los veranos perdidos ’08: dedicado a todo lo que wanda ha amado

hoy me tocó regresar a casa por medio del autobús. ya era tarde para cuando yo me encontraba bajo una parada esperando frente al tráfico. no recuerdo la presencia de muchas personas alrededor. posiblemente alguien estaba acostado en la banca, un joven de pie revisaba su celular y una abuela hablaba a su nieta. la niña actuaba impaciente, pero no impaciente de manera malcriada ni de la manera impaciente en la que los adultos tienden a actuar. los niños poseen un tipo de impaciencia que de alguna manera se mantiene inocente en algunos casos. no se dejan consumir tanto por la realidad de su entorno como los adultos (si no entiendes la diferencia entre una y la otra, la razón es clara). la abuela estaba serena, a pesar de la conducta de la niña. cada vez que pasaba un autobús de una ruta incorrecta, la niña saltaba y preguntaba si era ese el autobús o si podían tomar ese, a lo que la abuela le respondía que no, pero de seguro el siguiente, pero con el siguiente se repetía el ciclo, una y otra vez. las palabras de la señora me transportaron a casi diez años atrás. vivía con mi madre en colón. no tenía tantos amigos o familiares con mi edad alrededor. así que cuando el verano llegaba, viajaba a la ciudad a quedarme en casa de mi abuela, en donde pasaba tiempo con unos cuantos primos y otros familiares. no teníamos vehículos para aquel entonces, tampoco existía la autopista hacia la ciudad. mi abuela trabajaba en una clínica en las afueras de colón, desde donde podíamos tomar un autobús luego de sus turnos a las doce de la media noche. ella acostumbraba a llevar una bolsa gigante llena de cosas desconocidas, lo cual hacia el viaje un tanto incómodo considerando que los autobuses siempre iban llenos y sin capacidad alguna. algunas veces lográbamos conseguir asientos, otras veces no. la carretera no tenía mucha iluminación y no estaba tan habitada como lo está en la actualidad, tampoco había tantos puntos de referencias para saber la distancia restante al punto de llegada. bosques de pino, paisajes de montañas, animales nocturnos, entre las pocas cosas que recuerdo. el recuerdo es más distante al cruzar la vía en la actualidad y no ver nada de lo que posiblemente existió. solíamos jugar para pasar el tiempo. después de un rato, le preguntaba cuanto faltaba para llegar, a lo que ella respondía: falta que pasemos sobre cuatro puentes. entonces, emocionado miraba por la ventana y contaba los puentes que veía, sin embargo, cuando contaba tres o cuatro puentes, mi abuela me distraía haciéndome plática o diciéndome que no podía mirar por la ventana. yo nunca supe que lo hacía hasta cuando ya era más grande, me confesó que nunca supo cuántos puentes había sobre la carretera, así que me tapaba los ojos para que el engaño realmente funcionara. actualmente, ambos desconocemos cuantos puentes hay… luego de varios minutos, el autobús de la señora llegó, y la niña subió corriendo al escuchar que aquel era el que debían tomar, una vez arriba, la niña miró por la ventana hacia donde yo me encontraba y sonrió. yo le sonreí de vuelta.

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