Chico serpiente

Aunque las personas que me rodean suelen definirme como extrovertida y sumamente sociable, no me siento de ese modo. Supongo que tienen varios motivos para pensarlo, sobre todo si considero la indiscreción que me caracteriza. Con una gran facilidad puedo relatar la conversación que mantuve con el taxista en medio del tráfico, hacer un mal chiste con referencia a mis inseguridades o gastar una broma a un desconocido seleccionado al azar. Pero cuando se trata de externar mis sentimientos, o hablar abiertamente del amor que pudiese sentir por alguien, parecía imposible, con más razón al recordar las decepciones pasadas. Detestando sentirme vulnerable o recordar el rechazo, aquellas ilusiones siempre malogradas de historias cursis que solo existían en mi cabeza.

Entonces lo conocí y mis pensamientos nuevamente se fueron a las nubes. Él en cambio era serio, su voz era suave y decía solo las palabras adecuadas en el momento oportuno y estrictamente solo con quien fuera necesario. Acertado, cada movimiento calculado. Completamente opuesto a mí. También su apariencia era sumamente extraña, lo cual sin dudas provocaba que pensara en el cómo alguien interesante.

Lo observé por algunas días, y cuando llego el momento de ir a terapia comencé a despotricar lo poco que sabía. Entonces el terapeuta me preguntó:

—¿Qué sientes por él?

—Me causa aversión —respondí con voz baja y pausada mientras evitaba su mirada.

Pero a la noche, cuando intentaba dormir recordaba una y otra vez cuando hablamos por primera vez, principalmente venía a mi mente que había algo en el ambiente que sin sutileza dejaba al descubierto que algo importante estaba por ocurrir. Para nada resultaba extraño que yo estuviera ebria, o necesitar de intermediarios para lograr acercarme a él (como una chiquilla de secundaria). No sé si por desgracia o por fortuna, esta vez no había adonde correr. Vergonzosamente estaba en el trabajo, no parecía el mejor lugar para iniciar una conversación o coquetear.

Se acercó a mí y sin demora dijo:
—Celeste, te llamas Celeste —eso lo sé desde hace 27 años, pensé con sarcasmo.

Quería saber por qué él conocía mi nombre, no lo pregunté, en cambio sonreía y lo escaneaba con excelencia intentando descubrir los motivos por los cuales no debía gustarme. No puedo explicarlo en profundidad, pero me atrapó como si se tratara de hipnosis. Cuando reaccioné, estaba en un restaurante charlando con los nervios de punta. Mientras, intentaba soltar mi discurso de cosas trilladas que siempre utilizaba para no soltar tan de golpe lo desquiciada que soy. Así pasó una hora tras otra y todo lo premeditado quedo atrás, mis defensas se bajaron por completo. Recuerdo haber tocado su mano y sentir que lo conocía de mucho tiempo atrás. Hablaba de su trabajo, de su familia y ocasionalmente me hacía preguntas que no demoraba en responder con toda la confianza del mundo. Se acercaba el momento de despedirnos, por poco se nos escapa un beso en la boca, mientras sentía sobre mi rostro la sonrisa de imbécil que me hizo notar que hacía mucho tiempo no la pasaba tan bien.

Al día siguiente fui a terapia nuevamente y todo lo que hablamos giro en torno  a él.
—¡Lo quiero! —grité al psicólogo completamente agitada.

Y no solo lo descubría él, sino también yo, sentía a la vez frustración y molestia porque tenía esa idea de que las relaciones jamás terminan bien, lloré y también intenté huir pues siempre resulta más fácil, aunque también tenía mucha curiosidad de lo que podría pasar y agradecería estar equivocada.

Viene a mi recuerdo nuestra segunda cita, sin razón decidimos responder una serie de preguntas que prometían que la pareja que lo hiciera, de inmediato se enamoraría, era una moneda al aire, pues lo encontré en internet. Aunque no sería justo culpar a esta simple actividad por nuestros corazones latiendo en sincronía, buscándose sin descanso, dichosos por encontrarse al fin, a eso preferiría llamarlo destino.

Volví a un viejo empleo al azar y ahí fue que lo encontré, nuestras miradas se clavaron y no pudimos detener todo lo que había de pasar, aunque sigo sin comprender el motivo. Esa misma cita me lleva a la primera de una cantidad exagerada de veces que él me ha visto llorar. Sin decir una palabra colocó su mano sobre la mía y tal como indicaba el test, nos miramos fijamente a los ojos por cinco minutos, y aunque al comienzo fue lo más incómodo, poco a poco nos bañamos de complicidad y no se hicieron esperar las sonrisas además de la sensación de bienestar.

