una terraza a medio acabar
daba a la calle cerrada
donde parqueaban los carros del barrio
me extendía
y conmigo
mis banderas
sábanas limpias que me metía a la boca
(para probar su sabor a limpio)
todo
me pertenecía
amplia
abierta
hasta que un día
quedé detenida frente a una pared invisible
obligada a hablar
de mi raza
de mi procedencia
mis apellidos
los motivos de mi viaje
tan angosto
todo
obligada a esperar
acatar
quieta en un cuarto en donde no cabía el aire
y mi nombre
tan ajeno en ese momento
rebotaba contra las paredes y contra mí
acusándome
desnudándome
haciendo que me pusiera en cuclillas para comprobar
que no había nada en mi cuerpo que quedara oculto
con minucia quirúrgica
esculcado en sus secretos y su pasado
“¿cuántos lunares tiene? ¿cuántas marcas de nacimiento?”
mientras yo lloraba
pidiendo misericordia por un crimen desconocido
todo
terminó
sobre el atlántico
sola
lejos
mermada
diminuta
el final
venía en una bolsa
notificándome
el cierre de las fronteras
(imposibles)
de mi primer y único reino