Reseña de Nadie me dijo. Criar y crear Hollie McNish (Dalloway Ediciones, 2018)
La maternidad no me interesa demasiado, como tema. Ni tengo claro que quiera ser madre ni me posiciono activamente en la idea contraria. Las historias que las familias que me rodean muestran alegres en sus redes sociales me interesan –salvo contadas excepciones– moderadamente, hasta donde llegan el cariño y esa especie de voyeurismo curioso que se tiene hacia lo que no se ha vivido. Las polémicas que, cada vez más, enfrentan en artículos y debates a posturas antitéticas sobre las decisiones de crianza me sorprenden por su virulencia y me producen un poco de rechazo y un poco de aburrimiento.
Pero soy consciente de que a este asunto podría aplicarse aquello que decía el dramaturgo tunecino Fadhel Jaïbi sobre otra cosa: “Puedes decir que tú no te ocupas de la política, pero la política se está ocupando de ti mientras tanto”. Quizá sea cierto: puedo no ocuparme de la maternidad, pero la maternidad se está ocupando de mí mientras tanto. Como mujer de 32 años en este lugar y este tiempo, todo el rato, de hecho. La maternidad se ocupa de mí cuando el presunto reloj biológico sobrevuela las entrevistas de trabajo (y las nóminas, de paso). La maternidad se ocupa de mí cuando las relaciones afectivas con hombres se ven condicionadas por un deseo que se me presupone: sea para poner antes de la herida las tiritas del distanciamiento; sea parar proyectar en mi cuerpo la posibilidad de cumplir los propios planes. La maternidad se ocupa de mí cuando Facebook me bombardea con Clearblues. La maternidad se ocupa de mí cuando va colonizando, para bien o para mal, las conversaciones con mis amigas. La maternidad se ocupa de mí cuando la familia pregunta o se pregunta. La maternidad se ocupa de mí de manera tediosa o violenta, a favor o en contra, con mandato o sibilinamente.
Y, sin embargo, la maternidad que se ocupa de mí es una cosa que no existe. Esa maternidad que nos invade es un constructo de idealización y expectativas que no tiene pinta de parecerse mucho a la realidad. Así que, a la hora de pensar sobre el asunto, estamos algo huérfanas. Porque o aceptamos las imágenes que nos venden como final feliz del cuento (y entonces llegan las prisas y las frustraciones); o recordamos que esa fase romántica la teníamos superada y nos ponemos a leer las visiones más críticas (que en realidad no apelan tanto a quienes no han vivido la experiencia).
Supongo que algo así le debe de haber pasado a Hollie, y que por eso escribió Nadie me dijo. Criar y crear (Nobody told me. Poetry and parenthood en el original). Un libro que comienza cuando descubre que va a ser madre, y va recorriendo desde ahí su experiencia de embarazo y de crianza: contando todo aquello que nadie le había dicho. Escribe, por ejemplo, después del parto:
“Creo que me he unido a un club secreto. ¿Por qué nadie me contó todo esto antes? Llamo por teléfono a mi abuela, la mujer más educada que he conocido. Anticipo que llorará de alegría ante la noticia de una nueva biznieta. Deja salir un enorme suspiro de alivio. ‘Ay, Hollie, estoy tan contenta de que estés bien. Es jodidamente horrible, ¿verdad?’”.
Así que Hollie echa abajo la puerta del club secreto, y dice. Dice las cosas con normalidad. Habla de lo hermoso, pero no lo idealiza. Habla de lo doloroso, pero no se victimiza. Habla del miedo y de las contradicciones. Básicamente, no plantea la experiencia como un misterio, ni como esencial, ni como cargado de sentido. Cuenta días, cuenta vivencias, cuenta reflexiones. Punto.
“Las fanfarronadas sobre los bebés son una locura. No quiero caer en ellas, pero estoy segura de que también me ha pasado a mí. Pero me estoy esforzando mucho para que no sea así.
‘Creo que ella es bastante normalita en tal cosa’ es mi respuesta más habitual.
Y la incomodidad que produce es de broma”.
Muchas de las cosas que nos cuenta son directamente experiencias que atañen a la maternidad, claro: reflexiones sobre la lactancia, la crianza o las dificultades de la conciliación. Otras hablan de temas que conectan con todas nosotras, madres o no: los problemas para aceptar el propio cuerpo, la relación con el sexo, las cosas del amor. Pero es particularmente distintivo otro componente: el modo en que el hecho de haber tenido una hija se convierte en una especie de ventana desde la que ve y muestra cuestiones que antes desconocía, algunos nuevos datos sobre el mundo de siempre. Hollie se pregunta, por ejemplo: ¿Por qué llegan al buzón de su casa folletos publicitarios de productos para bebés a los pocos días de regresar del hospital? ¿Quién vende esos datos? O se fija en la historia de las madres lactantes asesinadas en Maldivas por votar por el partido equivocado. O descubre lo que ocurre cuando en un encuentro poético hay que salir a atender a un bebé.
