto del humor de Chaplin y de Woody Allen, es decir, comenzar a echarse uno mismo la crítica para que luego no venga la réplica. También, de cierta forma, me han hecho caer en cuenta que todo está dicho con mucha arrogancia, por exceso de ego, pero les he contestado que merced a mis viajes a la India y a la China -donde me ha llevado la poesía- me he metido con taotekines que me han permitido eliminar el ego, lo cual me permite decir que soy perfecto (risas).

JRV: La casa de memoria empieza en la remembranza de la infancia. ¿La infancia es el motivo más fuerte de tu poesía?

JMA: En cierta forma, el tema lo he vuelto recurrente porque una vez un editor me pidió una memoria de mi vida como nadaísta. Comencé a escribirla, pero pensé que era necesario arrancar desde el momento en el que entro al nadaísmo, sino que había que echar hacia atrás, como un tipo de recuento psicológico, para que se pudiera ver de dónde venía ese muchacho que hacía esas cosas. Por eso me dediqué a hacer una especie de introspección y búsqueda de anecdotario familiar. Eso me fue tan grato que lo he explotado muy sistemáticamente.

JRV: Sí, La casa de memoria es como genealogía poética de tu familia, como un monumento a todo el viaje de tu familia ecuatoriana a Colombia. Existe una conversación, un diálogo entre estos dos países hermanos, con una bandera igualita, hijos de una misma madre -digamos-. ¿Cómo planteas ese eje elegíaco que atraviesa estas dos países y culturas que convergen en Cali?

JMA: Bueno, son dos cuestiones. Cuando surge el nadaísmo en Colombia, en Ecuador surge otro movimiento paralelo, con más intensidad revolucionaria de izquierda: el movimiento tzántzico; y en Venezuela surge El techo de la ballena. Eso nos hizo tener una hermandad muy grande. Otro elemento unificador fue el poeta argentino Leandro Katz que vivió en Ecuador. Incluso se casó con la hermana de Ulises Estrella, uno de los fundadores de los tzántzicos. Posteriormente, estuvo con nosotros en el nadaísmo de Cali y luego en Bogotá. Después, él siguió hacia New York y actualmente está en Buenos Aires. Eso fue un hilo unificador. Por otro lado, está la investigación de la sastrería de mi padre y de dónde había llegado el gran maestro, que era mi abuelo ambateño. De esa forma, me sumergí en la historia del Ecuador -y particularmente de Ambato- y me di cuenta de que ellos habían salido de ese país bajo una percepción de mi abuela de que el fin del mundo iba a empezar por Ecuador, en Ambato. Resulta que en 1949 fue el terremoto en Ambato que, prácticamente, destruyó la ciudad de mis ancestros. Entonces, esos son los dos elementos que me ayudaron a crear esa poética: la investigación y cercanía con Ambato, y la correspondencia literaria con el movimiento tzántzico.

JRV: ¿Encuentras otro paralelismo entre los movimientos literarios, aparte de los tzántzico y nadaístas, entre Ecuador y Colombia? ¿Otros movimientos, otros poetas?

JMA: Sé que hay mucha correspondencia entre ambos…

JRV: Lo digo porque hace unos meses, el poeta payanés Felipe García Quintero presentó una ponencia donde comparaba que ambas poéticas, tanto las de Colombia como las de Ecuador, iniciaban con un Silva: José Asunción, en Colombia; y Medardo Ángel, en Ecuador. Ambos modernistas, suicidas, miembros del Parnaso de cada país…

JMA: Claro que sí. Existe mucha empatía y camaradería entre los poetas de los dos países. Un signo de ello es que la gran Feria del Libro de Quito, en su primera edición y en esta última, ha sido dirigida por un poeta colombiano: Antonio Correa Losada.

JRV: Y que, básicamente, ahora es como un poeta ecuatoriano…

JMA: Sí, va muchos años involucrado con las cosas de acá. Su cultura y su vivencia pertenecen más a Ecuador que a Colombia. Tiene las dos nacionalidades, según entiendo. Eso es una muestra también de la interculturalidad que se presentan entre ambas tradiciones literarias.

 



 

Jotamario Arbeláez (Cali, Colombia, 1940)

Destacado representante y cofundador del movimiento nadaísta colombiano. Desde su primer libro, El profeta en su casa (1966), Jotamario demostró la ironía y la mordacidad que había asimilado a través de sus lecturas de los creadores surrealistas. En 1980 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Oveja Negra y Golpe de Dados, con Mi reino por este mundo (1981). Otros libros publicados: El libro rojo de rojas (1970), en colaboración con Elmo Valencia; la antología Doce poetas nadaístas de los últimos días (1986) y El espíritu erótico (1990), antología poética y pictórica realizada junto con Fernando Guinard. En 1985 ganó el Premio Nacional de Poesía Colcultura con La casa de la memoria.

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