Pedro Salinas en las Américas

“Está prohibido decir que la gran poesía amorosa de Pedro Salinas nació de un adulterio”

Francisco Umbral


Pedro Salinas tenía algo de futurista: era un gran enamorado de las máquinas y de las ciudades. En los poemas de España, el automóvil, la máquina de escribir, el radiador, constituyen apacibles motivos poéticos. No es extraño que uno de los versificadores más importantes de la llamada generación del 27 se sienta atraído por esta nueva forma de hacer arte, ya que cuando Filippo Tomasso Marinetti redactó su manifiesto futurista, Pedro Salinas tenía apenas 18 años.

Inicio del siglo XX es época de cambios, tiempo de belleza y movimiento, y el poeta español desea captar estos elementos en los exhuberantes campos y en las vertiginosas ciudades de su España natal (Sevilla, Castilla, Santander, Alicante); aunque también fuera de ella, y por eso piensa en Alemania, Austria, Hungría, Bélgica, Holanda. Serían sus viajes a París e Italia los que lo pondrían en contacto con las últimas modas y vanguardias artísticas y literarias de inicio de siglo. Esta experiencia, decía: “Es como todo París, tradición y modernidad, raíz y hoja fresca”. Era esta la forma de contemplar su realidad contemporánea.

Así es que producto de este deambular por Europa Salinas llega a elaborar una curiosa teoría sobre el turismo, que, según él, tiene tres grados: “ver” (sin voluntad); “mirar” (con elección y actividad) y “contemplar»  (voluntad de penetrar con el alma lo que se ve y así apoderarse de lo observado).

Oficialmente, el 18 de julio de 1936, época en la que se disuelve también la llamada “Generación del 27”, nace el Pedro Salinas exiliado. Donde quiera que viaja lleva su ciudad, país, cosmovisión y principalmente su idioma como el bien más preciado.  Emigra a Estados Unidos a enseñar como profesor visitante en la universidad femenina, la Wellesley College; elabora obras de teatro de un solo acto en una casa de Baltimore, que luego se estrenarían en New York; y pronuncia conferencias de literatura en la fundación Turnbull de la Universidad John Hopkins, en la Florida y California.

Su esposa e hijos van con él. Y aunque no encuentra en estas ciudades un ambiente intelectual, se hace de amigos norteamericanos importantes que aprenden español con él, incluso, traducen algunas de sus poesías al inglés.

Pedro Salinas Serrano (Madrid, 27 de noviembre de 1891-Boston, 4 de diciembre de 1951). Escritor, filólogo, y profesor, como poeta forma parte de la Generación del 27.

Se empeña en aprender el idioma local. Contrario al dicho de Juan Ramón Jiménez que afirmaba, no hablar inglés para no estropear su español, Salinas se oponía diciendo “yo no hablo inglés para no estropear el inglés”. Es tiempo de academia, de enseñanza, de lecturas anglosajonas de parte del poeta.

Huyendo de la nostalgia de su tierra, recorre voluntariamente el país del norte, pero no logra contrastar su bagaje cultural con lo que mira y le impresiona. Considera a Norteamérica como un país sin historia, sin riqueza cultural, un lugar común y silvestre que solo conserva la marca de su propia producción interna. Reconoce que hay prosperidad material, pero en el fondo siente cierta nostalgia por algo indefinible: la densidad, la antigüedad, de lo humano.

Nadie puede arrebatarle ese sentimiento. Es un intelectual exiliado que mediante la disciplina y la sensibilidad se ha hecho con la representación del espíritu español de la generación del 27 y lo articula en un ambiente que no es el suyo. No tiene elección, son las condiciones propias de un exilio y una norma de vida. Se enfrenta a esta realidad con añoranza y afirma: “Los miro (¡yo, pobre de mí, el extranjero, el extrañado!) como a extranjeros”.

Solita Salinas de Marichal, su hija en el libro: “Recuerdo de mi padre”, escribe con nostalgia que según transcurría el tiempo, su padre se empecinaba en ver a Estados Unidos como una inmensa sombra. Y con cierta razón. El taylorismo, representado en la ética calvinista del trabajo, según él, asfixia todo contacto humano “Todos los idólatras del trabajo por el trabajo, todos los taylorianos, mirarán con recelo y sospecha a cualquier grupo o individuo que (…) conversan con calma”.

Le sorprende el ingenio mecánico de los yanquis (los relojes, los juguetes, los gadgets), pero se decepciona al presentir que el progreso material no va a la par con el progreso espiritual de esa gran nación. Encuentra una angustiosa contradicción en esa forma de vida. De aquí parte su visión de volcarse hacia la otra América, la hispana, y viaja a Puerto Rico, un país que lo vislumbra y donde pasa tres maravillosos años; visita México dos veces; Cuba, República Dominicana, y efectúa un largo viaje por Colombia, Ecuador, Perú.

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Generación del 27: primera fila Pedro Salinas, Ignacio Sánchez Mejias y Jorge Guillén. Detrás: Antonio Marichalar, José Bergamín,Vicente Alexandre, Federico García Lorca y Dámaso Alonso. 1933.

