Neil Gaiman ha tenido y tiene una extraordinaria carrera: no sólo puede considerarse como uno de los, a título personal, mejores guionistas de cómics en el presente (su serie Sandman, el señor de los sueños es multi-premiada) sino que también es reconocida su labor en los campos de la literatura juvenil y para adultos. Coraline, El libro del cementerio, Afortunadamente, la leche son algunos de sus títulos infantiles, ganando con el segundo medalla Newbery, premio de ficción infantil estadounidense, el 2009.
La fama de Gaiman se apoya en un trabajo que sigue vigente 20 años después, la épica saga del Señor de los Sueños, que se hace llamar Morfeo o Sueño. La serie de más de 75 entregas, le ha dado pie para hablar de temas trascendentales como la Muerte, la Locura o el Deseo desde uno de los lenguajes más poderosos de los últimos tiempos, el cómic.
Hasta ahora, que la voraz Hollywood ha descubierto en ellos un cofre olvidado de tesoros argumentales, poco o nada se sabía de los cómics. Se los juzgaba como folletines de Superhéroes, literatura basura o para niños, historietas —como se le dice en español— apenas historias que no merecen entrar al gran canon de la literatura. Es con Alan Moore y con Neil Gaiman que esta percepción comienza a cambiar. No es de extrañarse, grandes temas se ven acometidos desde la imagen, combinando sensaciones poderosas con argumentos igual de poderosos. Se trata del nacimiento del matrimonio entre la imagen y el texto. Todas las historias de estos autores nos enseñan algo, nos dejan una sensación, una idea para masticar, nos muestran un poco del mundo en que vivimos.
Gaiman asegura haber tenido una inspiración directa de las Mil y Una Noches para comenzar su saga: se trataba, nos dice, de hacer algo de forma absolutamente literal: ¿Cómo sería vivir en la tierra de los sueños? Muchos de estos sueños vienen del terror, del inconsciente. “Yo era”, dice Gaiman, “un escritor joven que no había escrito nada mensualmente, mi temor era terminar sin historias que contar. Así que escogí a un personaje que ha existido desde el principio del tiempo, eso me permitiría acceder a la historia humana en su integridad, y a todas las historias contenidas dentro de ella”.
Así, este personaje, Morfeo, el rey del Sueño, transita por diferentes épocas, posee una biblioteca que guarda todos los escritos soñados, nunca completados, de autores famosos (“El otro cuervo”, de Poe, por ejemplo) y recorre diversos tópicos. Alguna entrega hablaría de T.S. Eliot, otra tomaría prestado el escenario de batallas míticas, antiguas, además de revisitar mundos del comic, con héroes y villanos del movimiento clásico. Gaiman demostró, con estos experimentos, que los cómics podían ser sofisticados, y que, además, podían ser literatura.
La literatura puede resumirse en nuestra necesidad de oír buenas historias. Una buena historia nos hace partícipes, comparte una experiencia –no importa si imaginada o no- y generalmente responde a una pregunta esencial: ¿qué pasaría si…?
¿Qué pasaría si el mundo estuviera dirigido por los gatos? ¿Qué pasaría si la muerte fuese tu amiga? ¿Qué pasaría si, las hadas asistieran a una obra de teatro, una tarde de verano, actuada y dirigida por un tal William Shakespeare?
Entendemos a la meta-literatura como la habilidad de la literatura de hablar de sí misma, de reflexionar con el lenguaje acerca del poder del lenguaje. La meta-ficción, hablar de las historias utilizando historias, implica narrar acerca del acto de narrar. Una buena manera de explicar la meta ficción es adentrándose a la tierra de los sueños, donde lo real no siempre es lo que parece ser, y donde lo irreal enmascara lo que nosotros queremos conocer, dar como cierto.
Precisamente, Shakespeare sabe algo de vivir en la tierra de los sueños. En Sueño de una noche de verano, hadas y espíritus del bosque se topan con seres humanos, y juegan, a embriagarlos de amor, a desembriagarlos. Una obra de teatro acontece dentro de la obra de teatro, una sobrecarga de imágenes se esconde en cada párrafo, en cada intercambio verbal, en cada vericueto. Ese es el poder de Shakespeare, involucra a su audiencia, les pide que participen, que oigan e imaginen —apenas describiendo, llenando de palabras— una historia. Y dentro de esa historia cuestiona la capacidad humana de entender lo que ve y de describir lo que no entiende, las hadas se regocijan jugando con esa incapacidad nuestra.
Y Neil Gaiman le da otra vuelta de tuerca en este volumen: el Señor de los sueños (Morfeo) ha contratado a Shakespeare para homenajear al Señor de las Hadas (Oberon). La obra clásica de teatro se representa frente a una audiencia de elfos y seres fantásticos. La historia se desarrolla frente a nosotros mediante imágenes, (el gran aporte artístico de Charles Vess) un elemento de narración nuevo se suma a los antiguos: nos imaginamos a Shakespeare mientras observamos un escenario poblado de seres fantásticos, que imaginan con nosotros, ríen y festejan, se conmueven, con su propia historia. Neil cuestiona nuestra capacidad de suspensión de la incredulidad, la lleva más allá. Los personajes opinan sobre sí mismos, y nosotros podemos verlos, no sólo oírlos, mediante la conjunción de la imagen y la palabra.
En estos tiempos saturados de información visual, el hecho podría tomarse como al descuido. Pero se trata de algo importante, que ha tratado de legitimarse bajo el nombre de novela gráfica. Estamos experimentando con la conjunción de la imagen y la palabra. ¿Puede la imagen sustituir a la palabra? ¿Es la palabra sagrada, debe no mezclarse ni apoyarse en ningún otro medio? Sueño de una noche de verano de Neil Gaiman, ganó un World Fantasy Award a la mejor narrativa breve en 1991. Sandman como saga ganó similares reconocimientos, y bases de este tipo de concursos se vieron alteradas para que ninguna otra “novela gráfica” o “historieta” osase ganar algo parecido. ¿Es tan necesario para nosotros separar la “verdadera” literatura? ¿Está la literatura acaso, en peligro?
La literatura, la literalidad, es un medio, no un fin en sí mismo. Nuestro fin, me atrevo a afirmar, son las historias. Aquello que nos lleva a la tierra de los sueños, de las posibilidades, que nos permite un atisbo hacia otras formas de realidad, otras formas de vida. Un personaje de cómic puede contener dentro de sí un elemento nuestro, perverso o gratificante, cobarde o valioso. Una historia puede abrirnos los ojos. Y el mundo de las “historietas” es tan valioso como el mundo de las novelas por entregas de Charles Dickens o Emily Brönte. Constituye una entrada hacia un país que debemos atravesar, siendo parte, como en toda buena literatura, leyendo, convirtiéndonos en ávidos lectores.
El mundo de los cómics responde a una nueva época, de sensaciones simultáneas. El arte ya no es meramente visual o auditivo, se combina, responde a nuestras necesidades de una manera diferente. Nuestras necesidades, sin embargo, son las mismas: buscamos asombrarnos ante el mundo, descubrirlo cada vez de una forma diferente. Lo clásico, lo novedoso, se combinan. Y está bien que así sea. Las buenas historias están allí afuera, esperándonos. Queda en nosotros la libertad de descubrirlas, en el formato, empastado, fotocopia o encuadre en el que vengan. Queda en nosotros descubrir en dónde reside la buena literatura.