«Cualquiera puede mirarte, pero muy pocas veces encuentras a alguien que ve el mismo mundo que estas viendo tú»
John Green
I
Empatía: (fem.) tratar de comprender los sentimientos y emociones, intentando experimentar de forma objetiva y racional lo que siente otro individuo.
—Le reitero que no vi a nadie, oficial —respondí abstraída a las preguntas (absurdas) que me hacían, sin advertir mi cara de dolor. —Comprenderá que el asunto de la herida me tenía un poco ocupada — (se merecía la ironía). Durante un rato que pareció eterno, repetí la misma historia mientras me soplaba con tristeza los raspones. Nada de lo que dije pareció contentar a mis interlocutores que, ceño fruncido y ojos de fatiga, sostenían de a ratos silencios dolorosos. Salí de la comisaría mucho más perturbada que al entrar. La víctima era yo y sin embargo nadie había tenido la sensible amabilidad de mirarme a los ojos. Choqué de frente con una pared rellena de apariencias, de frialdad y de desprecio. Acabé sintiéndome culpable de haberme dejado robar. A veces me pregunto que sentido tiene servir a un otro, si no se practica en ello la humanidad.
II
Empatía: Capacidad de percibir, compartir y comprender lo que otro ser puede sentir y responder con un sentimiento adecuado.
Apenas salgo del tren, su música me envuelve como el aroma a comida casera. Esos acordes duros, machacados a fuerza de uñas y vida, prolongados indefinidamente a lo largo de toda la jornada, vuelan y bailan y acompañan nuestro arribo, como un padre aguardando la salida del colegio o el enamorado que esconde flores tras la espalda. Él, sentado a mitad de escalera, con la guitarra a upa, la boina gris y el bigote teñido de amarillo. Él, que recita sus canciones sacando palabras de lugares oscuros, de sombras propias y ajenas, que nos mira mechando sonrisa entre acordes, agradece los contados aplausos y también las monedas, regalando bendiciones. Resulta doloroso ver, entre tanto, a la inmensa mayoría, pasar por al lado en plan ausente, mentón al pecho, ciegos ellos y sus pasos, guiados en solitario por el apuro y el malestar. Me siento a su lado y escucho. Hay ojos que no ven pero corazones que sienten.
III
Empatía: intuición de corazones.
Una noche en pleno invierno, salimos a repartir viandas por las calles que rodean la estación. Nos tomamos nuestro tiempo. A Juan le gusta pararse a charlar. Es un espectáculo verlo moverse con esa soltura entre tanto desorden de necesidades. Yo aprovechaba a seguir repartiendo la última carga. La noche se volvía espesa y el frío restaba. Como salida del pavimento, una manito me tiró de la campera. Giré sobresaltada y me choqué de frente con un metro diez de niñez. – Señora, ¿me da café? —Lo observé un instante. Calcule que no tendría mas de siete. —Mirá que no tiene leche, ¿no sos muy chiquito para tomar café solo? —Me miró con ojitos de no entender. —Pero está caliente —me contestó, con la vista fija en el vapor que salía del termo. Al instante me vi fuera de lugar. No encontré recursos para responder a ese argumento. Tenía los bolsillos vacíos de palabras. Le llené el vaso y lo endulcé lo más que pude. Mientras se alejaba, comprendí que mi respuesta había salido de una realidad que él no compartía. Cuando Juan volvió a mi lado, yo ya era otra.
***
La ciudad tiene sus días. Sus noches sin estrellas. Los héroes del cemento levantan la cabeza del suelo y se atreven a pasear la mirada por todo el espacio. O por el tiempo. El temor, me dijeron una vez, es producto de la ignorancia. Quienes conocen dejan de temer. A fin de cuentas, según parece, la empatía es aquello que nos distingue de lo inerte, y también de la inercia.
(+)Humanidad.