Recientemente me he estado preguntando mucho por mi identidad. Sé que soy colombiana, por lo tanto soy latinoamericana, suramericana, hispanoamericana, de las Américas. En mi país soy blanca, pero aquí, en donde vivo ahora, soy un moco pegado a la pared. Si alguien reconoce mi país y quieren hacer un comentario al respecto me dicen lo bonito que es; algunos, un poco más intrépidos, me hablan del problema de drogas y lo fabulosa que es la cocaína colombiana (por suerte me he encontrado muy pocos de estos); otros, los que más me sorprenden, me hablan de García Márquez y Totó la Momposina; hay por ahí quienes me cometan sobre la salsa y el español; y no podemos olvidar a todos aquellos que vieron Narcos (la vi, la vi para entender qué era lo que tanto le gustaba a las personas de esa serie, me sorprendió lo bien hecha que estaba, amé la cantidad de actrices y actores colombianos en la serie, logré aprender algunos datos históricos que desconocía y me dio una perspectiva extranjera de la historia de mi país; pero me molestó profundamente que los gringos, “grandes héroes”, fueran quienes nos salvaran de esos demonios como Pablo Escobar).
Me doy cuenta que todos estos mitos, perspectivas e historias me hacen y hacen a mi país. El sólo hecho de decir de donde vengo tiene la habilidad de cambiar mi color de piel y por lo tanto como la gente se relaciona conmigo. Por lo general las personas piensan que soy francesa o polaca; luego, cuando me escuchan hablar, cambian su idea a española o italiana, pero nunca, jamás de los jamases piensan que soy colombiana, latina; no tengo el color de piel, no tengo el color de pelo, no tengo el cuerpo y no tengo el acento que ellos están esperando. Lo más curioso es que mientras intentan adivinar de dónde soy están abiertos a conocerme y escucharme, se siente que su cordialidad e interés son sinceros, y como se podrán imaginar, en el momento en que digo colombiana una pared invisible se cae entre la otra persona y yo. No exagero, a pesar de que suene estúpido, pero la gente toma distancia, porque en sus cabezas un montón de asociaciones se hacen en menos de un segundo, haciendo que cualquier interés que tenían en la conversación se cayera; siguen siendo amables, pero poco a poco acaban con la conversación.
Hay quienes me han dicho que yo no soy blanca, que más bien mi color de piel es oliva. Me dicen que los blancos se ponen rojos por todo y que eso no me pasa a mi, yo sólo puedo pensar en mi fastidio a broncearme y al clima caliente porque me pongo muy roja, incluso sí no estoy quemada. Un día alguien me dijo que yo podría ser caribeña, pero estoy segura que un caribeño colombiano me diría que soy demasiado rola (gentilicio alternativo para hablar de los bogotanos, en este caso usado de manera despectiva). Y a pesar de todo eso, aquí no soy blanca, no lo soy porque no tengo el estatus de los que aquí se consideran blancos, ese estatus es sinónimo del lugar de nacimiento, claramente Colombia no entra dentro de lo que ellos consideran blanco.
Pero el problema de mi identidad no es sólo lo conflictivo que resulta de mi color de piel, también es que parezco tener múltiples identidades al mismo tiempo, y por algún extraño motivo deben vivir en armonía. En primera instancia soy bogotana (rola), por lo menos en Colombia eso ya habla mucho de quien soy; pero mi familia es paisa (de Medellín y Armenia para ser más exactos), sí entramos en los problemas de amores y odios entre Antioquia y “el viejo Caldas” (Risaralda, Quindío y Caldas), tengo la influencia de dos tipo de paisas, haciendo de mi identidad una combinación extraña de tres regiones.