Su amigo y poeta contemporáneo, Jorge Guillén, dice de él, «No hay vacaciones para Pedro Salinas en este acecho de cazador, mirando, leyendo, viajando» [1]. Así, con el germen aristotélico de querer conocer nuevas realidades, se lanza a la empresa de visitar otros lugares del continente americano, más al sur, y al decidirse a viajar lleva consigo la belleza en la mirada.

***

Si en Estados Unidos Pedro Salinas era un anónimo, Colombia lo recibe como si fuera un hijo de la patria. En una carta a su esposa Margarita Bonmati apunta: “Este es el contraste más grande que cabe; en Baltimore, soy el desconocido…y aquí, de pronto, esta lluvia de curiosidad, de atenciones, de alabanzas”.  Llega al país el 20 de agosto de 1947 y lo recibe Gerardo Molina, el rector de la Universidad Nacional.

Ya de antemano el poeta ha presentado el itinerario de su vista a Colombia:

1- Conferencias de carácter general sobre temas de cultura.

2- Cursillos académicos para los estudiantes de la universidad, aunque con acceso al público general.

3- Reuniones de temas libres con personas profesionales interesadas en la enseñanza de la literatura.

Y una última cosa, aprovechando el centenario de Cervantes, ofrece un par de conferencias sobre una de las máximas figuras de la literatura española.

Bogotá le parece en extremo frío y añora por un momento la american estándar of living. El guirigay de la ciudad le causa gracia: bocinas de autos, campanas, gallos, gatos maullando y el personal del hotel gritando por los pasillos.  Un reportero del diario El Espectador aprovecha la oportunidad y le solicita una sección de fotos; Salinas no se niega. De igual forma el periódico El Tiempo no se queda atrás y le manda un mensajero pidiéndole una entrevista exclusiva para el medio. Queda tan conforme que luego va a dar las gracias personalmente a Roberto García-Peña (“Áyax”) el director de El Tiempo en ese entonces.

Recorre el campus de la Universidad Nacional donde debe dar las charlas y conferencias, y se encuentra por coincidencia con Germán Arciniegas, quien le impresiona vivamente. El escritor colombiano lo invita a almorzar a su casa.  Luego se escapa por la ciudad a comprar frutas y visita las librerías en busca de obras de Cervantes: “Ya veréis que esto es una ciudad civilizada. Hay muchas librerías y se ven muchos libros españoles”.

Marcia Sol Lukasievicz | Pedro Salinas y Jorge Guillén.

En una de sus conferencias observa que Baldomero Sanín Cano, el patriarca de las letras colombianas, hace presencia. Pedro Salinas lo reconoce como un hombre que discurre y escribe con lucidez, un literato culto. La Radiodifusora Nacional de Colombia le solicita una novela para trasmitirla por el medio, pero el autor se excusa, alegando que no desea presentarse sin preparación previa.

De nuevo le escribe a su esposa: “En fin, no tengo más que motivos de satisfacción, (ya que) en ninguna parte me han acogido mejor”. Desde la Casa de la Cultura ecuatoriana le mandan una invitación para dar sus charlas, pero le preocupa las tensiones políticas que vive en país en ese momento. Decide esperar. Mientras tanto planea su siguiente viaje: Medellín.

En la capital paisa da tres conferencias magistrales, una de ellas curiosamente en la Universidad Femenina (recordemos que su primer destino académico después del exilio español fue la universidad femenina de Wellesley College). Encuentra que la ciudad es anacrónica: un pueblo colonial que emerge precozmente y levanta edificios de la noche a la mañana como símbolo de progreso. Desde el lugar donde escribe la correspondencia para su esposa ve tejados pardos y rojos, esos mismos que luego el artista Fernando Botero retrataría en su conocida obra pictórica.

Antes de ir a Ecuador pasa por Cali y Popayán. Sobre la ciudad blanca diría: “Tiene para mí un encanto inmenso el volver a respirar este provincianismo. Popayán es quizá lo más remoto de lo yanqui, que he visto, es decir, lo más auténtico[2]”.

En estos lugares da conferencias que pertenecen al ciclo del libro “El defensor”, el que sería su último libro y que la Universidad Nacional intentaría publicar en 1948 poco antes de su muerte. Pero el lanzamiento del libro se vería trágicamente interrumpido por el “Bogotazo”, suceso que no solo sacudió al país entero sino también la edición de la obra de Salinas, que dejarían relegada en una bodega húmeda del claustro universitario.

Pedro Salinas (a la izquierda de la imagen) a su llegada a Santo Domingo.

Esa es la razón de por qué muy pocos ejemplares de El defensor ven la luz en Colombia. Y aunque en realidad Pedro Salinas no estaba contento con esa edición por la cantidad de erratas con la que se editó, escribe personalmente al director de Ínsula, Enrique Canito, y le comunica su deseo de hacer una edición española del libro.

Diecinueve años después de esa petición, Alianza Editorial sacaría la edición con prólogo de Juan Marichal, quien escribe: “Este renacer de El Defensor en tierra española, habría alegrado tanto a su autor como su propio retorno personal al Madrid de sus primeros trabajos y contantes esperanzas”.  El escritor y el encantador poeta madrileño Pedro Salinas, moriría tres años después (1951) del intento de publicar la versión colombiana de una de sus obras más preciadas y poco leídas.


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