Recientemente se ha publicado en Uruguay el libro Antología crítica de poesía ultrajoven el cual reúne poemas del grupo de escritores emergentes conocidos bajo el nombre del proyecto En el camino de los perros. La antología fue coordinada por Hoski, poeta, músico, profesor uruguayo y co-creador del grupo Orientación poesía, proyecto anexo pensado para la difusión de la poesía joven en liceos públicos y privados del país.
La Antología crítica de poesía ultrajoven, publicada por la editorial Estuario, está a la venta en Uruguay y Argentina en varias librerías. En la misma, además de la poesía de Olivia Arocena, se puede leer la notable producción literaria que los jóvenes uruguayos van dejando en ese camino que transitan los perros que ladran poesía.
En el siguiente texto, qusiera compartir el comentario crítico que acompaña la poesía de Olivia Arocena en el libro, así como también los poemas antologados de esta magnífica poeta nacida en Montevideo en 1997, estudiante de actuación en la EMAD, y que con sus jóvenes 21 años ya ha sido antologada en tres libros: La desconocida que soy, En el camino de los perros y Liberoamericanas 100 poetas contemporáneas.
El fluir del sentimiento: una mirada hacia la poesía de Olivia Arocena
Durante la primera mitad del siglo XX la literatura europea redireccionaba su rumbo con respecto a la herencia decimonónica; una visión comunitaria del sujeto como un ser social formado y reformado con y por el medio dio paso a una visión de este como unipersonal de potencial creativa. Así, el individuo comenzó a representarse como un engranaje más dentro de la realidad, una máquina que, por tan grande, resulta vagamente experimentable, y, por tanto, insípida. Gran parte de estas nuevas literaturas erguió sus diégesis a través de la experiencia personal cuyo terreno no es el mundo, sino el «micromundo» del cual se puede apropiar.
Un siglo después, y del otro lado del Atlántico, la literatura uruguaya presentó nuevos autores que se apropiaron del monólogo interior concebido en la modernidad y lo convirtieron en un monólogo híbrido donde hablaban a la vez las partes disociadas de cada engranaje; las almas y los cuerpos enredados en la lucha de la existencia se batían a duelo entre un sentir y un desear.
Mientras que las producciones modernistas europeas del siglo vigésimo abordaron el modelo narrativo del fluir de la conciencia, se podría hacer referencia a un fluir del sentimiento en las producciones de las nuevas generaciones nacionales. Los textos de la joven poeta Olivia Arocena (1997) están nutridos sobre la necesidad tan innatamente humana y a la vez tan complejamente construida: el «ser en sentimiento».
En la plataforma virtual de la antología En el camino de los perros, Olivia se introduce a sí misma en breves pero contundentes palabras: «Nazco en Montevideo en 1997. Sigo en Montevideo desde 1997 prácticamente en el mismo cuarto pero con distinto desorden. […] Todo era mejor cuando era plancha». La poesía que allí presenta Olivia desglosa esta introducción cifrada. La poeta se construye desde la dualidad. La voluntad poética se balancea entre lo más procarionte y lo más desarrollado, la voz poética se divide en sí misma.
El lector se enfrenta a un yo aceptado y a un yo que se expresa desde el lugar privativo, y a su vez imperante del paréntesis. Olivia practica un je est un autre pero pareciera pedirle permiso al lector para expresar la otra voz que la completa. El paréntesis marca una distancia entre ella y ella otra; una es la que vivió siempre en el mismo cuarto y la otra, encerrada entre paréntesis, es aquella que está desordenando ese espacio íntimo que comparten.
Resulta interesante cómo la poeta potencia su identidad a través del contacto con la otredad. Cada vez que se presenta un tú en su poesía se encuentra situado en un lugar funcional con respecto al yo, demostrándose así una relación de simbiosis entre el emisor y el contexto referente-referido:
… o naturalmente / arrastrando los pies para ir al baño. / Con la probable belleza / que cada rincón adquiriría / aún sucio, pueril y deshonrado / si tú me acompañases / a caminar. («5+32», 2015.)