Fuera de Colombia, pues, soy colombiana. Esto quiere decir que en mi está representadas todas las comunidades y culturas que hay en mi país. Por lo tanto, y de manera muy básica y reducida, soy indígena, negra y criolla; amazónica, llanera, paisa, chocoana, cundiboyacense, pastusa, santandereana, costeña, valluna, chibcha, wayuu, muisca, etc. ¿Cómo es posible que una sola persona pueda significar todo esto al mismo tiempo? Lo bueno es que pocos conocen y se quedan con los estereotipos, lo malo es que pocos conocen y se quedan con los estereotipos. Es bueno porque no tengo que admitir la ignorancia en la que la mayoría de colombianos vivimos acerca de las culturas que viven en nuestro país. Es malo porque la imagen que tienen los extranjeros de nosotros no es necesariamente la más positiva.
A veces las personas no están muy seguras de Colombia, me refiero a que su forma de responder a mi nacionalidad es con una gran gesto de sorpresa y confusión; se que en gran medida, aunque pocos lo acepten, muchos no tienen ni idea de dónde queda esa vaina. Ahí es cuando el término latinoamericana viene a relucir (aquí también cabe el de suramericana, hispanoamericana o de las Américas, todo depende de la persona con la que esté hablando y de la perspectiva que esté tomando, pero por lo general latina parece funcionar en casi todos los espacios en los que me he encontrado).
Últimamente me he estado preguntando mucho por eso, qué significa y quién entra dentro de esa categoría y quién no. Todo eso depende del lugar donde uno se pare, las perspectivas cambian mucho, pero digamos que el idioma, la geografía y un tanto la historia son factores cruciales para hablar del tema. Ya aquí empiezo a confundirme. Hace poquito hablaba con un amigo caribeño de la película Coco. Yo le decía que eso era cultura Mexicana, pero él estaba confundido de por qué no era cultura latinoamericana. Claramente mi respuesta fue que yo no me sentía representada por esa película, que en mi país el día de los muertos no se celebra, pero que igual encontraba la película muy buena y bonita, que me encantaba que hablaran un montón de cosas en español y que me sabía un par de canciones del soundtrack. Entonces vino la pregunta, ¿te sientes representada en Narcos?, pues de algún modo sí, así hablamos (me emocioné cuando escuché palabras como chichipato y la gran variedad de usos que hacemos de la palabra marica), esas son mis ciudades y selvas, hasta muestran escenas en las que juegan Tejo (deporte nacional que tiene de todo menos actividad física, la habilidad más importante que se debe tener es la capacidad cervecera de los jugadores); pero no, eso no muestra la cultura de mi país, no muestra la su riqueza y está lejos de logralo.
En algún otro momento un amigo nicaragüense me decía que la cultura de mi país ha sido muy influyente alrededor de Latinoamérica. Sé que la cumbia ha sido muy importante, que su trasformación y viaje hacía México creó un nuevo género y una nueva forma de bailar. Se que la salsa y el reggaetón son muy populares e importantes, estableciendo algo así como sus “capitales” en Cali y Medellín respectivamente. Pero sé también que Argentina, México, Brasil y Cuba han sido países mucho más influyentes y conocidos a nivel mundial. Sé que me puedo sentir identificada con ciertos sufrimientos y luchas que ellos han vivido, porque Colombia ha vivido luchas similares. Y sé que, más allá de estos cuatro países, hablar con un latino, sin importar su nacionalidad, me hace sentir como en casa, me llena de felicidad, se que puedo volver a bromear y que no soy a ser malinterpretada, sé que algo nos une de una manera tan poderosa que no logro describir. E igual me pregunto ¿qué es ser latinoamericana?
Al final del día, represento a una cultura que a ojos ignorantes es homogénea; represento a un país que a ojos ignorantes es homogéneo; represento a dos regiones paisas que a ojos ignorantes son homogéneas; y represento a los rolos que ha ojos ignorantes son homogéneos. Mi identidad va mucho más allá de un color de piel, de una forma de moverme, de una forma de hablar. Vivo mi identidad en gran medida por intuición, porque definir qué es ser latina, colombiana, un poco paisa y rola me va a tomar toda la vida; pero la intuición me acerca a mi tierra y a sus dolores, me hace saborear la comida, amar mi idioma y celebrar la vida, aunque está parezca no tener solución alguna. Y aunque la pregunta me persiga toda la vida, igual me siento muy orgullosa de todo ese sancocho que me hace ser quien soy, de ser latina.