Ya llegará*

Es temprano, se te ocurre, Todavía hay tiempo, así que formas un volcán sobre la mesa con una buena cantidad de harina y colocas algunos huevos dentro del cráter antes de mezclar los ingredientes con movimientos envolventes para que no se extienda el huevo y amasas la mezcla. Te detienes por un instante para preguntarte por qué estás haciendo todo esto si, después de aquella pelea, es probable que no venga: te lo advirtió desde un principio. De cualquier modo, agregas a la mezcla las nueces de castilla que moliste finamente unos minutos atrás, cuando aún te parecía una gran idea, y envuelves el resultado en plástico para que repose por un tiempo alejado del calor de la estufa, en tanto te preguntas cómo y con qué podrían comer esa pasta. Te decides por hacer una lasagna tradicional acompañada con tocino y una salsa bechamel con hongos cremini. Utilizas los quesos de siempre para no equivocarte: mozzarella y parmesano, porque no estás de humor para refrescar las cosas con ricotta; para eso está la ensalada. Tal vez si las cosas estuvieran mejor entre ustedes lo harías, pero en lugar de eso prefieres trabajar con ingredientes más pesados, pensando que la cantidad de grasa en el platillo es una muestra de tu enojo. Eso y la falta de postre. Tal vez puedas prescindir de la albahaca, meditas. Pero no, parece que no. Es probable que puedas privarte de la compañía, pero nunca de la albahaca fresca. Deja de engañarte. Mientras se cuece la carne, rebanas tantos hongos como crees necesarios y los arrojas a la sartén con algo de ajo, hierbas, sal, pimienta y mantequilla. Para que suden, los tapas y los pones a fuego lento. Reflexionas por un segundo en lo incómodo que se ha vuelto ver el problema en todo lo que haces: tal vez exageraste, tal vez ella dijo cosas de más, pero los champiñones no tienen nada que ver, aunque te sientas un como ellos. Dejas caer en una cacerola pequeña mantequilla y harina. Después de un tiempo prudente, viertes de leche tibia (no demasiada, porque agregarás más líquido dentro de poco) y, conforme se incrementa la temperatura, sazonas. Qué fastidio pensar que puedes terminar comiendo con tu pinche albahaca fresca, pero a solas. Ahora que comienza a espesar la salsa, agregas mozzarella rallado y, finalmente, mueles algunos de los cremini con su líquido y los agregas junto con los trozos restantes a la salsa para añadir color y sabor. Enciendes el horno. Todavía tienes que laminar la pasta. Más vale que venga, piensas, pero tienes tus dudas, y te sirves un vaso de whiskey. Ya llegará. Mientras extiendes la pasta, te da cuenta de que debido a tus enojos has olvidado quitar la salsa de la lumbre y se ha manchado la estufa. Opinas que no es tan importante. Después de cortar y cocer la pasta, preparas el refractario y acomodas todos los ingredientes en capas precisas hasta alcanzar la altura que deseas, antes de coronar todo con abundante queso. Has olvidado el tocino. No importa, no importa, te tranquilizas. Al horno. Que no venga si no quiere, te dices, pero arrastras una silla hasta la cocina y te asomas por la ventana, mientras tomas pequeños sorbos de tu vaso. Ya llegará. Hay que hacer la ensalada.

 

*Texto publicado originalmente en la revista Gourmet de México.

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