La memoria perdida de la primera infancia es una memoria vívida en quien ejerce la crianza. Para recuperar esos recuerdos acudimos con regularidad a la madre, que es quien nos narra el origen: fechas exactas, sensaciones y síntomas de nuestro cuerpo dentro del suyo. Estas narraciones pueden o no estar romantizadas. En el ejercicio de esta memoria hay quienes han hecho libros de esos cuadernos de infancia; en ellos la madre se mezcla con el hijo, éste es una especie de eco de ella misma: de su fascinación por las cosas o de su hastío hacia las mismas. Esta dualidad está presente en la escritura de dos autoras mexicanas contemporáneas: Diana Garza Islas (Santiago, Nuevo León, 1985) y Esther M. García (Ciudad Juárez, Chihuahua, 1987), de cuyos poemarios hago unas notas en esta publicación.
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Otro día, en otro idioma

Diana Garza Islas en Caja negra que se llame como a mí (Bonobos, 2015) hace de la maternidad un viaje hacia muchos sitios. Uno de ellos es su propia infancia (Ruiti). En ese trayecto continúo (que no termina cuando lo hace el libro) deconstruye con diferentes recursos el lenguaje de la mano del hijo. En la primera lectura este poemario parece a ratos incomprensible, pero, una vez que uno entra en el juego, es fácil ver que en los poemas están anotadas no sólo las primeras palabras sino también los aparentes errores (en el libro no los hay como tal), los balbuceos, los tropiezos, las onomatopeyas, los tarareos y los ensayos para articularlas.
hablar. Especie mutante en peligro de extensión.
hielo. Fase cuando el río ya no es plata, sino aguja.
hoguera. Ahí aúlla un ramillete de llaves. Al fondo de la fuente, dos ojos desdibujan.
hueco. No olvides que un hueco es como un nudo cuando se incendia.
huella. Es un punto de sal. Se refiere a cuando estás mirándolo.
huésped. Se lee huésped donde debe decir usted.
Todo lo que rodea a las palabras y lo que no son las palabras. Donde alguien más diría «no entiendo», Diana dice «lo anoto». Esta caja es un libro para el que la lógica no sirve: se trata de oír las sonajas, de preguntar, hacer legos y cambiar la forma, de rayar las paredes, de ensuciarse las manos: de saber que la forma no es exactamente un contorno sino también un contenido que se derrama. Es un libro al que más que el lector le importa la emisión del universo que está naciendo o la complejidad del pensamiento que se está formando. Para entrar al libro hay que salirse del mundo.
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Madre es tarántula

En el último libro de Esther M. García, Mamá es un animal negro que va de largo por las alcobas blancas (UAEM, 2017) la maternidad es oscura, neurótica y asfixiante. La tensión de cargar al hijo no se libera con el parto ni el vínculo se rompe completamente al cortar el cordón. Cuanto más crece el hijo más pesado es para la madre. Cuanto más habla y aprende a pedir, más fastidio genera en ella. En el poema «Alexandra Tobías juega Farmerville en Facebook» el yo poético dice:
Preferiría cuidar de un tomate virtual
que a mi hijo
Nueve meses de engordamiento y mareos
fueron suficientes para mí
[…]
Pero con el pequeño Dylan no se puede
No tiene un botón mágico por donde desconectarlo
No tiene un botón para bajar el volumen
de su fastidioso llanto
La madre de los poemas es esa mujer que mata a los hijos y enloquece y se dedica a lamentarse por las noches en las calles; es una antimadre. Este poemario, que versa también en torno a la concepción social de lo que ésta debería ser, confronta la imagen con las acciones involucradas en la maternidad, mismas que recaen solamente en la figura materna.
Mamá, Madre, Maman, Mother, Mame:
1. Femenino. Hembra que ha parido.
2. Hembra con respecto a sus hijos.
3. Causa, raíz, origen.
4. Heces del vino o vinagre.
5. Cauce de un río o de un arroyo.
6. Nombre de la gran escultura con forma de araña
de Louise Bourgeois. Realizada en bronce, acero
inoxidable y mármol. Pesa 22 toneladas, y mide
10 metros de altura y 10 de diámetro.
7. Madre judía, caracterizada arquetípicamente como
sobreprotectora y posesiva.
Esto, desde diferentes historias que pueden ser una sola porque el germen es el mismo: el deseo de la muerte del hijo, sea desde su concepción o durante su crecimiento, y con ello la muerte también del esposo y de los afectos, las responsabilidades y la necesidad de cuidado. El hijo a ratos aparece como un objeto pasivo: la madre es quien decide alimentar o no, amar o no; es quien así como puede darle vida puede arrebatársela:
“Se me resbalaron mis hijos de las manos
Doce veces traté de detenerlos
Doce veces recé por no hacerlo
Estaba harta de ellos
Ahora puedo descansar en paz
Ahora
ya nadie me necesita”
Esther habla, además, y en contraposición, de la obsesión de las mujeres por la maternidad, por completarse. Los poemas son también un glosario donde se tipifica el dolor y los síntomas, el miedo alrededor de ser madre: amenaza de aborto, embarazo de alto riesgo, parto prematuro, aborto, aborto espontáneo, aborto recurrente, legrado… En los textos se deja ver la parte más humana (corporal) de los diferentes procesos dentro del proceso concepción-crianza. Un poemario crudo donde la única luz que brilla en es la de los quirófanos.