El peso de la vida. Un acercamiento a O peso do pássaro morto, de Aline Bei

Si ciertos momentos de nuestra vida los pensásemos como pájaros, asociaríamos algunos con el vuelo de la libertad, otros con el canto alegre de la vida. Pero otros, menos dichosos, solamente nos dejarían el recuerdo de su peso en nuestra mano: su pérdida.

Y si el peso de esas pérdidas se empieza a acumular en nuestra vida desde temprana edad, entonces progresivamente empezamos a descreer del canto y la libertad, y empezamos a ser defensivos, escépticos, menos inocentes. Tenemos que, aunque no queramos, crecer para la vida.

Pues bien, esta es una consideración del inicio de O peso do pássaro morto (Nos- Edith, 2017), texto que puede leerse como novela, pero también, por su escritura en forma de verso libre, como una especie de poema de largo aliento, donde la prosa corre libre.  Y es que los libros, sin importar el género, para Aline Bei, su autora, son como portales en los que cada quien encuentra lo que puede desde su lectura.

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En este orden de ideas, sus capítulos, que corresponden a diferentes edades de la protagonista −comenzando a los ocho años y terminando a los cincuenta y dos− pueden leerse como jornadas de un diario íntimo; un diario que a su vez,  por la distribución del texto y los espacios entre las frases, puede leerse también como escenas de un posible guion, o, por momentos, como actos de una dramaturgia, donde resaltan las frases cortadas, líricas.

Esta propuesta de escritura, puede pensarse –como juicio extraliterario− a partir de los estudios de artes escénicas realizados por Bei, pero también por sus referentes artísticos, que van desde Pedro Almodóvar hasta Nina Simone, pasando por Charlotte Salomon, el Cisne negro, el Piano y Amy Winehouse, por solo citar algunos.

De vuelta al texto, como ya se ha dicho, por momentos, puede leerse este a viva voz, como si fuese una declamación o los diálogos de una obra de teatro donde hay personajes poco comunes (no son personas, ni siquiera animales), más bien abstracciones que sin embargo merecen nombre propio y se escriben con mayúscula; elección que al menos sugiere un rol peculiar. Piano, Futuro, Faca (cuchillo) o el verbo Preguntar son solo algunos de estos protagónicos.

Pero El peso… no solo se limita a una propuesta de escritura que experimenta con las formas (lo que ya por sí es plausible ante tantas novelas que son más de lo mismo, y más si se tiene en cuenta que es el primer libro de Bei) sino que también logra que dentro de aquella historia de vida de la protagonista – historia en apariencia ligera y hasta pueril− surjan de forma orgánica a lo largo de la narración una serie de preguntas sobre los misterios de la vida y la razón de ser en el mundo.

Como la que en el siguiente trecho encuentro, y que puede leerse como una referencia a la incertidumbre de la edad juvenil que podemos experimentar algunos seres humanos.

Ser novo

É bem mais chato do que

ser velho, as cobranças, o colégio,

os pais, o

Futuro, espero

que não estejam contando com a gente para salvar  o

mundo.  (p. 49)

Ser joven

Es bien más molesto que

ser viejo, las exigencias, el colegio,

los papás, el

Futuro, espero

que no estén contando con nosotros para salvar el

mundo.

Sobre esto, Octavio Paz, en El laberinto de la soledad (1950) nos dice que, a diferencia del niño o el adulto que pueden trascender su soledad y olvidarse de sí mismos a través del juego o del trabajo, el adolescente, vacilante entre la infancia y la juventud, “queda suspenso un instante ante la infinita riqueza del mundo” (p. 9).  Y luego de este asombro le sucede una reflexión en la que, según palabras de Paz, “se pregunta si ese rostro que aflora lentamente del fondo, deformado por el agua, es el suyo”(p.9).

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Pues bien, la lectura de la etapa adolescente (ese capítulo) de la protagonista, puede abordarse como incertidumbre por ese rostro que no se logra reconocer, y que en su caso se extiende a las otras etapas y a otras personas que rodean su vida.

Y así el tiempo pasa y  pasa rápido, se esfuma la adolescencia y cuando uno menos cree se le han acumulado pérdidas al presente que no nos da tregua, y que siempre nos lleva atrás, para recordarnos que el pasado siempre nos atormentará, que la decisión que tomamos no fue la acertada y que, aunque intentemos cambiar el rumbo, hay cosas que son irreversibles, porque tal vez La cura no existe, o si existe, esta no necesariamente nos la otorga el cariño y el reconocimiento de otras personas. Tal vez sea un animal quien nos cure, o que al menos nos sea más cercano e íntimo que los humanos, porque como en aquella frase atribuida a Byron o Carlo Magno, pero que es más posible que sea del pensador Diógenes, la protagonista, probablemente, mientras más conoce a la gente más quiere a su perro. Pero la dicha no es completa, nunca será, tal vez la cura no exista, tal vez el peso de uno de eso tantos pájaros de nuestra vida sea de un frío papel, como el de aquel verso de Vicente Aleixandre y que Bei lo usa como epígrafe, pájaro que incrustado en el pecho solo “dice que el tiempo de los besos no ha llegado”, tal vez nunca llegará. Quién sabe.

Para cerrar, al final, algunos nos preguntaremos por ese cambio de narrador. Puede que terminara siendo un recurso para intentar explicar.  Un pequeño blanco que no tira la fuerza de ese Todo.

 

 

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