Tres bestias con plumas*

Mérgulo académico

Tímido y dominante, de entre todos los animales emplumados que habitan en esta extraña tierra, el mérgulo académico sufre la peor de las animadversiones, pues el objeto de su desprecio es, en gran medida, él mismo. Es decir, todo ejemplar de esta especie, está dotado de por lo menos dos personalidades: la de un ave pequeña y empobrecida por los hábitos y las terribles decisiones de vida que le ha ocasionado su inconmensurable melancolía, y, al mismo tiempo, la de un psicoanalista de la vieja guardia que se ha obstinado en referirse a la primera personalidad como “cliente”. Esta bipartición ha provocado una infinidad de problemas entre las comunidades existentes de este tipo de mérgulo, dado que el brinco entre personalidades es, cuando menos, impredecible. No obstante, tal condición les ha otorgado la posibilidad de construir comunidades complejas que puedan sostener el salario de los psicoanalistas.

Las comunidades de mérgulos académicos siempre tienen un líder, aun cuando éste aparezca y desaparezca por momentos al intercalar sus personalidades. Cierto ocasión, cuentan los estudiosos, el mérgulo en jefe de una pequeña parvada desterró a su otro yo después de que éste intentara arrebatarle el poder. Dicha medida, además de crear un ambiente un tanto caótico en la comunidad por la constante ausencia del mandatario, provocó que cada aparición del psicoanalista resultara sumamente cansada para el pobre cuerpo condenado en que habitaban estas dos almas. Hoy en día, los mérgulos han aprendido a lidiar con esto: en lugar de someter a los insurrectos a separarse de su tierra, se les obliga a tomar el poder y a vivir con la culpa de haberse traicionado.

No es poco común encontrar a un ejemplar aterrizando y alzando vuelo erráticamente, puesto que estos confundidos animales comienzan una larga reflexión sobre las implicaciones, los riesgos, las consecuencias y las responsabilidades que se adquieren por volar en el justo momento en el que separan sus pequeñas patas del piso. Dicha condición nos ha desprovisto de oportunidad alguna para suponer el tamaño de su envergadura, pero al mismo tiempo ha coadyuvado a la preservación de esta especie, pues es verdad que no sobrevivirían a una caída de más de dos pisos de altura.

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Los horizontes

Mucho se ha conjeturado sobre la naturaleza de este animal sin nombre, a pesar de que no existe ningún registro fidedigno donde se enlisten sus características, hábitos o detalles sobre su alimentación y su forma de reproducción.No obstante, un documento fechado el 23 de noviembre de 1937 describe con cierta profundidad algunas de sus cualidades y relata la manera en que este animal fue redescubierto por mero capricho del azar gracias a Antonio J. Lugo, un observador de aves que, sorprendido por el comportamiento atípico de uno de los pico cuchara que había observado durante los pocos meses que residió en Argentina, decidió capturar al espécimen en cuestión y trasladarlo a un medio controlado para estudiarlo con el detenimiento necesario. A causa de lo peculiar de dicho ejemplar, Lugo se había obstinado en dar con las causas de dicha conducta: a diferencia de otros ejemplares propios de la Laguna Llancanelo, ubicada en la provincia de Mendoza, este ejemplar de pico cuchara, se sumergía hasta el fondo del cuerpo acuoso reiteradamente durante los momentos más calurosos del día, mientras que los demás apenas introducían el pico en busca de microorganismos para alimentarse; su nido, pese a que esta especie acostumbra construirlos sobre el suelo y cubrirlos de vegetación, era una suerte de madriguera artificial de gran tamaño, donde, pese a no haber rastro algunos de restos de cascarones, había indicios de haber sido habitada por dos o más animales pequeños, posiblemente sus propias crías.

Según detalla el documento, Lugo, habiendo capturado al ave en cuestión, se puso en contacto con René Feher, un viejo amigo y colega ornitólogo, para informarle de las peculiaridades del pato que tenía en su poder. Como era de suponerse, Feher, incrédulo, pesimista, pero amigo cercano, aceptó encontrarse con Lugo en su domicilio en cuanto tuvieran oportunidad de coincidir. Llegado el día, Feher se apersonó en el domicilio de Lugo, quien explicó nerviosamente que, pese a lo que hubiera esperado de un animal silvestre, este pato había permanecido por cuenta propia dentro de su hogar durante varios días y se había alimentado de granos y vegetales que Lugo le ofreció ocasionalmente en ese tiempo. Lugo condujo a su amigo hasta la habitación donde el ejemplar descansaba. Para sorpresa de Feher, el animal que su amigo había capturado y que ahora parecía delante de él no se trataba de un pato pico cuchara sudamericano, como le había hecho creer Lugo, sino de una especie quiyá que lo miraba detenidamente, mientras tomaba sus alimentos entre ambas patas.

Incapacitado para cuestionar a Lugo sin poner en duda su buen juicio y cordura, Feher insistió en que trasladaran al animal de vuelta al sitio donde lo había encontrado para observar aquel comportamiento atípico que Lugo había mencionado, dado que en cautiverio se había mostrado como un animal sumamente sereno y casi demosticado por completo. Una mañana, semanas más tarde y de regreso en la Laguna Llancanelo, Lugo y Feher liberaron al animal: Lugo, con la esperanza de que no se alejara volando rumbo al viejo y pálido horizonte al fondo de aquel paisaje acuoso; Feher, completamente escéptico de que pudiera hacerlo.

Para sorpresa de ambos, Laura Romero, mujer oriunda de la provincia de Mendoza y presunta esposa del ejemplar, corrió a su encuentro, gritando: «¿Dónde te habías metido? ¿Por qué me haces esto? Llevo semanas buscándote». Lugo y Feher, sorprendidos e imposibilitados para reaccionar con prudencia, sujetaron a la mujer, mientras ‒según cuenta cada uno de ellos‒ el ejemplar volaba rumbo al horizonte, se sumergía rápidamente a las profundidades de la laguna y corría despavorido y desnudo aguas adentro, mientras gritaba: «¡Dejame, Laura, que no pienso volver a casa!», antes de perderse para siempre de la vista de los tres.

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Los pollos

A Juan José Arreola  

Miran desde la sombra, esperando el momento justo para cometer el más vil de los crímenes posibles: la sublevación. Pero, sin saberlo, nos hemos salvado de cualquier muestra de rebeldía por su parte, estandarizando la extensión de su vida y el peso de sus cuerpos. Miran desde la sombra porque en ella habitan y no conocen otro modo. Si llegara el día en que les fuera dado conocer el mundo fuera de las jaulas y criaderos que limitan la superficie de su vida, las grandes concurrencias de estos tiernos animales se tornarían en encuentros violentos de los que sacaríamos la peor parte.

El pollo en libertad, suponen los criadores, podría reproducirse en proporciones bíblicas, pero llegaría a erigir sólo unas pocas civilizaciones desperdigadas y primitivas, debido a que la especie parece desprovista de la facultad del entendimiento mutuo.

A la fecha, es cierto, nadie ha muerto debido al cúmulo inconmensurable de sus picotazos suaves, pero también es verdad que son apenas unos críos cuando alcanzan el punto justo para librarse de todo mal y caer servicialmente sobre nuestros platos.

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*De los tres textos incluidos en esta entrada, sólo «Mérgulo académico», el primero de ellos, es inédito. «Los horizontes» se publicó en la revista Lee+ en noviembre de 2017, mientras que «Los pollos» apareció en el No. 52 de Punto en línea en noviembre de 2014.

 

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