Sirena de fuego

La vi una noche, a lo lejos, desde la playa. Y aunque me considero un hombre maduro, tengo que admitir con vergüenza que creí que se trataba de una sirena… Una mujer vestida de blanco que reposaba sobre un islote, dormida. Sus cabellos cayendo en cascada sobre sus brazos cubiertos de tul, y su vestido perdiéndose entre el verde, marrón y gris que conforma el paisaje, el cual, a su vez, se pierde en el mar que los rodea.
Perfecta.
Es todo lo que puedo decir de aquella visión. Y al mismo tiempo, incapaz de ser lo que evidentemente pidió ser.
Esa primera noche en que la vi, creí que sería imposible conocerla en persona, pero… Nunca he sido cobarde, y por eso…
Hoy será el día.
Nado, a brazadas fuertes y riesgos altos, pero el mar que aparentemente está en calma, no me permite avanzar lo suficiente. Y aunque cualquier otro hombre se habría sentido tentado a declinar, yo no soy cualquiera. Yo soy su hombre. Pese a este fracaso inicial, me siento más cercano a su encuentro…
Nadie te prepara para el encuentro con una sirena, ¿verdad?, nadie te dice que es necesario prepararse psicológicamente para su encuentro, porque el mar a su alrededor es muy hostil. Pareciera encantado, como si cada ser que intentase alcanzarla mereciera, de parte de su creador, una suerte de práctica preliminar para soportar los intensos tsunamis y terremotos que la rodean.
Un viento frío choca contra la inmensidad en la que me encuentro, venido desde detrás de su pequeña espalda. Agita sus cabellos, haciéndola ver como una Medusa de vaporosa irrealidad, y dispersando un olor a flores que se suma a una extraña lluvia de pétalos rojos.
Creí que en verdad ocurriría un sismo, por el intenso rugido de la roca frente a mis ojos; sin embargo, se detuvo. Se detuvo, pero el vaivén ha traído a mí un pétalo. Dios, huele a pureza, huele a terreno sagrado que debo explorar con el ansia y experticia del mejor explorador. Guardaré este pétalo para dárselo luego, o acariciarla con su suavidad con el. No necesito más esta vieja tabla de surf en la que me encuentro suspendido, será a brazadas limpias que llegue a ella, sonriendo y riendo, susurrando promesas ininteligibles para el resto.
Vaya, la temperatura, antes fría, es ahora cada vez más cálida, más deliciosa. Me seduce, me hace pensar en los momentos que viviremos juntos ahora que el mar se viene calmando, conforme le voy explicando que quiero ser todo para ella… Aunque sea un trozo de mármol, la parte superficial de una isla inconclusa, yo quiero llegar a ella, quiero hundirme en sus profundidades y extraer hasta el último de sus suspiros.
Como este que acaba de soltar, y, ¡Dios mío, ha abierto los ojos! Pestañea lentamente, enfocando primero sus propios brazos de tul. El delineado escarchado de sus ojos es la cortina perfecta para unas orbes de color indescriptible. Vuelve a suspirar, y…
¿Tendré tanta suerte?
La veo elevar ligeramente su rostro, hacia mí. Bella, única, un diamante, aquello que fácilmente puedo presumir ante todos como de mi propiedad… ¡MI SALVACIÓN, EN MEDIO DE LA RUTINA DIARIA DE UNA VIDA SIN SENTIDO! Estoy seguro de que cuando vaya con ella, y le hable de mi vida, deseará seguirme, venir a mí, anclarse en la playa para estar juntos y dejar todo este ambiente adverso… Porque quiero, no, DEBO ser SOLO YO, quien descubra sus secretos y arranque música de su cuerpo.
Pequeña criatura mística y pura, muestra su inocencia ante mis palabras atrevidas, frunciendo el ceño ligeramente, mientras se sienta y acomoda sus cabellos tras sus orejas. En un acto involuntario, echa el cuerpo para atrás, abrazando su pequeño pecho. Cuánto daría yo por hacer lo mismo, y observar si en verdad sus piernas no existen, o si, como todo el conjunto, son de una perfección indescriptible.
Faltan dos brazadas más para que, sin palabras de por medio, la reclame como mía. Sí, así DEBE ser, porque ya le he prometido todo lo que debí prometer. Es más, apenas ponga un pie en la isla, me adentraré en ella para dejar mi huella. Nadie más la ha explorado, dice, así que seré aquel que se atreva a generar los primeros tonos de esta aria cargada de deseos y anhelos. Mi musa parece esperarme, aun con los brazos cruzados, pero alerta, expectante. Dispuesta, ¿cierto…?
Pero… ¿qué ocurre…?
Se aleja, o tal vez, el mar me lleva nuevamente…
Si en verdad todo lo que dicen las leyendas es cierto, ¿tendrá el poder de agitar el mar con su presencia? Porque, acaba de acariciar el islote en que me espera, y ahora me es casi imposible siquiera respirar. Esta vez, en lugar de pétalos, llueven contra mí burbujas, piedras pequeñas y gritos de Dios sabe dónde, que se suman al rugido del viento y de la roca, que parece a punto de desprenderse.
Y ya no es un aroma lo que lo rodea todo, sino un olor desagradable.
Como una mujer en sus días complicados, todo a su alrededor eleva su temperatura, como un volcán. Y en medio de este caos, estoy siendo golpeado por las olas, por lo que solo me resta bracear para no morir.
Tengo que salvarla, DEBO refrescarla con mi frescura y mi humedad, con mis promesas que motivarán su calor interno, eliminando de raíz el externo.
Sin embargo, ahora que lo veo… Ella sonríe al mar, a las aves que me ensucian desde el cielo, a aquella gente del mar que la ayuda, desde su profundidad. El mensaje es claro, ahora que recuerdo su ceño fruncido y sus pechos cubiertos: Ha elegido su mar impetuoso, sus aves que pasan por encima, intentando cubrirme del estiércol lejano de una relación que pareciera imposible de considerarse inferior a la nuestra…
No, no puedes hacerme esto, sirena de fuego… DEBES estar conmigo, y no con ese mar. ¡YO SOY AHORA EL ÚNICO, Y NO PIENSO RETROCEDER!
…se asusta, la muy tramposa se asusta, y gira, al escuchar mi advertencia. Se ha puesto de pie, negando con la cabeza. Parece llorar, pero me mantiene la mirada, frunciendo más y más el ceño. Pero ya no puedes escapar, a menos que te tires al mar, mujer, porque ya he llegado. Ya estoy aquí, y tú a mi alcance.
Te barro con la mirada, en un intento de seducción que parece asquearte, por lo que transformas mi sonrisa en una mueca de desagrado.
Todo es tu culpa.
Ahora, que al fin he logrado dejar mis huellas sobre la superficie musgosa de este pedazo de isla, y te tengo frente a mí… ¿Por qué ya no me pareces bella, por qué me pareces…insípida?
En fin, he llegado aquí, es hora de reclamar MI premio.
Extiendo mis brazos para tocarte, para al fin reclamarte y marcarte como mía, pero la hechicería que te rodea no deja de fregar. No importa, escucha mis promesas de placeres nunca vividos, de despertares sin conciencia, porque al fin conocerás un hombre…
Maldita sea, no de nuevo.
Estaba a un milímetro de sus labios, pero esta idiota me ha empujado al mar, silenciosa como una roca. Ahora logro ver a los seres etéreos que la rodean, como recuerdos de pasados cargados de similares promesas, y otras mucho más limpias. Sin duda son seres mágicos o endemoniados, porque pueden caminar sobre este mar de porquería, para protegerte.
Como si siquiera fueses bonita…
Eres un fracaso de sirena, una sirena quemada que más vale como parte de una antigüedad. No te necesito, ¿entiendes, estúpida? ¡Yo valgo y tú no, SOY YO QUIEN TE MANDA A LA MIERDA! ¡NO VALES LA PENA, IDIOTA, ERES UNA SIRENA VIEJA Y SECA! ¡UNA ROCA SIN GRACIA Y LLENA DE FRACASO! ¡UN FALSO DIAMANTE, SOLO UN TROZO DE GRANITO!