La peculiar frase que cierra la introducción que la poeta hace de sí misma, «Todo era mejor cuando era plancha», denota el ánimo rupturista y subversivo que se dilucida en su poesía. Olivia no consume de un parlamento «apelotonado», sino que se funde en el hablar más reaccionario. La poeta separa el lenguaje hacia los lados, dejando ver ese musgo pesado que hay bajo un océano tempestuoso, quizá reflejo de su juventud.
«Triste y cheta», «todo era mejor cuando era plancha»; Olivia está sujeta entre un sentimiento y un poder que proviene desde la carne, que se va desgarrando, que sabe que come y que es comida, que sabe que camina y que le pasan por encima las luces de neón de una ciudad que brilla y no solo para ella.
La casi controlada forma en la que la poeta sostiene el ritmo poético con el ritmo humano convierte a su poesía en una más que prometedora manifestación literaria de sinceridad. El lector puede así construir un yo junto al yo de la poeta, puesto que ambos dos se exponen a sí mismos en el ritual de la literatura (escritura-lectura) y el texto no tapa ninguna grieta que pueda notarse en ellos; la libertad más necesaria es la de aceptar el lado obscuro.
… Las inocentes cosas que me devuelven / al arroyo / al vacío originario desde donde se engendró la culpa? / El sollozo, la penumbra, la desdicha? / La agonía, el infortunio, la desesperanza? / La pena tibia, nuestra angustia, ese extravío? / Ay de mí! Sería tan pero tan triste esa felicidad… («Body & Soul», 2015).
El amor es un código que necesita dos descifrantes, el amor es el octavo problema del milenio que la joven escritora ya sabe que es imposible de descifrar, o que falta demasiado tiempo para que la corta y mundana existencia pueda entrometerse en tal fórmula para domarla. El amor no es una palabra que se comienza con mayúsculas, el amor es un accidente de la muerte, en el segundo en el que uno cree que ama, está terriblemente vivo, y, aunque duela, la poesía de Olivia Arocena toma al sentimiento con las manos ásperas y lo muestra tal cual es: una trascendencia mundana que adquiere cualidad de monumento cuando se choca con la palabra de la poeta:
… como la firma / amoratada y puta / de tu muerte. (Sin título, 2016).
Los poemas antologados:
Desclaro
Cae la luz de un farol en una madrugada cualquiera. En la vereda queda solo un hombre (Esos tristes payasos), el eco de los pasos y una brisa fresca a la altura de la nariz. Todo es muy confuso (A diferencia de mañana que va a estar todo claro (Igual capaz que no, a uno le gusta decirse eso para no venirse abajo (Si es que venirse abajo es posible ahora que todo es tan confuso y no existe ni arriba ni al costado (Existe el ayer, a pesar de todo eso (Existió más bien (Quiero decir otra cosa, casi inasible, lo que nunca digo (Me ocurre a veces que divago sin sentido; llego siempre a ninguna parte y no puedo volverme a por donde me he salido (Por ejemplo ahora estoy perdida en el concreto (Estoy sentada en un banco (Hay tantas cosas que agradezco haber olvidado (Es curioso, en mi rueda de la fortuna, en mi propia rueda, a veces no salgo ganando).
La luna dice tal hechizo. Es decir, como si nada. Si mis dedos pudiesen alcanzarse en esa noche larga… Lo que sube desde el fondo en las arenas se abriría paso entre las grietas… Si mis dedos pudiesen aflorar desde el interior de mi saco agujereado, y tocar aquella tarde. Si no se acobardaran con los ruidos y esa sangre. Tras esa ventana hay mucho, demasiado sol. No tengo idea, soplaba una fuerte ventolera dentro de la casa. Quizá hayan sido las tantas ventanas abiertas, el ancho de las rosas… No estoy segura de si hubo los momentos, quizá fuesen demoliciones. Tampoco creo en tanto bueno para nada, son adolescentes muy pero muy precavidos. No debería de tener tantos recuerdos. Sin poder dormir-se usa más la almohada. No por mucho malograr se logra más temprano.
Entrada del blog del 31 de diciembre de 2016
Experimento esta extraña
tranquilidad en la vigilia
pero a la vez el sueño
va macerando una angustia esquiva
que ha eludido todas
mis preguntas todas.
