The Endless: Súbditos de una pictocracia

Directores: Justin Benson y Aaron Moorhead

Año: 2017

Nacionalidad: EEUU

El año pasado se celebró el bicentenario del nacimiento de Henry David Thoreau, activista pionero de la desobediencia civil y autor de Walden, libro de memorias en el que narra su retorno a la naturaleza en busca de una vida más sencilla como respuesta a la industrialización despiadada en los Estados Unidos del siglo XIX. Si bien hay investigadores que recientemente han demostrado incoherencias entre las buenas intenciones del autor y su realidad, Walden se ha convertido en una especie de guía para los hiperconectados millenials, algo sobre lo que los autores de The endless parecen haber querido incidir de forma mordaz.

La historia comienza mostrándonos a dos hermanos que han escapado de una secta y sobreviven miserablemente en una sociedad que les es esquiva. Con la llegada de una cinta de vídeo en la que aparece una de las jóvenes de la comuna hablando de la hora del final, por insistencia del hermano menor, Aaron, ambos se lanzan a la carretera para regresar allí el fin de semana y comprobar si los miembros se aprestan a un suicidio colectivo. No obstante, el panorama sórdido que el hermano mayor, Justin, había impuesto en la mente de Aaron parece desdibujarse ante una comunidad pacífica, ecológica y autosuficiente que haría las delicias de los cultores de la autenticidad hipsteril.  

Pero pronto aquel paraíso de pastores en idilio con el mito se va transformando en un encuentro con lo misterioso en cuanto reverso oscuro del alma, no en vano Tolkien y Lovecraft son mencionados frecuentemente a lo largo del filme. El antiguo deseo de la inmortalidad encarnado en la juventud eterna se renueva aquí en un tiempo cíclico inmovilizado en el que la experiencia es anulada en loops que duran lo que un purgatorio, cual clip de YouTube capaz de ser reproducido continuamente.

Y es que en la zona hay unos entes, criaturas, seres o dioses que poseen la capacidad de enviarles fotografías, diapositivas y VHS desde un futuro controlado en ausencia de variación, echándoles estas migas de pan antediluvianas con el fin de que se sometan al designio prefabricado por una narrativa audiovisual. El espíritu de la comunicación por imágenes técnicas que, paradójicamente, posee al campamento neoludita ha sido capaz de extender sus tentáculos fuera sin que se lo viera como una anormalidad, precisamente porque se revela con más contundencia allí donde es negado, del mismo modo que el mal es más denso en la aldea de los beatos.

La premisa de la película no es novedosa, basta con echar la vista atrás hacia La invención de Morel, las horror movies en las que los monstruos salen de las pantallas o incluso a la serie Lost, con la que guarda un gran parecido. Un final acorde a la ambigüedad inicial de la propuesta habría sido preferible, dado que la tensión se deshilvana en los últimos minutos en su apuesta por una resolución del conflicto entre los hermanos que no solventa las dudas en torno a las intenciones intelectuales de sus creadores.

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