La mujer recibió cada palabra con una sonrisa cálida, y lágrimas serenas cayendo por su rostro, de pie, sin apartar la mirada del que se hacía cada vez más pequeño. Se deshizo del vestido, que cayó sobre el musgo, la tierra y las rocas, con un sonido húmedo y eólico, dejándola únicamente en un adorable batín que cubría su cuerpo como una segunda piel.
El mar se calmó, y también los sonidos.
Ella alzó la vista al cielo, y mientras sus hombros se agitaban con algo de dolor, habló con una voz dulce.

―Esta vez estuvo cerca, ¿verdad?
Tras su voz cargada de inocencia, empezó a escucharse un murmullo, muy bajo, que fue aumentando, como un zumbido, hasta transformarse en el acompasado ritmo cardiaco de la propia mujer.
Y una voz masculina se escuchó, rodeándola con protección.
―Cerca estuvo, sí… Pero, afortunadamente, supiste ponerle su freno, Alma. Lamento mucho haberte puesto en este dilema, en verdad, pero a veces me dejo seducir por palabras bonitas, y cargadas de promesas.
―No es tu culpa que me sienta incompleta, insuficiente, y… sola.

Una risita que no sonó burlona, sino comprensiva, y hasta incluso, ligeramente exasperada, rodeó toda la isla. Y de a pocos, aquellos recuerdos o promesas volvieron, y subieron al islote, rodeándola con una madeja de lana roja, con la cual ellos también se encontraban conectados.

―Es que no lo estás, Alma… En este mundo de calma y agitación, de fuego y agua, estamos juntos, a veces retozando, a veces riendo, a veces haciéndonos el amor o desatando una guerra. Tú y yo, ellos que son tus recuerdos, somos las partes de un todo que es ahora nuevamente perfección, aunque ya no luzcas como sirena ―las lágrimas de la mujer empezaron a caer, llenas de dolor, pero fueron de inmediato contenidas por todas aquellas manos que, con calma y dulzura, pese a no sentirse en lo físico, la fueron llenando de fuerza y convicción, de alegría, y amor― La belleza de juntar tus mitades no la suple ningún cazador, pequeña. Por favor, nunca lo dudes.
―¿El qué…?
―El hilo rojo del destino ―ella observó la madeja de lana, que la había ya interconectado con seres muy lejanos a su isla― corresponde a la sangre circulando por tu propio cuerpo. Sangre que trae mucha compañía basada en recuerdos, promesas, incluso las perdidas, ¿tienes una idea de cuántas veces, tú y yo, hemos tenido que cortar un hilo innecesario? De todos aprendimos algo. De todos, aunque me hayan destruido, es el triunfo de ahora: El merecido respeto a tu decisión.
La sirena mujer sonrió al cielo, luego miró hacia lo último que se veía de aquel hombre y, tomando con delicadeza el hilo que la unía a él, lo acercó a sus labios, y lo besó.

―Gracias por ser tan buen maestro…
Luego de cortarlo, sonrió radiante, se echó una vez más en la roca, y esperó. Su latido fue arrullándola, y así, Alma y Corazón se quedaron dormidos.

Esperando un nuevo comienzo.

PS: Para el explorador que inspiró esta historia… Muchas gracias.
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