Macondo y los cien años de soledad

“Las hipérboles no están en lo que escribo yo

sino en la realidad latinoamericana, que es totalmente hiperbólica”.

Gabriel García Márquez

Cien años de soledad es una obra del conocido escritor, aunque de profesión periodista, Gabriel García Márquez, colombiano y, ante todo, latinoamericano. Como tal su obra literaria, en especial esta novela publicada en 1967, refleja la realidad de los pueblos latinoamericanos, realidad llena de coloridos, de alegrías y penas, tragedias y amores. Con un increíble talento para unificar estos elementos, con creatividad y un admirable estilo narrativo, el autor de Cien años de soledad marca un hito al escribir una de las obras maestras del realismo mágico.

Esta nueva corriente narrativa, caracterizada por la verosimilitud de los hechos, pero también por las exageraciones y la peculiaridad fantástica o mágica, se inicia, según algunos autores, con la obra del colombiano Gabo, que realza, una vez más, la creación literaria latinoamericana, considerando que para ese tiempo ya otros literatos nacidos en América Latina habían aportado para que se mirase a nuestro continente como cuna de talentosos escritores. Prueba de esto son, indiscutiblemente, Rubén Darío, Octavio Paz, Vicente Huidobro, Alejandra Pizarnik, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y otros tantos que dieron paso al llamado «boom latinoamericano».

Cien años de soledad presenta la historia de los Buendía, una familia peculiar con rasgos muy latinoamericanos y otros, no tanto. Los Buendía viven en Macondo, un pueblo recientemente fundado, desconocido para muchos, levantado a las orillas de un río. Sus habitantes, personas humildes cuyo único interés es vivir una vida tranquila, con sus trabajos, un buen hogar y el bienestar de sus familias, son eventualmente visitados por los gitanos y descubren a través de ellos los grandes y maravillosos inventos del mundo. Así es como Aureliano una tarde es llevado por su padre a una tienda y conoce el hielo. ¿El hielo? Sí, y ese peculiar invento humano es uno solo de los miles que en Macondo poseen una característica mágica. Macondo, pueblo rico en fauna y flora, en color y en la nobleza de su gente, puede ser cualquier lugar de América, donde las familias están unidas a pesar de las diferencias y las extrañezas, donde los amores son intensos y apasionados, pero sobre todo, inesperados, donde es posible una lluvia de cuatro años o la coincidencia de una muerte con la caída maravillosa del cielo de miles de flores amarillas. En Macondo la muerte y la vida son trágicas y alegres, el amor es un capricho o desenfreno casi orgiástico y la envidia es capaz de matar a una niña inocente por accidente. En Macondo todo puede suceder, porque reinan la magia, los mitos y las supersticiones.

Una mujer yendo al cielo, un niño con cola de cerdo, una masacre negada y olvidada, borrada de la historia oficial, una peste del insomnio, una guerra de veinte años por cuestiones abstractas y posiciones políticas que, al final, son lo mismo… Las desapariciones forzadas que según la policía ha sido un sueño. Un hombre que muere bajo un castaño y una viuda casi eterna convertida en juguete de sus bisnietos… Una familia que vive, sufre y aguanta cien años de soledad… Esa es la América Latina sentida y vivida por Gabo, plasmada en las cientos de páginas que componen esta novela, de una forma tremendamente exagerada, graciosa y mágica, pero nunca más real.

En 1982 Gabriel García Márquez recibe el Premio Nobel de Literatura, un premio más que merecido por su gran labor literaria, que incluye otras novelas, cuentos y producción periodística; pero, sobre todo, por ese emotivo esfuerzo realizado tanto por él como por su esposa, Mercedes, durante los dieciocho meses que le tomó escribir Cien años de soledad.

Sin duda, García Márquez, fallecido en 2014, fue uno de los mejores escritores que ha tenido Colombia, donde lo valoran y lo enaltecen siempre, pero también ha sido uno de los mejores de Latinoamérica. Jamás se lo vio perder la humildad y su noble personalidad demostró en todo momento las raíces de su familia y las de su pueblo, Aracataca, que lo inspiraron para crear Macondo, la capital del realismo mágico. Como tal, su obra literaria constituye una de las más maravillosas herencias culturales que, nuevamente, nuestra literatura castellana ha dejado a la humanidad, humanidad que, aún en estos tiempos, lee y necesita más realismo mágico.

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