Mientras nosotros,
dos zolben verdes y amarillos
jugamos con espadas
en la plena luz del día
22 de primavera
Angustias, ese pájaro
enroscándose en su espina
negra dorsal y flácida,
tiene el ojo plantado, terco
entre nosotros.
Pero yo no me doy cuenta y me preguntás
¿De qué me río si este chiste
nunca ha sido formulado?
¿De qué me visto si toda nuestra ropa
se volvió en cenizas tras aquel incendio?
Y yo siempre supe que lo que tenía cabeza
tenía también
(por el orden
terriblemente oscuro de las cosas)
que tener en algún lado escondidos los pies.
Aunque estén abajo de la mesa
aunque estén debajo del pupitre balanceándose
aunque tengas los dedos cruzados atrás de la túnica
aunque tengas la moña desatada
aunque seas el profe del liceo,
aunque sigas
buscando esconderlos
yo rascaré en el fondo podrido de tu espalda
hasta encontrarme con la mía
donde mi propio quicio sea mi derrumbe
y haya perdido la disputa
inclusive antes de enunciarla.
He nacido reina de los siete mares
y tu saliva solo
mamará rayos de mis areolas celestes
pero seguro te ahogues precozmente
y yo guarde tu frente
en una pila de cadáveres nevados
y me acerque cada tarde
al punto de inflexión entre la espuma y la roca negra
alzada como un grito al firmamento,
elegante pero frágil
como un alarido en el firmamento,
y observaré los cuencos violáceos que sostuvieron
tus ojitos mieles, ventanitas ojivales,
como la rúbrica impepinable de tu óbito,
como la firma
amoratada y puta
de tu muerte.
Solitud en los andenes de Solentiname
Todos estamos TAN
inexpresablemente:
solos
inexpresablemente:
oblicuos
Encerrados tras las llaves
vueltos cuerpos de cerrojos.
No vemos más allá que aquellas flores
y yo culpo a nuestras nieblas.
Es tarde así cuando se implican
en la sede otros temores
al subirse a las alturas
y contemplar nuestras bajadas,
siempre con el mismo sitio
y sin poder decirle nada
a quien viene en el costado
porque es otro y ve las cosas
a su modo y su silueta
y porque un día se comprende
que jamás entendería
lo que es para nosotros
esa inexpresable
soledad
A vos
A vos quisiera divisarte
por entre medio de la cerradura
parado mirando al cielo
por a través de la ventana.
Frágil, quieto, silencioso,
triste, azul y desolado
tal y como la madrugada
en la que te verías
envuelto.
A vos quisiera descubrirte nuevamente,
y que me regalases un silencio,
entero, verde, amordazado
despierto, liso, acobardado
en el que se observasen
disyuntivamente tus defectos,
las penas duras del pasado
y amarte con la simpleza
que tendría el tiempo bebido
sentados en cualquier esquina
o naturalmente
arrastrando los pies para ir al baño.
Con la probable belleza
que cada rincón adquiriría
aún sucio, pueril y deshonrado
si tú me acompañases
a caminar.
Expansión
Cuando quedé muy solo
vine a inflamarme
como si fuera un globo como una nube
y mi piel ya no fue un muro ya no fue nada
porque no tuve piel, no tuve manos
y ocupé toda la casa, primero
la tierra debajo del colchón, el agua
y la calle en subida hasta lo de mi abuela
participando del diluvio
como si la lluvia fueran cuerpos que se pulverizaran contra el pasto
cuerpos míos, cuerpos de todos
y como si
sus alientos infinitos
finales vinieran a posarse
frescos y azules
alrededor de mis pies, que no eran pies ya
que no eran nada.
Fui y supe la montaña, después que antes
el cerro, el monte y la cuchilla,
cantando bajé y un canto silencioso
porque mi voz era y fue
todos los sonidos de este mundo
en armonía de policromía.
Séptima y aumentada
buscándome derramarme
en la tónica del espacio
que estaba tan cerca yo lo sentía
tan cerca estaba podía verlo
pero seguía siendo yo.