Seguimos saliendo, cada día un momento nuevo, era sorprendente conocerlo y admirarlo de tantas formas. Pensé desde un inicio en compartir mi vida con él, era tan atento y protector, algunas veces parecía que su mundo giraba en torno a mí. Jamás podría negar que había una conexión que iba más allá de cualquier razonamiento, o eso creía, y al mismo tiempo me llené de pavor, porque honestamente por aquellos días, yo no creía merecer la felicidad.

Sin más, en medio de una llamada telefónica le dije:
—No quiero seguir saliendo contigo.
—¿Por qué me dices eso?
—No tengo una respuesta, solo lo sé.

Lo dije abruptamente y sin previo aviso, pero bien convencida de tomar la decisión correcta. No fue difícil convencerme de que era lo mejor, podría llamarlo instinto. Algunas de sus actitudes me resultaban sospechosas, aunque lo consideraba mucho por los problemas que tenía para relacionarme emocionalmente con los chicos.

Sin embargo, al día siguiente estábamos juntos en medio de una cita y sentía mi corazón más vivo que nunca. Sus besos me llevaban de poco al cielo, sus caricias tocaban mi alma. Siempre estaba presente y me hacía sentir ultra protegida. Era casi como una diosa, incluso me seguía en las redes mucho tiempo antes de que yo supiera que existiera y siempre aseguraba que sintió amor a primera vista, incluso al solo ver una foto. También mi interés estaba completamente en él y comenzó a volverse una rutina pasar los días y las noches juntos, tanto como nuestros trabajos lo permitían.  No tardé ni dos semanas en volverme adicta a él, se sentía como vivir en un éxtasis. Lo cual por supuesto no duró mucho tiempo, pues la realidad no tarda mucho en mostrarse, no confiaba en él, sabía que podía estar fingiendo.

En terapia le dije al psicólogo:
—Él es el chico serpiente.
—¿Cómo es eso?
—Sí, te habla bonito mientras se enreda en tu cuello ahorcándote o simplemente lanza una mordida y te mata con su veneno. No hay forma de salir viva. Y lo sé, sé que me hará pedazos y no me importa esperar a que eso pase. Cuando sea así, lo seguiré amando con cada uno de los trozos que queden de mí.

La primera discusión fue previa a una fiesta de despedida de un amigo holandés. Al verme saludarlo, él pensó que estábamos coqueteando o que teníamos algo oculto. Hizo un berrinche y no quiso ir más a la fiesta, también mi ánimo bajó así que le pedí que me llevara a mi departamento. Vivía en un tercer piso, y antes de llegar a mi puerta ya tenía varios mensajes de voz suyos. Supe que eso no era normal y sin embargo, aunque mi  conciencia estaba tranquila, sentía necesidad de explicarle todo, mientras él no dejaba de acusarme.

Así pasaron días, literalmente en los que no dejo de reprocharme, nunca antes viví algo así, a tal grado que no sabía si realmente estaba haciendo algo que lo lastimara, o por mi falta de experiencia dudar si realmente es como se comporta un chico cuando realmente le interesas.

Finalmente opté por hacer una lista de pros y contras para estar con él, inevitablemente rompimos, algo de la relación evidentemente me lastimaba y supe que era la forma de su trato hacia mí.

El primer signo de violencia no fue física, pero sí emocional, resulta que lo invité a cenar a un restaurante, ambos ordenamos nuestros platillos, platicábamos acerca de cómo fueron nuestros días y aparentábamos estar felices de estar juntos. Pero de un momento a otro él se alteró porque tomé una foto de los dos y finalmente me dejó sola en el restaurante. Al llegar la comida, yo estaba sola y llorando. El mesero me miro con lástima y solo le pedí los platillos para llevar, fue una pena desperdiciar los tragos pero no quería estar ni un segundo más ahí.

No puedo negar que tuve la esperanza de encontrarlo fuera de casa dispuesto a pedir perdón, aunque mayormente me sentí sola y desprotegida. Lo lamenté mucho porque él sabía el pánico que me provoca estar sola en la calle por las noches. Recuerdo que lloré toda la noche inconsolablemente, nunca me sentí tan rechazada o desdichada. Y es que no comprendía el porqué de su actitud por una simple foto.

¿Cómo  puedes lastimar tanto a alguien que dices amar?

