ANY REAS0NS WHY: No-reseña del no-libro «Thirteen Reasons Why»

13 reasons

Hoy estoy usando lencería de encaje negro
solo para saber que la llevo puesta
y debajo de eso estoy absolutamente desnuda
 y tengo piel,
kilómetros y kilómetros de piel.

Hannah Baker, 1×08

Imaginemos un personaje hipotético, uno lo suficientemente viejo como para salvarse de ser exhibido en el circo, a pesar de que por causa su hidrocefalia congénita tendría una cabeza inmensa que combinaría muy bien con enanos, mujeres barbudas y otras criaturas otrora consideradas abominaciones.

hidrocefalia

Es más, imaginemos que ese personaje hipotético es lo suficientemente joven para que los avances médicos permitan detectar su gran cabeza a tiempo e implantarle al nacer un dispositivo que evitará su muerte prematura. Un problema menos del cual preocuparse.

Imaginemos también que este personaje tuvo la suerte de llegar al mundo cuando ya hace tiempo se había dejado de creer que los zurdos eran producto del demonio, así que en lugar de tener que aprender a escribir con la mano siniestra atada a la espalda, vive en un mundo en el que se considera que los zurdos son más inteligentes o creativos que los diestros ¡y hasta tienen su propio día (el 13 de agosto)!, que nadie celebra ni conmemora porque en esta década a todos les tiene sin cuidado con qué mano escribes y cuál usas para limpiar tus vergüenzas. Otro problema hipotético que podría tachar de su lista.

Es más, imaginemos que la máxima discriminación que podría haber sufrido este hipotético personaje sería… mmm… veamos… el desprecio de sus compañeros de clase el día se orinó en los pantalones porque no reunió el coraje necesario para pedir permiso de ir al baño… Un episodio incómodo, sí, pero como el personaje hipotético sería lo suficientemente viejo para que los hechos ocurrieran (hipotéticamente, claro) antes de la era los smartphones y las redes sociales, podría tachar este episodio de su lista de preocupaciones pues solo sería presenciado por los veinticinco idiotas con los que debería compartir el salón de clase, quienes seguramente olvidarían el suceso al día siguiente porque pronto pasarían otras cosas mucho más hilarantes.

Hasta aquí, la hipotética lista de preocupaciones estaría tachada o vacía. Sin embargo, imaginemos que a pesar de la suerte (al parecer infinita) que su año de nacimiento le otorgaría a este personaje… él o ella, como Hannah Baker, ha considerado la idea de dejar de existir… de ya no estar en este mundo, sino en otra parte.

Vayamos más hondo e imaginemos que si este personaje hipotético aún respira y su corazón aún bombea sangre es porque puede que “any” sea la palabra precisa para cuantificar el número de razones por las cuales él o ella ha pensado en… bueno, no es necesario escribirlo, ustedes ya saben. “Any” es una palabra lo suficientemente ambigua para que en español (idioma en el que se escribió la versión original de estas palabras) signifique “alguna”, “ninguna”, “cualquiera”… incluso, si se quiere, “nada”. Y es precisamente esta ambigüedad, totalmente opuesta a la exactitud, contundencia y especificidad de las trece razones de Hanna, lo que hipotéticamente haría que brotaran y brotaran incontenibles ríos de lágrimas de los ojos del personaje, y en medio del llanto (también hipotéticamente, claro) nuestro personaje considere/anhele ser capaz de saltar…

ventana
«Ventana» Ana Arista

En palabras técnicas, esa consideración/anhelo se conoce como ideación suicida, Freud la llamaba pulsión de muerte y, en términos más honestos, el personaje hipotético diría “unas incontenibles ganas de morirse”. Tan incontenibles serían estas ganas, que puede que, hipotéticamente y hace un largo tiempo (podría ser algo así como el equivalente a un tercio de sus años de vida), el personaje comenzara a trazar un plan estructuralmente similar al que Hanna Baker propone en “vivo” y en estéreo durante los primeros cuarenta y cinco primeros segundos de la serie.