“Este mes una mujer embarazada que usaba un niqab en París fue atacada, tuvieron que llevarla a un hospital, en el que perdió a su bebé. Espeluznante. Trágico. En este momento, estoy un poco desfasada con las noticias. Leo artículos sobre la prohibición del niqab en el Reino Unido. Sigo pensando en la mujer del grupo de bebés a la que le están hablando todo el tiempo, mientras se sienta y cuida de su precioso y diminuto niño.
Ya está haciendo más frío. Todas nuestras criaturas se están llenando de mocos”.
En Nadie me dijo, todo esto se aborda desde un idioma doble: entradas de diario y poemas. Esto convierte al libro en una especie de taller de poesía en desarrollo, en el que a menudo se ve cómo una idea improvisada, coloquial, toma después la forma de versos. En todo caso, ella misma lo dice, “esta no es una colección de poemas pulidos (…) Algunos de ellos están escritos con prisa, algunos son demasiado largos y están aún por revisar, algunos surgieron a las cuatro de la madrugada (…) La mayor parte de ellos se escribieron en el suelo de la habitación de mi Pequeña mientras ella dormía. Todas las cosas de las que no podía hablar”. Al fin y al cabo, quizá con la poesía pasa algo similar a lo que pasa con la maternidad: a lo mejor tampoco ella se parece tanto a lo que nos habían dicho siglos de genios en masculino.
“Ambas mirábamos a nuestras criaturas
El niqab cubría su pelo
Llenas de mocos en el parque
Ambas olvidamos los pañuelosLlamé a mi hija
y con la manga de la nariz le decidí sonar
Algo bastante asqueroso
pero al menos así podía respirarElla llamó a su hijo
y le limpió los mocos
En la parte baja de su niqab
El niño se fue corriendo como un locoNos reímos por lo bajo
y comprobamos que nadie sabría
que ambas teníamos mocos secos
pegados en nuestra ropa aquel día”.
En el caso de la traducción al español, la opción por la rima –que tiene en nuestra tradición usos y resonancias muy distintos a los de la anglosajona– pervierte un poco la naturalidad y frescura del original. Hollie –como otras jóvenes autoras británicas como Kate Tempest– cultiva una forma de poesía en la que el componente oral es fundamental. Emparentada con el hip-hop y el slam, su escritura tiene en realidad un tono muy distinto a la artificiosidad que cobran a veces las versiones en español –más propenso a las frases largas y menos a las rimas cortantes–. Hay que escucharla leer a ella en vivo, quedarse con el ritmo: ese es al que corresponde lo que cuenta.
Un ritmo que también salta a otros lenguajes, como el videoclip, género que trabaja desde esa misma concepción de una poesía con voluntad comunicativa y conectada con su tiempo. Uno de ellos, «Avergonzada», en torno a sus reflexiones sobre la lactancia, obtuvo 170.000 visitas en Youtube – una cifra nada despreciable en este mundo de márgenes que es la poesía–. Otro, “Rosa o azul”, recoge una de las obsesiones recurrentes del libro: ¿cómo educar en un mundo plagado de sexismo?
“Así que allí mismo empecé un diario. Un diario de todas las cosas en las que estaba pensando; de todas las cosas que pensaba que no debería estar pensando, de todas las cosas ocultas entre las fotografías de cada revista sobre embarazos que cogía, donde mujeres hermosas embarazadas caminan con paso lento hacia playas abandonadas, al tiempo que sus vestidos preciosos y llenos de flores caen suavemente desde su barriga, y su pelo largo (en la mayoría de los casos liso, rubio, caucásico) ondea elegantemente en la brisa. Muy bien. Pero no hay ninguna playa cerca. La mayor parte de las mujeres embarazadas que conozco están demasiado ocupadas en no vomitar en el trayecto al trabajo”.
Si algún día decido ser madre, creo que me acordaré de estas cosas que Hollie me dijo, y que probablemente ayuden. Si en esa decisión acompaña un padre, le pondré este libro en las manos bien pronto (porque si a Hollie no le habían dicho nada, a su compañero Dee sí que no le habían dicho nada de nada). Por el momento, se lo regalo a las amigas que han tenido hijos hace poco, por si acompaña, o quizá como modo de decir: “voy a intentar entenderte mejor”. Y se lo recomiendo encarecidamente a las que están decididas a no tenerlos, porque ya que la maternidad también se está ocupando de ellas mientras tanto, mejor será poder pensarla menos parecida a un fantasma, y más a nuestras vidas.
Por mi parte, me digo que no es verdad que no me interese el tema.
Lo que no me interesa probablemente es El Tema.
Pero las cosas que son la vida, en realidad, casi siempre nos interesan cuando nos las cuentan bien.