No lo sabía pero esto solo era el principio de todas las pesadillas que habría de vivir. Mi hermano siempre dijo: “Cuando las cosas van mal, siempre pueden empeorar” , y duele aceptarlo pero al menos en este caso fue una realidad. Por supuesto esta fue la primera de tantas veces que terminé pidiendo disculpas por algo que no hice, por miedo a perderlo y también por temor a enfrentarme a uno de sus enfados. Jamás conocí una persona que pudiera ser tan amorosa y a la vez tan despiadada.

Si bien estuvo apoyándome cada vez que lo necesité, llevándome a urgencias, viendo por mí en todo sentido, también marcaba mucho que él sería el único que pudiera quererme de ese modo, el resto de los chicos solo me buscaban por sexo o aventuras ocasionales. El cual siempre fue uno de mis grandes e irracionales temores –sentirme utilizada- pero a la vez ahora me doy cuenta que nunca me sentí tan utilizada como por él.

Mi adicción hacia él era tan grande que, cuando terminaba conmigo, yo no hacía más que llorar, suplicarle y rogar que no me dejara. Estúpidamente intenté quitarme la vida aproximadamente tres veces.

Esto, como bien dijo el psicólogo es progresivo. Aunque he olvidado muchos detalles, recuerdo el primer golpe. Estábamos en mi apartamento y yo salía de ducharme y me dirigí a mi habitación, por costumbre entonces, cerré la puerta con llave. Él estaba fuera y frenéticamente comenzó a tocar la puerta, pareciendo que intentaba tirarla, dañó un cuadro que estaba colgado en la puerta. Recuerdo la ira recorriendo mis venas y sin pensarlo le lancé una cachetada. El me lanzó a la cama y me agitó con fuerza, también lanzó un par de golpes.

Desde ese día y después de cada discusión su excusa siempre fue que yo metí los golpes en la relación, entonces era mi culpa, yo lo convertí en algo que no era. Pero el mismo sujeto que jamás había golpeado a una mujer, fue el mismo que me echó de una reunión en casa de su tía, para después seguirme con el auto y lanzar mi bolsa como un costal de basura y gritando entre palabrotas que no quería verme más.

El hombre que no era violento hasta que me conoció, también leyó mi diario y hurgó en mi celular tantas veces como quiso, hasta que terminó por romperlo en mi cara alegando que era mi “herramienta de putería”, aunque jamás tuvo evidencia alguna de que le fuera infiel.

Llamarme puta se volvió una costumbre,  incluso alguna vez me mando una captura de pantalla donde se veía que registró mi número como “puta garza”. Y aunque él supo que jamás le fui infiel, no dejaba de repetir que el hecho de que subiera fotos a mis redes sociales era una manera de lastimarlo. Estaba harto de todos los desconocidos viendo mis fotos y haciendo comentarios en ellas, sin importar si eran amigos o familiares. Recibí amenazas donde prometía subir a internet fotos donde aparecía desnuda.

Esta relación me llevo 3 veces a urgencias y una de ellas casi provoca que me internaran en una clínica psiquiátrica por mis antecedentes suicidas y el lapso depresivo que atravesaba. Aunque pedía disculpas, siempre supe que no era honesto porque en el fondo sabía que él creía que merecía todos sus malos tratos.

Fui muriendo en vida, fui perdiendo trabajos, oportunidades, mi departamento e incluso toda ilusión de merecer algo mejor. Alguna parte de mí sentía satisfacción de estar varada ahí.  Hasta que toqué fondo y después de meses de llorar, estar muerta en vida, poco a poco voy logrando levantarme. Y la mayor reflexión que tengo ahora es que no importó qué tanto hizo el, sino lo que yo fui permitiendo. Lo que yo creía que podía obtener, vamos, que esta no era mi mejor opción, pero jugaba a que sí lo era.

Los golpes e insultos jamás disminuyeron, fueron volviéndose más comunes, mientras mi amor propio se despedazaba al igual que mi dignidad como mujer. Pero permanecía esperando a que de un momento a otro las cosas cambiaran, y no fue así. Me chantajeó para dejar la terapia y también sentía derecho a decidir en mis cuestiones personales. No había forma de contradecirlo sin que esto nos llevara a una discusión, donde yo terminaba en la silla de acusada.

Podría escribir un libro con todas las cosas desagradables que fui permitiendo, pero creo que es suficiente lo anteriormente expuesto. Agradezco que esto terminara y mi mayor deseo es que el pasado quede en el pasado.

Los golpes, aunque fueron muchos, no fueron la peor parte, aunque dolieron y mucho pero en una o dos semanas siempre sanaban. En cambio la violencia psicológica y emocional me iba destruyendo, me sentía muerta en vida. Él solía decir “Tu familia no te quiere, no están nunca para apoyarte. Solo estoy yo”. Me fui aislando gradualmente, cuando peleábamos creía firmemente que mi vida se venía abajo por completo.

Mas no fue así, hoy estoy más viva que nunca, reencontré la alegría, la independencia, la seguridad, la cercanía con mi familia y amigos. Dejé de ocultar el infierno que estaba viviendo. Claramente sigo creyendo en el amor, pero comprendo más que nunca que este implica respeto como necesidad básica. Estoy convencida de que no todos los hombres son iguales, como tampoco las mujeres lo son.

No puedo enfocarme en la violencia dirigida únicamente a las mujeres ya que conozco y sé dé casos en los que los sombres son violentados, e incluso en la relación que acabo de narrar yo también practiqué violencia con mi pareja, respondí a sus agresiones y también ayudé de cierta forma a que crecieran sus inseguridades, aunque siguen siendo su responsabilidad y no la mía.

Alguna vez pensé en denunciarlo y burlonamente me dijo que no soy nada más que una gata de vecindad, y mi entorno era de nacos y salvajes que no eran nada a comparación de su familia adinerada y poderosa, que tronando los dedos podían desaparecer a quien fuera. No solo calle, sino seguí a su lado, sintiéndome menospreciada y devaluada.

La opción de separarnos siempre estuvo, mas no lo hacíamos, aunque era él quien rompía cada vez conmigo (más de 30 veces). Cada vez fue mi decisión regresar, aunque muy en el fondo sabía que no me llevaba a nada bueno. Ahora que todo ha terminado, no he dejado de reflexionar: ¿Por qué hacerme tanto daño? ¿Por qué permitir a cualquier persona pisotear mi dignidad? ¿Por qué descuidar de esa manera mi integridad? ¿Cómo se puede amar a alguien que te golpea hasta que te orinas en los pantalones por miedo? ¿Cómo alguien que te ama puede apartarte de tus amigos o decidir quiénes lo son y quiénes no?

Viene la frase trillada, aunque muy cierta: «La falta de amor propio, no te permite amar a nadie más” sigo en busca de muchas respuestas pero ahora encuentro absurda la persistente idea que tenía: “Nadie podría enamorarse de mi con todos mis defectos”.
¡Semejante tontería! Existe detrás de mí una familia que me ama incondicionalmente y amigos siempre dispuestos a regalarme su apoyo y comprensión, aquellos a quienes oculte que seguía saliendo con este hombre y a pesar de todo jamás desistieron para aconsejarme y tender su hombro para mi desahogo.  Me reconozco como una persona dispuesta a entregar amor y merecedora de recibirlo de vuelta, sé que me merezco que me traten con amor y con respeto. También se las situaciones que no debo permitir y que es tiempo de romper patrones.

No se trata de la historia de una víctima, es el testimonio de una mujer valiente que ha descubierto su valía y valentía aunque el sigue enviando e-mails con disculpas falsas y promesas vacías, sé que no tengo ni una sola palabra más para él. Se convirtió en un gran maestro, y de gran ayuda, para tocar fondo y resurgir como el ave fénix desde sus cenizas. Y quedan en mi recuerdo los momentos felices que logramos tener, sin lavar mis culpas. Ni desechar mi responsabilidad en esta historia, sino tomando tan valioso aprendizaje.

Estando fuera de esa relación tóxica, me preocupa y duele saber que existen tantas personas que atraviesan por la misma situación que yo viví. Y es alarmante lo común que son este tipo de relaciones en México, al grado de tomarse como algo normal en algunos sectores de la población, en donde incluso tantas mujeres han perdido la vida. Si vives esto o sabes de alguien que pasa por algo similar. No te calles, ¡levanta la voz!

Según datos del INEGI (2016) 43.9% de la población femenina en el país sufre o ha sufrido violencia física o emocional. Solo un 8.8% han solicitado ayuda. La razón principal por la que la mayoría no denuncia es porque consideran que son situaciones que “realmente no les afectan”, “por miedo a las consecuencias”  o “por pena a que se enteren sus familiares», siendo más común en Estado de México, CDMX, Aguascalientes, Oaxaca y Jalisco.

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