Para Celeste

 

Suelen decir que los colores expresan muchas cosas, sensaciones, emociones, mundos ideales… Siendo el ojo humano capaz de percibir e identificar tantas tonalidades dentro de las ilimitadas variantes, algunos suelen afirmar que los colores conforman la realidad. Y es que, incluso aquellos que no logran visualizar esos matices, son capaces de compensar la ausencia de los intermedios mediante el desarrollo de otras capacidades, para percibir ese hermoso abanico.
El azul es fuerza, según la Cromoterapia, especialmente la asociada a los Mandalas. El blanco es pureza, bajo esa misma clasificación. Dos potencias o fortalezas humanas que son tan abrumadoras como cualquier manifestación natural del planeta Tierra. La fuerza es muscular, la pureza es espiritual… La fuerza la consigues a base de alimentación y actividades sanas, mientras que la pureza la nutres con acciones y pensamientos positivos…
¿Cuál es el ideal entre esas dos fuerzas? ¿Cuál sería el punto medio no literal que otorgue balance a esos dos extremos?
Mi color favorito en el mundo es el violeta y todas sus gamas. Navegante resultante de las diferentes mezclas entre el azul y el rojo, se me antoja como el color más enigmático, aquel que de muchas maneras es asociado con la transmutación. Mientras el azul es protección para el misticismo, y el rojo es tan intenso como el amor, el violeta es como una fuerza sutil que cambia todo a su paso, haciéndolo más gentil… Es como la tierna explosión de una estrella que llega a su fin, o la manera en que la luz se propaga en un segundo, a través de un cristal o la piel de los párpados. El violeta es, sin duda, hermoso, incluso cuando ocupa anormalmente la pantalla atmosférica de una tarde cualquiera.
Pero el cielo más hermoso, es aquel que parece un mar celeste en calma, mientras reposas tu humanidad con la espalda pegada al suelo, al pasto, al campo. Ver pasar las nubes, las aves, los aviones… las ideas, las tristezas, los miedos… Cuando nacen, se deshacen y se definen sueños, en contraste con el tiempo que sigue su camino sin detenerse. Contemplar la silenciosa existencia del cielo es como pasar un instante de la vida real a esa vida ideal que aparentemente existe, y sinceramente deseamos vivir desde los azules, blancos y rojos.
Puede que alguna vez volaste ese mar de nubes, Celeste… Puede que alguna vez, quienes te crearon, lo volaron por ti. Tal vez, aunque mi memoria no lo recuerde, llegaste planeando desde tu reino sublime hasta posarte en una rama, cerca de la casita que limitó tu pertenencia. Puede, que pese al limitante del viento que intentaba protegerte en negro de los embates del viento, tus ojos de iris negras hayan contemplado con anhelo violeta el color que se asemejaba tanto al de tu alma física… Tan bella, tan suave, tan rebelde, cuando intentabas acercarte a ella.
Aquella bolsita caliente cubierta de suave pelaje, que es Fonsi, acompañó mi temerario ir y venir entre la inconsciencia, el miedo y la desesperación, los últimos meses del año pasado, encontrando en ti el complemento ideal de sus estiramientos sobre mis piernas; supongo que ambos, más cercanos a lo sensitivo que yo misma, adivinaban los colores opacos que me cubrían, e intentaban con todo su dulce rojo y dorado transmutar mi gris en violeta y verde.
Nunca pude tenerte en mis manos, como sí tuve a aquella primera expresión alada de amor, antes de que se fuera. Y es que eras libre, pese a no poder alzarte en victoria contra el viento, para surcar con tus alas el elemento que no se le niega a nadie. Aun así, Celeste, me regalabas cantos que mi inconsciente recibía como una prueba más de que la oscuridad no significaba que no existía luz, sino que jugaba a las escondidas, oculta tras alguna esquina…
Celeste…
Me quedaré con este mea culpa sin golpe hipócrita en el pecho, ante la ausencia de un nombre muy tuyo, aunque al final, creo que te quedaba mejor que cualquier otro, en la misma medida en que a mí me queda mejor el de humana o el de mujer. Celeste, nombre ambiguo, nombre que resaltaba la belleza que la naturaleza hizo resaltar sobre tu pureza y tus negros. Celeste, como el discurrir del río que escucho ahora, para que tu ausencia, que ha logrado traer de nuevo la inspiración dormida, no traiga consigo una vez más esos odiosos matices sin brillo, ese negro de luto que no va bien con la belleza de tus arcoíris, porque aunque aun la calidez peluda está aquí, ya no lo estará el sonido particular de tus cánticos matutinos.
Te vi existir, y aunque no pude verte partir, seguí cada segundo tuyo en mi mente, mirando tu última foto. Ni siquiera así dejaste de ser belleza pura, aunque ni siquiera supe si eras como yo, o mi contrario. Solo sabía que el trinar que salía de entre tus plumas, era un golpecito dulce de un más allá que indicaba que un nuevo día había empezado, y al que había que tomar entre las dos manos, sin detenerse.
Un día antes de ayer, lloré con la certeza de haber descubierto qué tanto había volado en los años que tengo en el mundo, que fueron muchos más de los que tú tuviste… En Cromoterapia, dirían que había pasado de un tormentoso rojo sin mezclar con azul, a una tenue amalgama de mis blancos, con mis azules, y mis rosados… Y de alguna manera, aunque tal vez nadie lo entienda, vi muchos celestes. Muchos. Celestes con olor a bebés futuros, a cielos despejados, a mentes y almas por descubrir, a nuevas portadas por diseñar y olores por transmitir.
Gracias, porque sin decirlo, un día antes de ayer, sabiendo cuán ingrata es la yo de ahora con temas que parecen insignificantes, enviaste dos canarios a despedirse de mí… Perdón por no agradecerte directamente que iluminases mi día con su presencia, sabiendo que cuando ellos aparecen, es porque cosas nuevas están por venir.
Celeste…
Oré porque te fueses tranquila, como un ave de fantasía que no conoce de dolores del medio físico. Quizás debí darte más, quizás solo te di lo que tenía, cada que nos veíamos a los ojos y, supongo, no recordabas quien era yo. Eres otro de mis tantos “Pude estar” que no llegarán a cumplirse, pero sé que te volveré a ver, porque el alma de los ángeles no es puntual, es universal, como la propia Esencia. Gracias por tu canto desde que apareciste en casa, como sea que lo hayas hecho y mi memoria lo haya olvidado, por intentar repararse a sí misma… Gracias por tus buenos deseos de cada una de aquellas mañanas grises, y por proteger a Fonsi aquella noche en que se quedó solo, sin saber por qué…
El violeta siempre será mi favorito, porque es un secreto muy personal de mi alma…
Pero ahora, cada que piense en el celeste, veré no un cielo despejado y huérfano de vida fácilmente distinguible. Te veré a ti, con tus plumitas coloridas, con esos ojos desafiantes y llenos de luz.
Para Celeste… más cercano a Dios.
En espera, te quiero.

 

 

Foto de Portada: https://pixabay.com/es/primavera-facilidad-ligeramente-3010848/.

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