poesía

El plan hipotético de este personaje hipotético podría ser… mmm… veamos… podría ser anotar en una lista los nombres de la gente que seguro (le) va a extrañar y escribirle un poema a cada uno de ellos. Pero, contrario a Hanna, cuyo ritual de siete casettes con 13 lados grabados uno con cada razón y las instrucciones: “las reglas son simples, léelo y pásalo al siguiente”, este ritual poético sin un número específico de remitentes salvó de la muerte al personaje hipotético… Mientras escribía los poemas pensó en el dolor de quienes recibirían esos poemas póstumos, y en especial el dolor de su mamá, a quien nunca le han gustado los quehaceres domésticos y ahora tendría que limpiar las vísceras de su hipotético/a hijo/a desperdigadas en el suelo, verse en la penosa y nada reconfortante tarea de ordenar su cuarto, clasificar sus cosas, asistir a su funeral y saber cada día que él o ella ya no están, que no lo vio venir… y que pudo haber hecho tanto para evitarlo.

Hipotéticamente, este personaje pensó que lo mismo pasaría con las demás personas de la lista, que tampoco merecían esa dramática despedida, ni la culpa, ni la ausencia. Por eso, es seguro que el fin de la vida de ese personaje hipotético no acabará en sus propias manos. Sí, su vida está asegurada porque no concibe otra manera diferente a la ventana para acabarla… pero puede que el personaje esté siendo soberbio/a, supravalorando su poder para convencerse de quedarse entre los vivos, puede que pensara en tatuarse un punto y coma en la muñeca para recordar que hay que estar en este mundo, puede que su aversión al dolor le haga pensar en ese arraigo a la vida como un suplicio equivalente a tatuarse y que por eso mejor escriba y escriba al respecto.

Sin embargo, siente que su condición privilegiada y su profunda compenetración con las emociones, tanto propias como ajenas, sirvan para cerrar su ventana imaginaria o no tan imaginaria, así como ayudar a alguien que quiere cerrar su ventana, guardar sus cuchillas, ver nadar en las tuberías su frasco de pastillas… en fin a alguien que quiera quedarse en este mundo, pero no sepa cómo.

Puede que, hipotéticamente, el personaje haya empezado a escribir estas palabras hace años desde su correo personal al de una organización cuyo propósito es prevenir los suicidios y brindar apoyo emocional a quienes han pensado en este acto como una salida, para ofrecer su ayuda y, asimismo, para solicitar la suya para, en primer lugar, encontrar (o hacerle llegar este mensaje) a los personajes que las estadísticas indican que son numerosos y reales y, en segundo lugar pero no menos importante, tener una mano extra que la (o lo) mantenga alejado de esa ventana que a veces no es para nada hipotética. Puede que, con el paso de los años, llegara la oportunidad de publicar estas palabras en un blog ajeno, para poder tenderle la mano a desconocidos sin tener que darle explicaciones a quienes sí le conocen.

Clara Inés Giraldo Mejía nació en Bogotá, Colombia, el 12 de julio de 1985. Antes de trabajar como editora y asistente editorial en revistas y periódicos culturales, así como en editoriales independientes, e incluso antes de estudiar literatura en la Universidad de los Andes, Clara escribía (y escribe) no-reseñas (como la que acaba de leer) y poesía. Durante casi diez años, asistió al taller de poesía Domingo Atrasado, sello editorial con el que en el 2006 publicó Hojas negras, su primer libro de poesía, bajo el seudónimo Irene Blanco en coautoría con Violeta Leuro. Cinco años después, algunos de sus poemas fueron incluidos en Voces para Lilith: literatura contemporánea de temática lésbica en Sudamérica, en el 2012 y el 2013 y el 2017 participó en el XXVIII, XIX y XXXI Encuentro de Mujeres Poetas en Roldanillo, Valle del Cauca, Colombia y en el 2016 publicó una edición artesanal de su más reciente proyecto poético Poemas solteros.

A %d blogueros les gusta esto: